ribbon

Muere el pianista Arturo Rubinstein

29 de marzo de 2013

Cuando el 20 de diciembre de 1982, los teletipos se disputaban la fatal noticia, muchos pensaron que por lo avanzado de la edad del artista, el hecho no podía producir el impacto de una catástrofe. Pero la magnitud artística de Arturo Rubinstein, reforzada por una de las carreras más largas de toda la historia de la interpretación musical, rodeó la noticia con toda la emoción que produce la caída de un ídolo.
Y es que, para varias generaciones de amantes de la música y, sobre todo, del piano, Rubinstein fue una especie de símbolo único, como Caruso lo fue para los fanáticos de la ópera, Toscanini para los del arte orquestal o Anna Pavlova para los del ballet.
También se ha discutido sobre lo que influyó en esa popularidad el hecho de que Rubinstein entró a la vida artística en los momentos del gran auge del disco y de la radio, pero otros, igualmente, tuvieron esa misma suerte sin igual resultado.
Los críticos discutieron entonces, y podrán hacerlo ahora y mañana, si Rubinstein hacía un buen Beethoven o si daba lecturas convincentes de Schumann. Pero, el gran público mantuvo siempre sus preferencias por las grabaciones de Rubinstein, tocara lo que tocara. Sin embargo, nadie ha puesto jamás en duda la autoridad suprema de Rubinstein como intérprete de la música de su compatriota Federico Chopin, para la cual resultaba especialmente apropiada la bravura e impetuosidad del temperamento del pianista, unido a su poético y refinado lirismo.
Como hombre, Rubinstein fue un auténtico bon vivant; un incansable anfitrión y organizador de fiestas y actividades sociales; y un fluido conversador en numerosos idiomas, incluidos el ruso, el español y casi todas las lenguas europeas. En Hollywood, Rubinstein tocó para varias bandas sonoras del cine norteamericano, entre las que se encuentran las de los filmes “Siempre te amaré”, de 1946; “Canción de amor”, del 47 y “Canción nocturna” del mismo año.
Rubinstein también apareció en la pantalla grande, representándose a sí mismo, en los filmes “Carnegie Hall”, del 47 y “Hombres y música”, del 51.
También existe un muy valioso documental sobre la vida del artista, realizado en 1975 bajo el título “Arturo Rubinstein: Amor de vida” , así como el conmovedor “Rubinstein en los noventas”, que fue transmitido en 1977 con motivo del nonagésimo aniversario del nacimiento del pianista.
Rubinstein recibió en vida incontables honores y condecoraciones, entre los que destacan la de Miembro de la Academia de Bellas Artes de Francia y de la Legión de Honor; la Orden “Polonia restituta”; la Medalla de Oro de la Sociedad de la Filarmónica Real de Londres, así como muchos doctorados concedidos por las más prestigiosas instituciones docentes de los Estados Unidos.
En 1976 le fue conferida la “Medalla de la Libertad”, por el entonces presidente de los Estados Unidos, Henry Ford; y en el 74 quedó instituido en Israel el Concurso Internacional de Piano que lleva su nombre.
Durante los últimos años de su vida, Arturo Rubinstein fue afectado por la retinosis pigmentaria y, aún cuando quedó ciego, su característica alegría de vivir no disminuyó un ápice y se mantenía siempre ocupado. Por esa época, es decir, en 1973, su editor le escogió a una especie de secretaria que lo ayudó a organizar y luego publicar la autobiografía del artista, la cual se editó en Nueva York, en ese mismo año, bajo el título “Mis años jóvenes”. Luego, en el 80 apareció la segunda parte, titulada “Mis muchos años”.
Arturo Rubinstein fue pasando suave y dulcemente hacia la muerte en su apartamento, como el pianissimo final de un Nocturno de Chopin, o sea, ritardando, morendo…….El músico había expresado su deseo de ser enterrado en Israel; su cuerpo se incineró en Suiza y las cenizas fueron llevadas en avión hasta Jerusalem, para ser enterradas en un emplazamiento separado en el cementerio, ya que las leyes judías no permiten la incineración.

El extraordinario y legendario pianista polaco-norteamericano falleció en Ginebra, a los 95 años de edad, en 1982, UN DIA COMO HOY.