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Al borde del abismo

3 de abril de 2014

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La lucha por el poder en Ucrania entre las diversas corrientes que alentadas, asesoradas y financiadas por Occidente depusieron al gobierno de Viktor Yanukóvich, ha sembrado la inquietud entre sus padrinos, que pretenden que el nuevo régimen golpista no solo se legitime electoralmente, sino que administre debidamente los primeros 20 000 millones de dólares inyectados a su economía.
Lo cierto es que no se ha detenido la crisis que vive Ucrania desde el pasado mes de noviembre, lo cual ha colocado al país al borde del abismo, independientemente de que las facciones autodenominadas cristianas y socialdemócratas hayan entrado en contradicción con las aun más violentas neonazis, al punto que algunos líderes fascistas han perecido baleados.
Lo cierto es que el tipo de acciones llevadas a cabo para deponer a Yanukóvich y cumplir el objetivo de cercar aun más a Rusia, debe en estos momentos eliminar el evidente sello dado por los revanchistas herederos de quienes sirvieron a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial, con el fin de ayudar a la propaganda que hizo posible el éxito de maniobras e intrigas de Estados Unidos y la Unión Europea.
Y es porque después de la euforia que vivieron al cumplirse sus planes con el levantamiento de las milicias fascistas en la plaza Maidan, los gobiernos de Washington y de sus socios de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, principalmente Berlín, Londres y París, fueron sorprendidos con la decisión del pueblo de Crimea de adherirse masivamente a la Federación Rusa, al igual que el municipio de Sebastopol, sede de la Flota del Mar Negro.
Esto último, junto con la rápida salida militar ucraniana de la península –algunos soldados y oficiales llegaron a votar por la adhesión, al considerarse más cercanos a Rusia- hizo tambalear los planes imperialistas, que pretendían ahogar la salida de esa flota por el Mar Negro hasta el Mediterráneo.
No sé qué estrategas podían desconocer que el presidente ruso, Vladimir Putin, se iba a quedar de brazos cruzados, viendo como en un territorio clave para los intereses geoestratégicos, militares y económicos de su país, se instalaba cómodamente un gobierno reaccionario, que no es más que una cabeza de puente para lograr otros objetivos de mayor alcance.
Ahora los imperialistas se muestran escandalizados, no conforme con aprovecharse de la desesperación económica del pueblo de Ucrania, con préstamos leoninos que lo llevará a endeudarse aun más.
Hipócrita y cínicamente apelan al Derecho Internacional para desconocer la genuina libertad de expresión del pueblo de Crimea y “castigar” a Rusia.
Algo difícil de creer, después de que el Imperio patrocinó a lo largo de la historia invasiones y guerras brutales que han causado cientos de miles de muertos inocentes (Vietnam, Corea, Angola, Mozambique, Afganistán, Iraq, Costa de Marfil, Congo, Haití, Granada…); de sostener e imponer dictaduras sangrientas (España, Chile, Argentina, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Guatemala, El Salvador…); de instigar una guerra brutal en Yugoslavia, incluyendo episodios de limpieza étnica para lograr su dominio en la región.
Conforme con lo anterior, y tal como denunció el secretario general del Partido Comunista de España, José Luis Centella:
“Occidente, abiertamente, sin guardar las formas, se ha decidido por el apoyo directo a la actuación de las fuerzas ultraderechistas, primando los intereses de culminar una profunda transformación de la situación en Europa, con la pretensión de destruir los lazos económicos, culturales y sociales de Rusia con una parte del pueblo ucraniano; se trata de evitar la consolidación de Rusia como un contrapoder, que dispute la hegemonía en Europa del Este a la Troika y entregar Ucrania como un nuevo protectorado de EE.UU., y la OTAN, del FMI y de varias multinacionales, a través de su sumisión a la UE”.
Por eso, lo que debería hacer Occidente es sacar sus garras de Ucrania, y no hablar de “soberanía territorial”, porque la historia siempre ha mostrado que la desconoce, cuando va en contra de los designios de Estados Unidos o cualquier otra potencia afín.

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