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Algo más que una curiosidad

3 de julio de 2017

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Leí con interés un despacho de BBC Mundo que, con el título de “¿A dónde va el plástico que tú arrojas al océano?”, despierta, además de curiosidad, una gran preocupación y sentido de culpabilidad, si tenemos en cuenta la agresión que cada día hacen los humanos al medio ambiente.

Se trata de un seguimiento científico elaborado por Erik van Sebille, oceanógrafo de la universidad de Utrrecht, en Holanda, especializado en la circulación de los océanos.

Para que tengamos una somera idea de la gravedad del asunto, vale recordar que cada año, entre 5 y 13 millones de toneladas de plástico terminan en los océanos del mundo.

Se refleja en el despacho de la citada agencia que según estimaciones recientes, esta cifra está aumentando y se espera que, para 2050, la cantidad de plástico en los mares supere a la cantidad de peces.

Es obvio entonces que seremos los seres humanos los más perjudicados con esa acción que comete el hombre, porque esa basura en nuestros mares va eliminando esa valiosa fuente de alimentación que son los peces.

Los científicos argumentan que el plástico en los mares tarda siglos en descomponerse y ponen el ejemplo de una simple botella de ese material cuya desintegración puede demorar hasta 450 años.

El investigador holandés ha realizado estudios valiéndose de informaciones emitidas desde boyas flotantes que envían sus mensajes a centros receptores, indicando cada seis horas la ubicación y las condiciones del entorno por donde viaja la basura movida por la fuerza de las olas.

Se ejemplifica que, con esa información animada, puede verse cómo una botella desechada cerca de Acapulco, en la costa de México, puede acabar con más probabilidad en el remolino de basura del Pacífico Norte.

El basamento científico de esa investigación también aporta datos como el de los trozos plásticos que en el mar se van separando en millones de pedacitos que quedan en la superficie y luego ingieren los peces y otros animales marinos.

Otros fragmentos van directamente al fondo del mar, donde contaminan el lecho oceánico y afectan a las especies que viven en las zonas más profundas del océano, señala el despacho de BBC Mundo.

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