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Werner Herzog, el cineasta peregrino, en La Habana

10 de marzo de 2017

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Werner Herzog fue calificado por el célebre crítico italiano Gian Luigi Rondi como como el autor más genial del joven cine alemán. Corrían por entonces los años setenta del Siglo de Lumière y ya este hombre –que se inventó el apellido Herzog y trabajó dos años de noche en la cadena de montaje de una fundación de Munich para pagar Hércules, su primer cortometraje–, había legado obras antológicas como Aguirre, la ira de Dios, no por gusto escogida por la Cinemateca de Cuba para inaugurar el pasado 8 de marzo en el cine 23 y 12, una retrospectiva que fue presentada por él. El cineasta manifestó su orgullo de estar por primera vez en la Isla, invitado a impartir un taller práctico en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños para un total de 55 alumnos (de una cifra de 500 que lo solicitó), y una clase magistral el próximo sábado 11 a las 6:00 p.m. en la propia sede capitalina de la Cinemateca. Las funciones de esta retrospectiva, que abarca una docena de títulos, están programadas a las 6:00 p.m. hasta el domingo 19.

“El cine es mi modo de comunicación con los otros –declaró a Rondi en su entrevista–. Siempre me fue difícil expresarme con palabras. Cuando niño, permanecía siempre callado. Los otros niños se burlaban de mí hasta hacerme llorar. Soy de monólogos, el diálogo me traba. Además del diálogo, con el cine busco siempre, en profundidad, las razones de estas perturbaciones, de estos condicionamientos. Será una utopía, pero con el cine trato de responder justamente a las interrogantes sobre el absurdo de todo cuanto nos rodea. Pero también realizo otra búsqueda, y es la de una nueva gramática, un nuevo tipo de imágenes”.

Esas perennes búsquedas han conducido a Herzog a exploraciones disímiles de la condición humana en los más distantes espacios geográficos desde su primer largometraje, Signos de vida, que cumple medio siglo este año, hasta su más reciente obra de ficción o documental. En esta categoría incursiona una y otra vez cuando la ficción le resulta insuficiente para abordar alguno de los tantos temas y personajes que le apasionan. Nombres como Stroszek, Aguirre, Kaspar Hauser, Woyzeck, Fitzcarraldo… y el del mítico actor Klaus Kinski no tardaron en tornarse familiares para los cinéfilos por haberlos inscrito en la historia del séptimo arte. Película tras película, Herzog no solo se renueva, sino que nos sumerge en complejos viajes hacia la memoria, el silencio, la oscuridad o la realidad de los sueños, en la cual, a su juicio, radica la verdadera fuerza del cine. Como su Fitzcarraldo, no pocas veces ha corrido el riesgo de enfrentar obstáculos y caminar en el borde entre dos abismos sin caer.

Aprovecho para recomendarles el extraordinario documental Carga de sueños (Burden of Dreams, 1982) de Les Blank que registra la filmación de esa obra maestra, no menos delirante y alucinada que la propia ficción, en el cual expresa a la cámara: “Yo hago cine porque no he aprendido a hacer otra cosa. Hasta cierto grado, es todo lo que sé hacer. Y es mi obligación, porque esta es quizás la crónica interna de quiénes somos, y somos nosotros quienes debemos articularla. Si no, seríamos como vacas en el campo”.

La Cinemateca de Cuba propicia este primer encuentro personal con Werner Herzog, cineasta imprescindible, quien se define como un “peregrino descalzo y un buen soldado del cine” gracias a Black Factory Cinema, la Escuela Internacional de Cine y Televisión, la Embajada de la República Federal de Alemania y el Instituto Goethe.

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