Las primeras jornadas del Festival de Cine de La Habana
7 de diciembre de 2015
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Las primeras jornadas del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano han convocado a numerosos espectadores. La lluvia que a ratos cae sobre la ciudad no ha sido obstáculos para disfrutar filmes de diversos géneros y temáticas, ni para que los cines se repleten.
El clan inauguró la fiesta. La película del argentino Pablo Trapero narra la sorprendente historia de una familia que, bajo el disfraz de paz y tranquilidad, esconde una empresa de secuestros, extorsiones y asesinatos. Basada en hechos reales, con la buenísima actuación de Guillermo Francella, una banda sonora que va creando atmósferas inquietantes, y una cámara que se mueve a buen ritmo para develar el horror que cuenta. Con récord de taquilla en su país, precedida por el León de Plata en Venecia y propuesta al Oscar, es una de las fuertes candidatas al Premio Coral.
Desde Chile llegó El club, una película contundente, fruto de la inspiración de Pablo Larraín, donde se aborda la situación de un grupo de sacerdotes que no pueden seguir ejerciendo por los pecados cometidos: pederastia, tráfico de niños, abuso del poder, entre otros horrores. Alejados del resto de la Humanidad, la llegada de otro cura transformará sus vidas. Excelentes actuaciones las de todo el elenco, pero quiero resaltar la de Alfredo Castro, actor que ha protagonizado otros filmes de Larraín y que aquí se merece otro Premio Coral.
Lo que lleva el río es un hermoso relato de Mario Crespo sobre la necesidad de una mujer indígena de romper con las tradiciones ancestrales para, como reitera con frecuencia, aprender las letras. Con un imponente entorno natural como escenografía y con una banda sonora de canciones en idioma warao, la película también trae una historia de amor con trágico final a la cual se sobrepone la protagonista, perseverando en su empeño de vivir plenamente. Es un retrato del conflicto entre la tradición y la contemporaneidad, entre la forma de vivir que atiende el ritmo de la naturaleza y aquella que desdeña las enseñanzas de la madre Tierra.
Debo decir que ni con credencial del evento pude entrar a la presentación de Bailando con Margot, la ópera prima de Arturo Santana, porque el cine 23 y 12 resultó pequeñísimo para tanto público deseoso de verla. Pero en la cola que hice escuché sugerencias. Algunos recomiendan ver El acompañante, de Pável Giroud. Otros dicen que Tokío, de Argentina, es bellísima. Aquel afirma que Magallanes se puede ver. Las colas son uno de los termómetros más eficaces para orientarse entre tantas propuestas, imposibles de abarcar en solo diez días.
Como cada diciembre, hay cine del bueno, para todos los gustos. Tan solo se extrañan las notas de José María Vitier que han acompañado siempre la imagen del Festival. Ojalá que el próximo año podamos emocionarnos al escucharlas otra vez.
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