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Ahogando a África

25 de septiembre de 2020

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Ahogadas por las informaciones sobre la expansión de la COVID-19 ylos infundios de la prensa imperialista llegan cada vez menos lo referente a la ola de personas -principalmente de África- que tratan de llegar a las costas europeas, huyendo de las guerras, el hambre y otras formas genocidas que sacuden parte de ese continente.
En las aguas del Mediterráneo, cerca de las costas libias y marroquíes, y más al norte, en las españolas, francesas, italianas y griegas, flotan los cadáveres de las personas que no pudieron escapar del destino que les han deparado losgobiernos de la Unión Europea y Estados Unidos
Si estos quisieran acabar con la migración desesperada de tantos africanos, lo primero que deberían hacer es dejar de saquear África. Pero no quieren hacerlo, porque ellos y sus empresas son los más beneficiados. Los cambios necesarios no los harán las élites.
La cooperación internacional no puede alardear de su cooperación con los pobres de África, mientras gobiernos y empresas siguen expoliando el continente.
Y es que debe desvincularse de los intereses empresariales y comprometerse, junto con las organizaciones de la sociedad civil, para denunciar la responsabilidad de las empresas multinacionales y los gobiernos del Norte en el empobrecimiento de África.
Algo virtualmente imposible porque, sólo salvo algunas excepciones–China, Rusia y Cuba- no sólo incumplen lo anterior, sino que ni propone ni exige leyes que acaben con la evasión y los paraísos fiscales, y con otras injustas transferencias de recursos fuera de África.
Si las empresas occidentales siguen sacando miles de millones cada año mediante las industrias extractivas, los paraísos fiscales, el acaparamiento de tierras, la pesca abusiva, etc., el desarrollo de África será una causa perdida.

África es muy rica. Tiene grandes reservas mineras, la fuerza de su juventud, trabajadores cada vez más cualificados, economías en crecimiento… Sin embargo, muchas de las personas que viven en ella siguen sumergidas en la necesidad. Entre otras cosas porque el resto del mundo, en particular los países occidentales, extrae del continente mucho más de lo que envía, al mismo tiempo que impulsa modelos económicos que alimentan la desigualdad y la pobreza, a menudo en alianza con las élites africanas.
Está claro que la economía africana vive una situación de auge. Por ejemplo, si se suma el volumen de negocios de las 500 mayores empresas, se podrá comprobar un aumento enorme de las ganancias, sin aún concretarse el saqueo de las reservas minerales o, más bien, la puesta en marcha de los planes extractivos.
El valor de las reservas minerales que se encuentran en suelo africano es aún más grande: solo en Sudáfrica -calcula una fuente española- el potencial de estas rondaría los 2,1 billones de euros, mientras que en la República Democrática del Congo alcanzarían los 21 billones.
A pesar de ello, África recibió 143 000 millones de euros en ayuda, principalmente en préstamos, remesas y subvenciones, en tanto 181 000 millones salieron de ella, ya sea directamente a través de la repatriación de los beneficios por las corporaciones extranjeras (que trasladan todas sus ganancias fuera del continente) y la movilización ilícita de capitales (a través del crimen, la corrupción, la evasión de impuestos y otras actividades criminales), o por los costos derivados del cambio climático, el pago de la deuda, la fuga de cerebros, la tala ilegal, la pesca y la caza furtiva…
O sea: de un lado, ayuda y subsidios; en el otro, evasión de impuestos, robo de recursos naturales e intereses de la deuda. Es el nunca acabar, mientras África se sigue ahogando.

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