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Un regalo inolvidable

30 de junio de 2017

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El público asistente, a la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, recibió Un regalo inolvidable, el único concierto que ofreció en La Habana, la Orquesta Sinfónica de Stanford, bajo la batuta de la Maestra Anna Wittstruck, el pasado miércoles 28 de junio en horas de la noche.

El programa titulado “La música que baila”, abrió con la actuación de la Orquesta de Cámara de La Habana, dirigida por la Maestra Daiana García, que interpretó con un limpísimo lirismo que rayó en lo sublime la Serenata en Mi menor, Ophus 20 para cuerdas del compositor inglés Edward Elgar (1857-1934).

Seguidamente hizo su entrada los jóvenes integrantes de la Orquesta Sinfónica de Stanford, que desde su fundación el 16 de diciembre de 1891, ha estado integrada por estudiantes, quienes se destacan por su talento para la música, prometedoras figuras en este campo, pues previamente al ingreso en dicho colectivo artístico pasan por una rigurosa audición, y actualmente son estudiantes de bachillerato y de “postgrados en diferentes disciplinas académicas”.

 

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La orquesta, dirigida por la Maestra Anna Wittstruck, “profesora asistente del Departamento de Música de Stanford, donde completó recientemente su Doctorado en Musicología”, ejecutaron de forma impecable, la difícil Sínfonía No. 7 en La menor, Opus 92, en tres movimientos, del compositor, director de orquesta y pianista alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827), que produjo en el auditórium un entusiasmo alucinante al escuchar, cómo músicos netamente juveniles se acercaban de forma certera a una perfecta y emotiva interpretación orquestal de la partitura original.

Después de un corto intermedio, la Orquesta Sinfónica de Stanford retornó nuevamente al escenario con dos armonías diametralmente diferentes: primero, la breve pero sugestiva pieza con aires de modernidad “Xenofobo: en Memoria de la Democracia” del norteamericano Mark Applebaum, de la que Anna Wittstruck, dio una explicación, antes de la interpretación, del por qué el autor la creó, y la segunda, la Suite No. 2 para Orquesta, “El Pájaro de Fuego” del “compositor y director de orquesta ruso, uno de los músicos más importantes y trascendentes del siglo XX”, Igor Fiódorovich Stravinsky (1882-1971), cuyos tres movimientos, “Danza infernal de Kashchei”, “Berceuse” y “Finale”, les llegaron mágicamente al público, que en silencio vibró al compás de los brillantes acordes logrados por los juveniles artistas norteamericanos.

 

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Y el epílogo no pudo ser mejor: se unieron al colectivo foráneo los del patio, que iniciaron el espectáculo en una unísona ejecución del Guaguangó del maestro cubano Guido López-Gavilán, interpretación que brilló por el sonido refinado y el color de las sonoridades que los músicos le impregnaron a los que se les sumó –para aseverar el título del programa: “Música para Bailar”–, los Ballets Infantil y Juvenil, así como la Unidad Artística Docente de Lizt Alfonso Dance Cuba, cuyos agradables y cronometrados bailables nos hizo pensar, dado el nivel escénico que han alcanzado, que en nada se diferencia del elenco principal de la Compañía a la que pertenecen.

 

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Finalmente, los presentes de pie tributaron una cerradísima y emotiva ovación a todos los artistas que intervinieron en este regalo inolvidable que nos ofreció la generación más joven de un país, encarnado en la Orquesta Sinfónica de Stanford, la cual, a pesar de las injustas y negativas posiciones de algunos, siempre será bien recibida por nuestro pueblo que ama la cultura del suyo y que así ese día se lo demostraron.

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