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Barack Obama: promesas y realidades

12 de noviembre de 2013

Por: Enrique Román

Barack Obama estuvo de cumpleaños en días pasados. Un cumpleaños sombrío. La mayoría de los medios internacionales recordaron el aniversario de su primer mandato con balances poco alentadores.
Los contratiempos de los últimos doce meses han hecho descender su popularidad hasta un límite record: 39 por ciento.
Los desencantos con el presidente norteamericano comenzaron mucho antes. La distancia entre sus promesas y sus resultados reales ha sido, a lo largo de cinco años, muy larga.
Para América Latina -hacia la cual prometió una nueva etapa desde la Cumbre de las Américas enTrinidad Tobago, a inicios de su primer gobierno-,  los años transcurridos contrastan con la perspectiva ofrecida. Poca cosa ha cambiado. Los países que les eran afines siguen siendo los mismos; los procesos populares han debido desarrollarse a contrapelo de la influencia norteamericana. Que nada había cambiado fue evidente después de que John Kerry, secretario de Estado, dijo algo que era más que un desliz: para ellos, América Latina seguía siendo el “patio trasero” de Estados Unidos.
Fuera del continente, su primera presentación en El Cario ante los pueblos árabes y musulmanes en general pareció abrir una nueva fase de comprensión mutua. Sin embargo, la historia posterior echó por tierra cualquier esperanza de cambios en las relaciones entre el Oriente Medio y Estados Unidos.
Aquí, también salvo coyunturas, la política norteamericana no varió sus supuestos fundamentales: su alianza íntima con el sionismo y sus relaciones estrechas con las grandes autocracias petroleras.
Aunque hoy discrepa con el gobierno israelí sobre el tratamiento a Irán, las diferencias son de método y no de esencia. La retirada militar de Iraq respondió a una decisión de George W. Bush, y el fin de la intervención en Afganistán se dilató para el 2014. Las revueltas en el mundo árabe mostraron a Estados Unidos con un liderazgo incierto y sus reacciones ante cada acontecimiento evidenciaron desconcierto y oportunismo. Su apoyo a las fuerzas de la OTAN en el caso libio y su actuación respecto al conflicto sirio, aunque como era de esperarse no implicaron la intervención militar directa, son contradictorias con las promesas originales del presidente norteamericano.
La utilización de los drones contra los líderes de los sus objetivos militares pasa a la historia simplemente como una política de asesinatos dirigidos por el propio presidente, y causante de numerosas víctimas inocentes.
El compromiso de cerrar la infame cárcel establecida en la Base Naval de Guantánamo va a la vergonzosa cuenta de los incumplimientos.


Los mismos patrones

En el primer año del nuevo mandato, la conducta de la administración ha seguido manifestando las mismas inconsecuencias y ha añadido nuevas complicaciones, en el campo interno y en el externo.
Hasta hoy, el caso del Obamacare ha tenido más de frustraciones que de victorias.
Por defender el plan de salud del presidente de los intentos de vapulearlo que la mayoría republicana de la Cámara de Representantes -encabezada por el triste Tea Party- protagonizó durante varias semanas, la economía y el pueblo estadounidense tuvieron que pagar severas consecuencias.
Tras salir triunfante del chantaje de la ultraderecha, vino para Barack Obama el chasco del mal funcionamiento del sitio web donde debían inscribirse los aspirantes a recibir el beneficio de su plan. El escándalo ha tenido más de mediático que de real, y ha obrado negativamente sobre su imagen.
(De hecho, durante el pulseo con los republicanos sobre el presupuesto, las encuestas indicaron un amplio frente crítico en la ciudadanía, no solo con los extremistas, sino con los demócratas y con el propio presidente).
Como si los dolores de cabeza del Obamacare fueran poco, las informaciones dadas a conocer por Edward Snowden sobre el espionaje contra 35 líderes de países con los que tenía buenas relaciones Estados Unidos y hasta con sus aliados cercanos, han puesto en solfa a la diplomacia norteamericana.
El presidente, a través de sus colaboradores, alegó desconocer lo que estaba sucediendo. Evadió su responsabilidad directa sobre lo sucedido, pero fortaleció la impresión de que su capacidad de control sobre su propio gobierno, era débil y vulnerable.
La revista Forbes debió elegir al hombre más poderoso del mundo. El elegido no fue el presidente de la mayor potencia mundial, sino Vladimir Putin, presidente de Rusia.
No fue el presidente del país con la primera economía del mundo y con un presupuesto militar que duplica el del resto de los países del planeta.
Pero esto no es la culpa de Barack Obama. Es otra evidencia de que el mundo unipolar que Estados Unidos celebró a inicios de los 90, tras la desaparición de su antítesis soviética, está siendo reemplazado por otro, donde hay varias voces que escuchar.
Estados Unidos no puede actuar en Asia oriental sin tomar en cuenta los criterios de China, mucho más influyente hoy que Japón y carente de la docilidad de este último hacia la política yanqui.
Ni puede obviar ya a Rusia en cuestiones de Asia menor o central o de la propia Europa.
Ni podrá andar en América Latina como antes: las instituciones integracionistas son un valladar de defensa de los intereses de los países de nuestra América.
Ha sido un mal aniversario para un primer año de un segundo mandato. Pero sobre todo, el balance de cinco años son un alerta de que, aunque poderoso e influyente, Estados Unidos tendrá que acostumbrarse a la realidad de que en el mundo que se arma ante nuestros ojos, sus decisiones, antes hegemónicas, tendrán que tener en cuenta en lo adelante a los nuevos protagonistas.

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