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Federico Chopin terminó la creación de su serie de 24 preludios para piano

29 de marzo de 2013

Como se sabe, el compositor polaco Federico Chopin dedicó al piano casi toda su producción artística: esa vasta creación pianística que constituye un trascendental aporte e la historia del piano, así como un valiosísimo legado al romanticismo musical. Sin embargo, algunas obras específicas del catálogo de Chopin poseen una dimensión más relevante por sus méritos técnicos y expresivos. Y entre esas obras especialmente importantes de Chopin se encuentra, precisamente, la serie de 24 Preludios para piano, Op. 28.
Los Preludios fueron escritos por Chopin a lo largo de siete años. Los primeros proceden de la estancia del compositor en la ciudad de Stuttgart, mientras que los últimos corresponden al verano de 1839, durante la temporada que el músico pasó en la isla de Mallorca, en compañía de George Sand.
Si bien el término Preludio, por su propia significación, había servido hasta entonces como preparación, antecedente o preámbulo de otra u otras formas o piezas, Chopin, en cambio, lo utilizó para designar una pieza completa en sí misma, despojándola de su antiguo sentido preparatorio o antecedente de otra cosa. En ese sentido, los Preludios de Chopin crearon una forma absolutamente nueva en la historia musical, tanto por su independencia como por su libertad de estructura y expresión.
Y fueron esas características las que hicieron del Preludio, a la manera chopiniana, un vehículo idóneo para la manifestación de sentimientos y emociones íntimas y subjetivas, tal como lo deseaba el ideal romántico.
Aparte de sus valores técnicos y de su excelente escritura pianística, los Preludios de Chopin son un verdadero muestrario emotivo. Cada Preludio difiere de los demás en su atmósfera afectiva y en su universo espiritual.
Algunos son brillantes y virtuosos, a manera de Estudios para piano; otros son breves ráfagas con la fugacidad de una rápida imagen que no llega a cuajar; algunos, por el contrario, llevan un sentimiento hasta sus últimas consecuencias. Los hay felices y exaltados, pero también melancólicos y hasta depresivos. Pero, sin dudas, es casi imposible encontrar en la historia de la música tal cantidad de sentimientos en una menor unidad de tiempo. Por eso Robert Schumann los llamaba “plumas de águila”.
Y, a manera de conclusión, les diré que nadie podrá considerar que posee una básica experiencia musical, si no ha escuchado, aunque sea una sola vez, la serie completa de los 24 Preludios para piano, de Chopin, esa que el compositor polaco terminó de escribir durante su estancia en Mallorca, hace 169 años, UN DIA COMO HOY.