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Aberraciones letales

13 de enero de 2015

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Una visita somera a varios sitios de la prensa internacional me motiva a la reflexión. Resulta bastante difícil que un comunicador, un periodista, una persona comprometida con la verdad, pueda digerir aquel axioma de la llamada libertad de prensa occidental, de que todo es válido, aunque sea la mayor mentira.
En las lecturas que he hecho buscando la génesis de los atentados terroristas contra la publicación satírica francesa, Charlie Hebdo, me atrevo a definir dos cosas: nada puede justificar semejante acción que dejó un saldo de 12 muertos y, en segundo lugar, nunca debió utilizarse ese medio de prensa para difamar y vulgarizar a símbolos de la fe islámica como el profeta Mahoma.
Los hechos en Francia se ampliaron a otros lugares e, incluso, se han extendido por Europa, ahora con la incertidumbre de cuándo o donde podrían actuar los grupos extremistas.
Me sorprende sobremanera que este martes la gran prensa internacional publicara titulares como el de que Charlie Hebdo reapareció luego del atentado y en sus páginas expone de manera satírica y ofensiva la figura de Mahoma.
Ese reto —en mi opinión— ni hará más fuerte a la libertad de prensa occidental, ni contribuirá a que cesen las acciones extremistas por parte de fanáticos que prefieren inmolarse antes que aceptar la vulgarización de sus símbolos.
Bien podría llamarse al análisis serio y mesurado de publicaciones muy interesadas en vender su producto, quizás sin reflexionar sobre sus consecuencias.
Atacar una redacción de un semanario y disparar contra quienes allí laboran, no es otra cosa que un acto salvaje, condenable por todos y al que la humanidad debe oponerse de manera total.
Igual sucede cuando se lanza un coche bomba contra una mezquita o un centro comercial lleno de personas.
Las ejecuciones de rehenes civiles por parte del llamado Ejército Islámico que impone el terror en Irak y Siria, deben ser rechazadas por organismos, gobiernos y pueblos.
También creo que debe refutarse la forma, sádica en algunos casos, en que la prensa occidental, alimenta sus páginas o espacios televisivos y de las redes, cuando se hace eco de las más inverosímiles noticias, casi siempre echadas a rodar por intereses políticos de grupos o gobiernos.
Cuando aquellos enajenados soldados norteamericanos que habían invadido y ocupado Irak, profanaron de manera vulgar y cruel a reos que muchas veces estaban tras las rejas por el solo delito de sus facciones árabes, el hecho en sí debió recibir la merecida condena de la justicia, que debe existir dentro del reglamento de cualquier ejército del mundo.
Pero no fue así. Las imágenes de aquellos militares profanando el Islam y humillando vulgarmente a sus devotos, recorrieron el mundo como símbolo diabólico de una libertad de prensa más manipulada que real.
Nada ni nadie puede justificar las acciones terroristas que hoy se expanden como yerba mala por todo el planeta. Injustificables en igual medida son las invasiones y ocupaciones y los constantes bombardeos desde sofisticados aviones sin piloto (Drones), en remotos parajes, aldeas indefensas y poblados donde hay niños, mujeres y ancianos que casi siempre son las primeras víctimas.
Debía, en ese sentido, corresponder a una prensa responsable y ética —sean cual fuesen los intereses políticos y empresariales a que responda—, abolir de su contenido la ofensa a quienes piensan distinto y practican otra religión, y no dar cabida ni al sensacionalismo burdo ni a la mentira pagada.

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