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Atacar siempre, nunca disculparse

14 de noviembre de 2018

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El título de este trabajo fue siempre el axioma de Roy Cohn, el abogado-consejero del senador Joseph McCarthy, quien fue después el principal guía en la formación política del actual mandatario norteamericano, Donald Trump.

Este, a pesar de que se declara enemigo del macartismo, constituye una práctica viviente del “modo de vida” al que fue sometido el pueblo norteamericano durante seis años, pero que, abierta u oblicuamente, siempre ha estado presente. Así, Trump llamó macartistas a los periodistas que indagaban infundios sobre la inverosímil ayuda rusa para que fuera presidente.

Desde aquel entonces, y no sólo esa vez, decenas de miles de personas asociadas con la izquierda, con la simple intelectualidad o incluso el antifascismo, fueron perseguidas, puestas en listas negras o hasta obligadas al exilio en el clímax del temor anticomunista.

Roy Cohn estuvo en el centro de esa situación, y orientó a McCarthy a tener un papel más prominente en su búsqueda, la cual superó las acciones del Comité de Actividades Antiamericanas, que presidió Richard Nixon mientras estuvo en la Cámara de Representantes y que usó como trampolín político en una carrera que lo llevó primero a la vicepresidencia, a la derrota, a la Presidencia, a la desgracia y luego a la revaloración.

Pero McCarthy excedió límites a través de insinuaciones, ataques abiertos y acusaciones sin fundamento que iban de espionaje a homosexualidad transformadas en “cacería de brujas”, producidas por Cohn, quien a la caída de aquel en1954 se refugió en Nueva York, donde se convirtió en un temido abogado.

Y como abogado, uno que “no tomaba prisioneros”, que era capaz de decir cualquier cosa, porque buscaba ganar a toda costa, tuvo un impacto mayor que el que pueda pensarse sobre uno de sus clientes, el entonces joven empresario Donald Trump.

La publicación electrónica Político.com afirmó que “en los años formativos de la carrera de Trump, cuando pasó de ser un niño rico que trabajaba para su padre, empresario de bienes raíces, a un operador de primera línea por derecho propio, Cohn fue una de las más potentes influencias y contacto más útil en la vida de Trump”.

En los 13 años de 1972 a 1985, Cohn ayudó a Trump en juicios por discriminación racial, logró beneficios fiscales y “el trabajo de concreto vinculado a la mafia que hizo el hotel Gran Hyatt y los proyectos de las Torres Trump; escribió el frío contrato prenupcial antes del primero de los tres matrimonios” del hoy Presidente.

De acuerdo con Politico.com, para cada una de esas cuestiones Cohn aportó sus conexiones, su estilo público y un mandato simple: “atacar siempre, nunca disculparse”, como ya titulamos.

Ciertamente, Trump ya traía algo de ese estilo, al menos en parte, pero muchos creen que Cohn fue un ejemplo para él en la forma de comportarse públicamente, de atraer atención y beligerancia, desprecio por las cortesías y las formalidades, tanto como en la creencia del poder de la celebridad en la manipulación de la opinión pública.

Por eso, con el actual mandatario pervive el macartismo, aunque no se le identifica con ese nombre, de tal manera que se considera víctima de una cacería de brujas, cuando a quienes llama macartistas investigan sus andanzas.

Lo peor de todo esto que aunque Trump haya perdido el control de una parte del Congreso y pueda ver en peligro su ambición de reelección presidencial, no ha caído lamentablemente en balde roto el mensaje de odio y paranoia que ha dejado a millones de norteamericanos, quienes sufren los efectos tóxicos contra la inmigración y a favor de la supremacía blanca y otras formas de discriminación y racismo.

El daño más obvio ya está hecho: los efectos en el debate sobre la inmigración, un tema que debería ser el orgullo de Estados Unidos, pero que ahora, con Trump, muestra su peor cara.

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