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¡A trabajar!, algo más que un llamado

21 de agosto de 2020

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Como cada principio de mes, fuimos a comprar el hipoclorito en el «punto» que nos toca en la Calle 2 y Zapata.
Al lado de este local está el conocido rastro de materiales de la construcción en La Timba, municipio Plaza de la Revolución.
En los últimos años el citado «rastro» ha sido escenario de una lamentable imagen, que dan decenas de personas que se apostan en calles y aceras para ofrecerte la venta lo mismo de cemento que cabilla, arena… cualquier cosa.
Confieso creí que el asunto estaba «borrado» en estos meses de pandemia. Pero tuve que convencerme por mis propios ojos, cuan equivocado estaba.
Mientras esperaba el despacho del hipoclorito, me detuve a observar aquel gentío cercano. Todos parecen haber salido de un mismo atelier, pues hombres, y mujeres en menor cuantía, usaban short y pullover, algunos exhiben sus largas y compactas cadenas—me las imagino más chatarra que metal—, y al dirigirse a quienes pasamos, nos dicen con reverencia: «tío, qué buscas; seguro yo tengo lo que quieres».
Una señora que llegó a buscar su hipoclorito, me pregunta por el último y la invito a pasar primero que yo. Le comento que cuando llegué, pensé que todos aquellos que merodeaban por frente al rastro y hasta la otra esquina, eran parte de los que venían a comprar el desinfectante, que por cierto el estado cubano lo vende al irrisorio precio de un peso el litro para que todo el mundo pueda adquirirlo.
Pero la señora, de unos 70 años me llamó a la razón: «Esos son los de siempre. Los que no trabajan y viven del sudor ajeno. Los que lo tienen todo y te lo venden al precio que yo nunca podría comprar, aunque necesite reparar mi casa».
Y concluyó su animado diálogo con una conclusión, que utilizo al comienzo de esta crónica: «esa gente lo que debe hacer es trabajar. Imagínese usted cuánto podrían aportar estos vagos si se incorporan al trabajo agrícola, a la construcción, o a otros tantos frentes que necesitan mano de obra. Y esos que usted ve ahí, están fuertes y bien comidos…»
Nos despedimos luego de yo comprar el hipoclorito. Ella tomó rumbo a Zapata y yo quise pasar por frente a los revendedores. Y me di cuenta que esos que estaban allí, frente al rastro, pero también en la esquina, habían tomado calles y aceras que no les pertenecen. Su lugar debe estar en el trabajo, sea cual sea, pero no en el «invento» y la «maraña» para vivir sin aportar nada a la sociedad.

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