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Algo común

27 de junio de 2014

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El hallazgo de 162 cadáveres sin identificar en bolsas para la basura o sin protección en una fosa en Falfurrias, Texas, forma parte de lo que se ha convertido en algo común en las zonas de paso de emigrantes que cruzan la frontera de México a Estados Unidos, y revela lo poco que vale la vida de esos hombres, mujeres y niños para los delincuentes de siempre: desde los que medran para llenar sus bolsillos, hasta quienes los convierten en tiro al blanco como parte de sus prácticas racistas.
Falfurrias es una zona conocida en Texas por el alto movimiento de emigrantes que cruzan desde México a Estados Unidos. “Si pronuncian ese nombre (Falfurrias), es probable que tengamos malas noticias”, dijo Rafael Larraenza, director de Los Ángeles del Desierto, una organización dedicada a buscar a personas perdidas en su intento por cruzar la frontera.
La mala fama de la localidad se debe a lo agreste de su geografía y su tejido social, lo que se traduce en altas posibilidades de morir para los indocumentados por deshidratación o a manos de organizaciones criminales.
El número de emigrantes que han perdido la vida, en lo que algunos llaman ya la ruta de la muerte, que va desde la frontera sur mexicana hasta Estados Unidos, es incierta, toda vez que la mayoría termina como desconocido en las fosas comunes y solo en pocos casos se ha logrado identificar a las víctimas como ciudadanos que iban de paso. Pero hay una cifra reveladora:  22 000 emigrantes “desaparecieron” en el 2011.
Esta constante matanza de civiles de “raza inferior”, como son considerados, solo alarma a aquellos que explotan el voto latino en contiendas electorales, sin que hagan progresar o desbloqueen las propuestas gubernamentales para hacer valer una ley que favorece en algo a los once millones de inmigrantes ilegales en territorio norteamericano, en su mayoría mexicanos.
La situación es tal que la crisis económica que abate a Centroamérica se convierte en humanitaria, al hacer que cada vez mayor número de indocumentados traten de llegar al “sueño dorado” norteamericano. Las principales víctimas son ciudadanos de México, Guatemala, El Salvador y Honduras, quienes son el blanco de traficantes de personas, que convierten a Estados Unidos en un destino donde son sometidos a la trata sexual y trabajo forzado, incluida la servidumbre doméstica.
Esta trata humana afecta a más de 20 millones de personas, muchos de ellos menores de edad que viajan solos,  y genera ganancias por más de 150 000 millones de dólares anuales al crimen organizado.
Los reportes oficiales estadounidenses hablan de este incremento de menores de edad sin acompañantes, y uno de los documentos destaca que la verdadera emergencia humanitaria se extiende a lo largo de la ruta migratoria hacia Estados Unidos, desde los barrios azotados por la violencia en Centroamérica, las peligrosas líneas ferroviarias, centros de detención en México y los amenazantes desiertos del lado norteamericano
No obstante, no mencionan las patrullas de vigilantes racistas de los estados sureños que cazan a tiros a quienes logran cruzar la frontera, y se convierten en los principales sospechosos del genocidio y entierro masivo de sus víctimas en fosas comunes.
Dos líneas de trenes de carga que salen desde esa frontera sur hacía el norte, son las principales opciones para miles de emigrantes, dado que es menos riguroso el patrullaje que en las carreteras, aunque el viaje es físicamente peligroso y la falta de seguridad los coloca a merced de las pandillas centroamericanas, los cárteles mexicanos, bandidos, secuestradores y funcionarios corruptos.
La situación empeora y requiere de un nuevo enfoque hacia la seguridad y la migración de la zona de primer cruce, aunque la receta de Estados Unidos de colocar barreras, patrullas, soldados y tecnología puede hacer más daño que bien.
Lo cierto es que las soluciones más promisorias son aquellas políticamente más difíciles de implementar, porque el racismo dominante en el legislativo estadounidense impide una reforma migratoria integral que establezca reglas claras para obtener la ciudadanía y aborde los problema de trabajo agrícola, visa de emigrantes y de trabajo, y flujos futuros.
Las historias de los emigrantes se repiten decenas de veces: huyen de la pobreza y la violencia de sus comunidades, buscan otros horizontes para y “darles lo mejor” a sus hijos. Pronto el sueño se convierte en pesadilla,  al ser  víctima de los llamados coyotes o polleros, o de avezados tiradores que lo convierten en punto de mira y posterior alimento para los zopilotes o contenido macabro de las fosas comunes, como la hallada hace unos días en un lugar de mala fama, la localidad de Falfurrias, Texas.

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