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Salvador Wood: el elogio oportuno de todos los cubanos

3 de junio de 2019

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Certero resulta el juicio del intelectual Abel Prieto cuando, al prologar un libro reciente dedicado a Salvador Wood, comentaba que «pocas veces se ha dado en la cultura cubana una fusión tan perfecta del más alto y brillante talento junto a una conducta ejemplar como ciudadano y principios y valores realmente admirables».

Al concluir ese texto introductorio al volumen Salvador Wood, una vida llena de recuerdos, de Rolando Álvarez Estévez y Marta Guzmán Pascual, afirmaba que este hombre –que acaba de fallecer, en La Habana, a los 90 años de edad– era dueño de un «extraordinario legado artístico y moral, de raíz hondamente martiana y fidelista».

De formación autodidacta, Salvador Wood, nacido en Santiago de Cuba, el 24 de noviembre de 1928, logró desarrollar, a lo largo de varias décadas, una notable labor actoral en la radio, el teatro, la televisión y el cine, para así quedar no solo en la memoria agradecida de varias generaciones, sino también en la propia historia de la cultura cubana de entre siglos.

«A esta profesión –aseguró en cierta ocasión– se llega por vocación. Lo que distingue a un buen profesional es el amor a lo que se hace. En mi profesión creo en una cosa por encima de todo, y es la sinceridad. Un actor, con toda la teoría que posea, con todos los grandes maestros que le hayan enseñado, si no posee un concepto de la sinceridad, el trabajo no tiene sentido».

Vinculado desde muy joven a la radio, ya en 1943 interpretaba a uno de los ocho estudiantes de medicina, vilmente asesinados por el gobierno colonial español en 1871, y, dos años más tarde, en 1945, llegaba al teatro, en el papel de Don Luis Mejías, en la obra clásica del teatro romántico español Don Juan Tenorio, de Zorrilla.

A la televisión –medio en que desarrollaría una fructífera carrera profesional– se vinculaba, ya establecido en la capital de la isla, en 1952, para actuar en un programa de Paco Alfonso, en el Canal 2, bajo la dirección de Jesús Cabrera, espacio en que por primera vez interpretaría un personaje campesino.

 

Salvador Wood en la película "La muerte de un burócrata"

Salvador Wood en la película “La muerte de un burócrata”

 

Aunque sus primeras incursiones en el cine –otro medio de incuestionable trascendencia en su vida artística– datan de 1957, sus actuaciones memorables serían mucho después, en filmes como La muerte de un burócrata (1966), de Tomás Gutiérrez Alea; El brigadista (1977), de Octavio Cortázar, y La gran rebelión (1982), de Jorge Fuentes.

«Salvador –rememoraba Jorge Fuentes– es de esa vieja escuela de actores que se orienta rápido y con el texto aprendido llega al ensayo todavía dialogando con el guion, pero con una idea concreta de la construcción del personaje. Nunca me pidió un tiempo para concentrase desde que se convirtió en el viejo campesino, ni se molestó porque lo interrumpiera para consultarle o pedirle algo».

Si como actor, Salvador Wood será recordado por su enriquecedor legado a la cultura cubana de su tiempo y del tiempo por venir, tampoco deben olvidarse los firmes principios que siempre guiaron su acción, en defensa de la libertad, independencia y soberanía de la patria, desde los días de la lucha contra la tiranía batistiana, que lo llevaron al exilio en otras tierras.

Difícil será olvidar, igualmente, sus enérgicas batallas, luego de la victoria popular de enero de 1959, desde el movimiento sindical y desde la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), a favor de salvaguardar, promover y atesorar el arte y la cultura cubanos, como expresión genuina de la identidad de la nación.

 

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El Premio Nacional de Televisión, el Premio Nacional de Radio, la Distinción Por la Cultura Nacional, la Medalla Conmemorativa 30 y 40 Aniversario de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba son algunos de los numerosos galardones que avalan el quehacer de este hombre.

Un hombre también fundador de una hermosa familia de creadores –la actriz Yolanda Pujols, su esposa; el actor Patricio, su hijo, y la profesora universitaria e investigadora del arte caribeño Yolanda, su hija–; un hombre que ha recibido, por su arte y por su vida, la admiración, el respeto, el reconocimiento, el elogio oportuno, de todos los cubanos.

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