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Auge del fascismo en Europa

22 de febrero de 2024

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Europa y América Latina se han estado decantando desde hace 12 años para acá en dos vertientes antagónicas: la extrema derecha y las fuerzas progresistas, más resistentes estas en nuestro continente, pero muy debilitadas, casi sin voz, en el llamado Viejo Continente.

Sí, ha habido alguna evolución, pero ésta ha estado ensombrecida por el auge de la extrema derecha.

Tras la crisis financiera del 2008, y con más fuerza tras la crisis de refugiados, entre otros factores, los partidos políticos de ultraderecha han multiplicado sus resultados.

En países donde no tenían representación, como España o Portugal, han irrumpido con fuerza, mientras que en otros donde la tenían han aumentado su representación o incluso han accedido a puestos de gobierno, como en Italia o Países Bajos.

Sin embargo, la extrema derecha no viene sola. Su progresiva implantación en las instituciones públicas se halla también también en discursos, estrategias, métodos, acciones e ideas que suponen un peligro y un atentado claro a los derechos y las libertades básicas, e incluso al propio sistema que denominan democrático. Y, para esto, ni siquiera es necesario que lleguen al poder: basta con que se les normalice como una opción o una fuerza política más para que su influencia tenga el peso suficiente en la sociedad, con todo lo que ello conlleva.

Por eso, es necesario analizar con cuidado qué consecuencias tiene la presencia casi omnipresente de la extrema derecha en la vida diaria, como afecta al día o día o, incluso aunque ni se perciba a primera vista, cómo ha supuesto un punto de inflexión para la sociedad en su conjunto.

Aunque Alemania -el mayor ejemplo- ha sido declarada como la tercera potencia mundial en materia económica, desplazando al cuarto peldaño a Japón, las enormes desigualdades del capitalismo, principalmente el neoliberal, hace que subsistan y se agraven dificultades para los más pobres, lo cual es aprovechado por los neofascistas.

 

BURGUÉS ASUSTADO

Un antifascista alemán, el escritor y dramaturgo Brecht, una vez dijo: “No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”. Una frase que es clave para el análisis político de la actualidad europea.

La brusca caída de la calidad de vida de la mayoría de sus habitantes, que incluye no sólo la cotidianidad más costosa, el crecimiento de la delincuencia y el recorte de la protección social, sino un enorme retroceso en la educación y temas culturales, hacen que el ciudadano común, estresado, asustado, pierda su capacidad analítica y caiga fácilmente en todo tipo de clichés simplistas que le tienen preparados la prensa.

Cada vez quedan menos personas capaces de definir correctamente el término “ultraderecha” y las banderas de la “centroizquierda progresista” de ayer resultaron ser el mejor material para tapar el verdadero rostro de un sistema que el capitalismo histórico a finales del siglo pasado transformó en una simbiótica dualidad entre el fascismo y el neoliberalismo, que se complementan, se abrazan y no existían más las una sin otra.

Usar el término “ultraderecha” con fines netamente propagandísticos, como lo hace el gobierno alemán, es atacar a cualquiera que sea capaz de poner en duda el actual orden de las cosas, tan conveniente para las reales ultraderechas que lo gobiernan.

 

“LO SENTIMOS, NO PUEDE ACCEDER…”.

No sé si usted, amigo lector, ha sufrido cierta desazón cuando trata de buscar información u opinar en redes sociales, y no puede llegar a ello, más en el caso de quienes vivimos en Cuba,

De una manera u otra se nos interfieren en el derecho de opinar, por lo menos, en redes sociales, que, normalmente, están más controladas por los censores del sistema que la propia prensa.

Y esto se ve más aún en la “civilizada” Europa, donde Alemania está viviendo una serie de problemas que no pueden ser indiferentes a sus habitantes, porque el conservadorismo trata de etiquetar a la ultraderecha, cuando el mismo se encuentra en su terreno de juego.

Así, Oleg Yatzinski pregunta en Rossia Today: “¿El ultraderechista y subversivo será cualquiera que cuestione “la inmigración y/o los derechos LGBTI? ¿Los grandes y complejos temas de la sexualidad humana y de la migración de personas de países destruidos por guerras impuestas por esas mismas potencias occidentales deben quedar fuera de la posibilidad de cualquier discusión ciudadana? ¿Ya han creado un Ministerio de la Verdad para elaborar el único punto de vista correcto para que las otras opiniones sean las de la ‘ultraderecha’?”.

En ese mismo tema se pronuncia Daniel Roland, de AFP: “Hoy desperté, me levanté, miré al espejo de la prensa y descubrí que existe una alta probabilidad de que yo sea un extremista de ultraderecha. No sé cómo, no se me había ocurrido antes. No tengo otra manera de explicar estas cosas raras que escribo, ni las dudas que, de vez en cuando, puedo tener”.

Y es que la ministra del Interior de Alemania, Nancy Faeser, presentó en Berlín un plan de acción para combatir con más eficacia el “extremismo de ultraderecha”, que es considerado por la Fiscalía alemana como “la mayor amenaza para su democracia”. La propuesta incluye la creación de una “unidad de detección precoz” de posibles “manipulaciones” impulsadas desde el exterior y, por consiguiente, posibles campañas de influencia.

Este plan es parte de un paquete de 13 medidas que la ministra ha presentado junto a los directores de Inteligencia interior y la Policía. En el nuevo documento, el gobierno afirma que “los extremistas de ultraderecha buscan minar la confianza en la estabilidad y la capacidad de actuación del Estado”.

El Estado alemán anuncia que creará una unidad de seguimiento para monitorear los debates en las redes sociales que cuestionan la inmigración y/o los derechos LGBTI. También, gracias a una modificación de la ley sobre los servicios secretos, ahora se podrán cerrar cuentas bancarias y confiscar los fondos, alegando una “potencial amenaza de extrema derecha”.

Lo más increíble de esta lucha contra la “ultraderecha”, son sus métodos, que a lo largo de la historia han sido usados precisamente, por los peores ultraderechistas.

Por ese camino, criticar las guerras coloniales de los Estados “luchadores contra la ultraderecha” también será considerado un atentado a la democracia, y no puede ser considerada propaganda nazi la destrucción masiva por sus gobiernos de los monumentos a los soldados soviéticos de la Segunda Guerra Mundial.

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