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Muere Piotr Ilich Chaikovsky

29 de marzo de 2013

Entre las efemérides musicales que corresponden al 6 de noviembre, hay una que acapara la atención de los amantes de la música en cualquier rincón del planeta.
Me refiero a la que conmemora la muerte, en 1893, del compositor ruso Piotr Ilich Chaikovsky.
Y es que, desde su desaparición física hasta el presente, la figura del compositor ruso ha sufrido no pocas incomprensiones por parte de un sector de la crítica y del público. La sola mención de su nombre suele provocar posiciones extremas, con toda la relativa peligrosidad que esto conlleva.
La extraordinaria facilidad melódica, la inmediatez comunicativa y la sencillez constructiva de las partituras de Chaikovsky, sobre todo las que escribiera para ballet, han sido los costados más vulnerables y los argumentos que se han esgrimido para estigmatizar la creación del músico ruso, calificándole de banal, intrascendente y facilista.
Y si bien es cierto que toda la producción chaikovskiana no posee la misma solidez artística, hay en la obra del compositor ruso un importante sector caracterizado por la originalidad del pensamiento, la sabiduría constructiva y la auténtica emoción artística.
Chaikovsky fue un ruso que entendió el romanticismo a su manera, y no al modo eslavo. Cuando nació, hacía cuatro años que Glinka había estrenado su ópera “Una vida por el Zar”, con la que se considera que sentó las bases del nacionalismo romántico ruso, cuya senda siguieron los llamados “Cinco grandes”, o sea, Cesar Cui, Mili Balakírev, Alexander Borodin, Modesto Mussorgsky y Nicolás Rimsky-Korsakov.
Chaikovsky, en cambio, demostró un mayor apego a los procedimientos y recursos estilísticos de los compositores de Europa occidental que a la línea del “romanticismo a la rusa”.
Y si antes mencioné la existencia de un sector caracterizado por la originalidad del pensamiento, la sabiduría constructiva y la auténtica emoción artística, ese sector, grande y poderoso de la obra chaikovskiana, se encuentra, en primer lugar, en sus sinfonías y muy especialmente en las tres últimas, o sea, la Cuarta, la Quinta y la Sexta o Patética.
Si bien es cierto que, desde el punto de vista sonoro, la creación de Chaikovsky no constituye un nuevo “manifiesto” sobre la manera de orquestar, hay en estas obras momentos de verdaderos hallazgos; y la solución tímbrica de algunos pasajes y acordes adquieren un sello típicamente chaikovskiano, con lo que el compositor ruso logró una manifestación sonora tan personal y característica, como la de su escritura melódica y la de sus desarrollos temáticos.
Y respecto a la tan vapuleada música de ballet escrita por Chaikovsky, lo cierto es que hasta su aparición en el panorama de la Rusia imperial del siglo XIX, los ballets que se estrenaban en San Petersburgo solían tener música de compositores de segunda línea, como Minkus y Drigo.
Fue con Chaikovsky que aparecieron las primeras partituras para ballet escritas por un gran compositor. De ahí que de los cientos de ballets musicalizados por esas otras figuras menores, sólo algunos han traspasado las barreras del tiempo, los tres escritos por Chaikovsky, o sea, El lago de los cisnes, La bella durmiente y Cascanueces, no sólo se mantienen en los repertorios de todas la Compañías, sino que siguen siendo un ejemplo de gran música romántica escrita para ballet.
Piotr Ilich Chaikovsky murió en circunstancias no suficientemente esclarecidas aún, a la edad de 53 años. Y eso ocurrió en San Petersburgo, hace 114 años, UN DIA COMO HOY.