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Nace Hubert de Blanck en 1856

29 de marzo de 2013

Aunque nació en la ciudad holandesa de Utrech, el 11 de junio de 1856, el pianista, compositor y pedagogo Hubert de Blanck pertenece por derecho propio a la historia de la cultura musical cubana. Y es que, desde 1883 en que llegó por primera vez a La Habana con un notable expediente como concertista, de Blanck se estableció definitivamente en nuestro suelo, hasta su muerte, ocurrida en 1932.
Dos años después de su llegada a Cuba, o sea, en 1885, Hubert de Blanck fundó el Conservatorio de Música y Declamación, institución que elevó la pedagogía musical cubana a un nivel no alcanzado hasta esos momentos, y por cuyas aulas pasaron artistas tan notables como Eduardo Sánchez de Fuentes y Ernesto Lecuona.
Además de sus presentaciones como concertista y de propiciar la actuación de numerosos solistas cubanos y extranjeros, Hubert de Blanck desarrolló en Cuba un activo trabajo como compositor. Algunas de sus obras poseen un carácter francamente patriótico, con títulos como Paráfrasis del Himno Nacional, Himno a Martí, Canto fúnebre “A la memoria de Antonio Maceo” y la ópera Patria, basada en un episodio de las guerras independentistas. El restante catálogo de Hubert de Blanck incluye numerosas obras para piano, música de cámara, óperas, zarzuelas y canciones.
En 1895, las autoridades españolas decretaron el destierro de Hubert de Blanck por su adhesión a la causa insurreccional y su meritoria labor como tesorero de la Junta Revolucionaria de La Habana. Y es que, al decir del desaparecido musicólogo cubano Orlando Martínez, “Hubert de Blanck le dio a Cuba su destino de hombre, su carrera de artista, su talento de pedagogo, su corazón de hijo adoptivo, su inspiración creadora, su autoridad de padre: ¡Su vida toda!” . Hubert de Blanck, continúa expresando Orlando Martínez, “no fue de esos hombres a quienes se olvida, porque él fue de raza de fundadores; y los que fundan tienen el nombre en la historia, pero se les siente vivir en la obra. Porque fundar no es demasiada cosa si después no se enseña a continuar lo que se ha fundado”. “Y esa fue, finaliza Orlando Martínez, por encima de todas, la gran lección, la mejor enseñanza de Hubert de Blanck”.