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Algo más que una derrota

26 de agosto de 2021

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La llegada de los talibanes a Kabul, además de significar una derrota de las fuerzas militares de Estados Unidos y la OTAN, constituye el comienzo de una nueva etapa a partir del recuento de una verdadera pesadilla aún sin terminar.

A manera de escueto análisis basado en los reportes de prensa que «llueven» desde la nación asiática y, principalmente, desde los centros mundiales de poder, trataré de ordenar algunos hechos que pueden explicar esta verdadera tragedia en que Occidente ha dejado a la empobrecida nación.

Bajo la consigna de «matar por matar», pilotos de drones estadounidenses acaban de filtrar imágenes de ataques aéreos realizados por ellos en Afganistán, en los que se ve cómo asesinaron a civiles afganos, incluyendo niños.

Un piloto de un Boeing Insitu ScanEagle admitió que mató por error a dos ciudadanos afganos y a un menor mientras trabajaba con los marines estadounidenses en la provincia de Hilmand, al suroeste del país. «Mi productividad de hoy se ha desbaratado. Hemos matado a dos hombres inocentes y a un niño», relató el autor (no identificado) de la masacre.

Otro despacho noticioso recoge que un talibán liberado durante el gobierno de Barak Obama, luego de varios años detenido en la ilegal cárcel de Guantánamo, es ahora una figura clave del cambio de régimen en Afganistán, según publica The New York Post.

Se trata de Khairullah Khairkhwa, que ocupó el cargo de Ministro del Interior durante el primer Gobierno de los insurgentes antes de ser arrestado y enviado en 2002 al centro de detención y torturas, como ocurrió con decenas personas, luego de la declarada guerra contra el terrorismo, tras los atentados del 11 de septiembre.

Una tercera noticia se refiere al componente étnico de la nación  afgana, elemento primordial si se quiere buscar un verdadero diálogo, sin injerencia extranjera y una solución de conjunto a los graves problemas que atraviesa el país.

Según los datos citados por el Centro Regional de Investigación de Amenazas de Uzbekistán, los grupos más numerosos y extendidos son los pastunes con un 42% de representación, los tayikos, 27%, los hazaras, 9%, los uzbekos, 9%, los turcomanos con un 3% y los baluchis con un 2%. Otros, incluidos los nuristaníes, los pachais y los kirguisos representan un 8%, refleja un despacho de Sputnik.

No podía faltar en el contexto afgano, el tema de la corrupción, ya sea la de las autoridades del país o la impuesta por las fuerzas estadounidenses y la OTAN, que han controlado la nación y sus engranajes administrativos durante los últimos 20 años.

En uno de los tantos informes aparecidos donde instituciones internacionales —occidentales por supuesto— evalúan el comportamiento de la corrupción hasta el 31 de julio último, se lee: «Tras 20 años y 145 000 millones de dólares gastados para la supuesta reconstrucción de Afganistán, el Gobierno de EE UU tiene muchas lecciones que aprender (…) para salvar vidas y evitar despilfarro, fraudes y abusos en Afganistán y en futuras misiones de reconstrucción en otras partes del mundo».

El planeta ha comprometido en el país centroasiático 2,2 billones de dólares, que hoy parecen una inversión a fondo perdido, por no hablar de la pérdida de vida de decenas de miles de personas, afganas y extranjeras, que superan los 241000 muertos, se enfatiza.

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