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Asalto

6 de julio de 2020

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Los hay de muchos tipos. Como el de Jean Valjean, quien, como cuenta Víctor Hugo en “Los Miserables”, fue condenado a 30 años de prisión por haber robado un pan para dar de comer a su familia hambreada.
O el del cuento de igual nombre del recién fallecido escritor jatiboniquense Mario Verdugo (“Sangre de Jurados”), quien en sólo seis líneas nos dice como un individuo desarmado roba 20 000 pesos de un banco, contando con el terror de la cajera y la cordialidad del custodio, y “…aún perplejo, regreso a mi casa”.
Por experiencia conocemos que, cuando un ciudadano, decide robar un banco o una empresa, sabe que enfrenta por ese asalto la casi segura posibilidad de ser encarcelado. Pero cuando en un país capitalista un ejecutivo roba, defrauda, corrompe y manipula –todo un asalto– no enfrenta consecuencia alguna.
Pandemia aparte, que ha trastocado la economía norteamericana, ante toda la retórica política de que hay que hacer ajustes para reducir el déficit y la deuda gubernamental, el hecho es que no se está enfrentando ninguna bancarrota, ya que el país está inundado de recursos y efectivo, y podría haber enfrentado con tiempo a la enfermedad.
El problema es que ello no está en manos de los trabajadores y consumidores, sino en los bancos y los portafolios de los más ríos.
Charles Bergson, premiado con el Oscar por su documental Inside Job, muestra las maniobras de financieros, ejecutivos empresariales, políticos y economistas académicos que llevaron a la crisis económica más severa después de la depresión. Al profundizar su breve discurso de aceptación, dijo de los responsables de ese desastre, que tanto daño ha causado, que ni un solo ejecutivo financiero ha sido encarcelado.
No es ocioso repetir que el Premio Nobel Joseph Siglita recuerda que el 1% de los estadounidenses controlan el 40% de la riqueza de Estados Unidos, y cada año gozan de una cuarta parte del ingreso nacional. Afirma que todo el crecimiento económico en las décadas recientes sólo ha beneficiado a los más ricos, convirtiendo a EE.UU. en uno de los peores países del mundo en cuanto a la desigualdad
Es decir, las grandes empresas estadounidenses festejan en prosperidad, incluso ante la actual contracción económica y la pérdida de millones de puesto de trabajo por la epidemia del nuevo coronavirus.
La frase de Abraham Lincoln de que en su país debe haber un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, ahora es del uno por ciento, por el uno por ciento y para el uno por ciento.
Virtualmente, todos los senadores estadounidenses y la mayoría de los representantes en la Cámara son integrantes de este 1%.
Con ello, el gran empresariado y sus cómplices políticos han logrado ampliar su poder a niveles extraordinarios.
No sorprende, entonces, que mientras el Congreso y la Casa Blanca, como también gobiernos estaduales y municipales, debaten qué tanto recortar servicios sociales para los más necesitados y despedir a miles de maestros, enfermeras y hasta bomberos, como deja entrever la serie televisiva “Chicago Fire”, nadie se atreve a proponer mayores impuestos a los más ricos y las empresas, ni mucho menos fiscalizarlos por fraudes, robos y corrupción del proceso político.
Uno de los candidatos demócratas a las elecciones presidenciales de noviembre, Bernie Sanders, llevó esto con claridad en su programa político, pero el establishment le hizo abandonar su aspirantura, mientras Trump lo acusaba de comunista.
Un gran asalto sin necesidad de armas, avalado por un sistema acorde al manejo del malhechor.

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