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Un mito que se derrumba

19 de junio de 2020

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Levantado minuciosa e intencionadamente hace más de 200 años -desde la misma aparición del país imperial-, el mito de Estados Unidos como ejemplo y supuesto defensor de los “derechos humanos” no solo hacia el resto del mundo sino dentro de sus propias fronteras, ha sido alimentado y utilizado para encubrir y justificar las violaciones y fechorías más indignas, inmorales e ilegales contra esos mismos derechos, donde quiera que el sistema imperialista yanqui y los distintos gobiernos que en cada momento lo han representado decidieron ponerlas en práctica.

Dicen que tanto va el cántaro contra la fuente hasta que se rompe, y en estos momentos -no sin dejar tras sí una larga y sangrienta secuela-, el mito hipócrita y falaz del imperialismo norteamericano como representativo y defensor de supuestos “derechos humanos” parece entrar en bancarrota definitiva gracias al régimen de Trump y vapuleado simultáneamente desde adentro y desde afuera.

Coincidiendo en el tiempo con la multiplicación de los crímenes racistas dentro del país imperial, las masivas demostraciones en su contra y la indetenible brutalidad policial, se debatirá en la Corte Penal Internacional (CPI -finalmente-, el tema de la violación de esos derechos por parte de las fuerzas intervencionistas y de ocupación yanqui, en Afganistán esta vez.

Indudablemente, esta cuestión no quedará únicamente encerrada en los límites afganos sino que se extenderá en otras consideraciones relacionadas con las violaciones flagrantes, sistemáticas y sucesivas de los gobiernos de Estados Unidos, a lo largo de una tenebrosa historia de represión interna y agresiones en el exterior4 que hoy se acentúa.

También el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en su actual sesión, debatirá los crímenes racistas y la brutalidad policial desenfrenada en el seno de la sociedad estadounidense, que han colocado a ese país al borde de un enfrentamiento civil otra vez, ahora con connotaciones sociales y políticas aún más acentuadas que en el siglo XIX.

Resulta unánime, por otra parte, la opinión de que el régimen de Trump ha exacerbado, alentado y estimulado la situación explosiva del país imperial en su afán de cortejar a los supremacistas blancos y los fabricantes de armamentos que formán parte de su base de apoyo y financiamiento electoral con vistas a su ansiada reelección.

Un discurso de odio y en esencial racista contra afrodescendientes y latinos fundamentó la doctrina trumpista desde muy temprano y entró en ejecución desde que se instalaron en la Casa Blanca, sin disimulo de ningún tipo..

Es una razón más para que el mito falaz del gobierno imperialista de Estados Unidos como supuesto defensor de supuestos “derechos humanos” -esgrimido con cinismo de una forma u otra desde 1776-, se derrumba definitivamente, tal como está sucediendo.

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