“Pedro Blanco, el negrero”: un contexto histórico que nunca debemos olvidar
19 de febrero de 2019
| |Fotos: Thays Roque Arce
Volver al pasado; sumergirnos en historias que nos antecedieron y que, a la vez, forman parte de nuestro presente porque de ellas venimos. No podemos negar que somos fruto de ese decursar del tiempo, como nosotros los seremos de las futuras generaciones. Y precisamente, para que esa memoria, la nuestra, la del día a día, no quede en el olvido es que escritores e investigadores como María del Carmen Barcia nos devuelven, con sus textos, aquella realidad que nos pertenece.
Gracias también a Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, ha salido el texto “Pedro Blanco, el negrero. Mito, realidad y espacios”, de la autoría de Barcia. ¿Reapropiación de una figura ya plasmada en la literatura o verdadera ubicación en su contexto de un personaje histórico? Esa es la pregunta que muchos ya se formulan al leer este nombre, pues de seguro muchos se remontan a la novela del escritor cubano Lino Novás Calvo, “Pedro Blanco, el negrero”, considerada obra precursora de la vanguardia literaria latinoamericana.
“Yo no partí de la novela para escribir el libro”, nos confiesa María del Carmen Barcia, en declaraciones exclusivas a nuestra emisora, quien nos dice que en sus últimos trabajos de investigación, por determinados motivos, empezó a trabajar la trata negrera, y le empezaron a surgir cuestiones vinculadas no solo a Pedro Blanco, sino a otros factores, como el hallazgo de mucha documentación.
“Desde luego, como todo historiador que trabaje la sociedad, siempre voy a la literatura. Me había leído la novela hacía muchos años, pero volví a ella porque actualmente hay una reinterpretación de Novás Calvo no solo en Cuba sino a nivel mundial, donde se le ha empezado a ver como el primero en acercarse al realismo mágico, incluso antes que Alejo Carpentier”, afirma Barcia.
La obra literaria y toda la investigación realizada le permitió a la autora darse cuenta de que Pedro Blanco – hombre real que nació en 1794, en Málaga, España – fue una figura realmente excepcional por tantas razones. Por solo citar algunas: hizo un heliógrafo en África para detectar la entrada de los barcos negreros; realizó una organización específica en la zona de Gallinas – territorio de las costas de África dedicado al tráfico negrero –, que era donde él estaba y ocupada por los franceses por muchos años; fue dueño de un gran ingenio en Cuba comprado por sus albaceas.
Blanco, considerado paradigma de los negreros hispanos, tuvo también una vida personal muy compleja. Las relaciones con su hija Rosa, una mulata, y las consecuencias que esta trajo; la forma en lo que lo veían los grandes negociantes; su casa de negocios y el libro – uno de ellos se conserva en el Archivo Nacional –, nos van develando un mundo que le permitió a Barcia ubicarlo entre el mito que era, la realidad que la investigadora iba encontrando y los espacios en que él había vivido (los de su infancia y juventud en Málaga hasta los espacios finales en Barcelona, donde muere).
Todo esto está reunido en este volumen que, al decir de la también profesora titular de la Universidad de La Habana y catedrática de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz, está redactado no solo para el historiador avezado, sino para cualquier lector, como lo haría un narrador, un novelista. Un volumen estremecedor desde su primera página pues refleja también un contexto histórico que nunca debemos olvidar.
Y es que para Barcia, la esclavitud es el gran tema de la historia de Cuba: “Se puede hacer una historia política, una historia de las guerras, pero la esclavitud subyace en todo. Es nuestra base de sustentación como lo es también la presencia española, porque son nuestras dos grandes raíces”.
Para Cira Romero, presentadora del texto y autora del prólogo de esta edición, con “Pedro Blanco, el negrero. Mito, realidad y espacios” estamos en presencia de un libro que deshoja, paso a paso, el infame comercio de esclavos, visto desde la óptica de una historiadora apoyada en uno de aquellos tratantes, que si no fue el más singular, fue el único que se afincó para siempre en la narrativa cubana.
Si todas estas razones expuestas aún no le han incitado a buscar este volumen – y ahondar más en nuestra historia para conocernos más –, quiero terminar esta nota como mismo concluyó Romero su presentación: con el final escrito por Barcia. No hay mejores palabras que estas, para los que prefieran la vida novelada de Blanco, que sin dudas lo fue, o la aproximación histórica:
“Pedro Blanco falleció ignorado por los que lo reconocieron y alabaron en su etapa de prosperidad, sus restos se depositaron en una tumba común, muy distante de aquella de mármol negro que imaginó y sin la inscripción en bronce que había propuesto, tal vez premonitoriamente: «Y aquí la modesta resignación cristiana y filosóficamente recomendada contra la ingrata fidelidad». En cierta medida, su vida fue resultado y reflejo de una época pletórica de sordidez y transgresiones”.
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