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La familia cubana: ¿matriarcal?

9 de mayo de 2021

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Doctora Patricia Arés, jefa del Grupo de Estudio sobre la Familia de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.

 

«La madre cubana es madre». Podemos pensar que es una frase hecha, que intenta ser inteligente o elude una argumentación más clara y profunda o, por el contrario, que resume una visión de la mujer de esta isla, síntesis de una vocación histórica y cotidianamente demostrada.

La dijo uno de los entrevistados cuando buscábamos opiniones en las calles de La Habana, como parte del preámbulo para esta conversación de Ciudad Viva con la doctora Patricia Arés, jefa del Grupo de Estudio sobre la Familia de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.

«Nuestra sociedad es eminentemente matriarcal. Aunque el peso de la economía de la familia no se apoya solo en la mujer, el peso del trabajo está basado principalmente en ella. Trabaja en la calle, se ocupa en lo fundamental de la crianza de los hijos, de los quehaceres domésticos». Fue una opinión recurrente, con matices.

Alguien comentó que «con la emancipación de la mujer, a veces hay muchos niños descarria­dos, porque antes las madres se quedaban en casa y los atendían desde que se levantaban hasta que se acostaban. Ahora tienen que trabajar, y luego cocinar, hacer las tareas con el niño… A veces una mujer es muy integrada y llega muy tarde y debe dejar el hijo a la abuelita, que está cansada, o al papá. Y no es igual, realmente la que lleva la tradición en la educación es ella. Yo me aprendí los boleros de los años cuarenta porque mi mamá me los cantaba para dormirme».

No faltó la imagen de la madre protectora. «A veces llegan a ser ciegas con los hijos, no les ven los defectos, los apañan, son madres antes que mujeres, aunque toda regla tiene su excepción», y «es como la gallina, que quiere tener a los pollitos debajo de ella; es también madre con el esposo. Es una característica nuestra que es innata».

Tampoco faltó el tradicional debate de los sexos, la visión binaria de cocina versus taller. «La mujer ocupa un papel importante en la sociedad cubana porque trabaja en la calle y en la casa… Pero no es que se le haya impuesto esto. Muchas se lo autoimponen, porque el hombre entra a la cocina y le dicen: “Eres un cazuelero” (lo que equivale a decir entrometido). No sé si es que el hombre es machista por tradición o la mujer lo ha hecho machista».

 

Doctora, ¿es eminentemente matriarcal la familia cubana?

 

De una u otra manera, aunque con distintos puntos de vista o perspectivas, todas las personas han resaltado la importancia de la madre en la familia cubana y lo que implica para la familia la presencia de una madre, porque realmente es verdad que las mujeres hemos sido socializadas para ser madres por excelencia; para, de alguna manera, estar pendientes todo el tiempo de nuestros hijos, nuestros padres, los enfermos… para mediar en los conflictos, tratar de ser el líder emocional que cuida y preserva a todas las personas dentro del hogar.

 

Foto: Ismael Francisco / Cubadebate

Foto: Ismael Francisco / Cubadebate

 

Yo diría que la familia cubana es no matriarcal, sino «matricéntrica»; es decir, por cultura, hemos ido rompiendo la ideología patriarcal. El modelo en el que el padre era la cabeza legal de la familia, la autoridad suprema, el líder más importante desde el punto de vista económico, ha ido siendo desmontado, se ha ido desconfigurando, y ha cambiado la posición de la mujer en el hogar y en la sociedad: es el 38 % de la fuerza laboral, el 53 % de la fuerza técnica del país, ha adquirido un protagonismo social muy importante y se ha elevado su nivel educacional y científico. En ese contexto, se ha transformado su manera de dirigir la familia y concebir la pareja. Nosotros tenemos una gran diversidad de familia, pero, dentro de esa diversidad, la mujer sigue siendo la protagonista.

 

¿Pudiera abundar más en esa definición: «matricéntrica»?

 

«Matricéntrica» por la centralidad. La mujer ocupó un lugar preponderante desde el punto de vista de las tareas domésticas, la educación de los hijos, pero una vez que ha crecido en autoridad social adquiere, de vuelta, autoridad en la familia. La presencia de la mujer es protagónica en la familia cubana, no solo de la madre, sino también de la abuela. Hay, incluso, un incremento de familias de jefatura femenina monoparentales, donde la mamá es el único progenitor presente pues el papá no lo está por situaciones posdivorcio, porque el niño ha sido fruto de una relación incidental o de un embarazo adolescente, entre otras razones.

Por eso siento que ha habido un incremento de la «matricentralidad». Es bastante frecuente en Cuba encontrar familias donde hay tres generaciones, todas femeninas. La abuela ha perdido a su esposo por viudez o divorcio; la madre no tiene pareja por divorcio u otras razones, y están las hijas. Esa es una familia «matricéntrica». En ese hogar la autoridad es matriarcal porque no existe una figura masculina para tomar decisiones o ayudar en la crianza de los hijos, o, si existe, es de una manera periférica, no convive direc­tamente. Ha habido un aumento del protagonismo de la mujer. Ya no depende del papá para tomar decisiones ni educar a los hijos, no pide permiso; se ha roto un poco la cultura del respeto supremo al padre o al hombre, reflejada en expresiones como «deja que tu papá llegue», «hay que consultarlo con tu papá», «si tu papá no da el permiso, no»…

Hemos ido rompiendo esquemas que eran tradición y ha emergido una familia donde la madre es una madre presente, donde hay madres múltiples, donde aparecen la abuela o tías en funciones maternas. Los hijos tienen a su alrededor una gran cantidad de figuras femeninas disponibles y no siempre es de la misma manera con el padre, lo cual no quiere decir que no haya familias nucleadas donde el padre y la madre están presentes.

 

Algunos siguen pensando hoy que son excluyentes, en el caso de la mujer, la casa y el empleo fuera del hogar.

 

Foto: Irene Pérez / Cubadebate.

Foto: Irene Pérez / Cubadebate.

 

Yo creo que las mujeres cubanas hemos demostrado que se puede conciliar la vida laboral con la vida familiar y la educación de los hijos. Hay que hacer malabarismos, pero es posible. Los tiempos dedicados a uno y otro ámbitos tienen que alcanzar unos equilibrios importantes para que la mujer pueda no solo ser madre, sino también alcanzar la realización personal, profesional, que la hace una madre más integra, que puede brindar más riqueza y cultura a sus hijos.

Las mujeres cubanas nos hemos hecho especialistas en lograr ese equilibrio, en tratar de encontrar tiempo para todo: para el trabajo y los hijos. Cuando hay desequilibrio, se refleja en los niños. Cuando se dedica tiempo excesivo a la esfera laboral y apenas a los hijos, cuando la madre centra su vida en el ámbito profesional y descuida el desempeño escolar de los niños, hay desequilibrio. En casos como esos, hemos visto en consulta que los niños no se desarrollan bien o tienen determinados problemas. Pero hemos visto a mujeres muy exitosas. ¿Que tiene un costo para ellas? Sí, lo tiene. Terminan extenuadas, a veces están estresadas… Pero si de algo hemos sido representantes las mujeres cubanas, es justamente de lograr ese balance entre todas las esferas de la vida.

 

Doctora, ¿puede suceder que la mujer, en el afán de ser lo más autosuficiente posible, lo más capaz posible en todos los ámbitos de la vida, se desgaste y acomode a los hombres y a la sociedad a ser ella la que asume la mayor parte de las obligaciones?

 

Foto: AIN.

Foto: AIN.

Sí. Pienso que es una dialéctica entre lo asignado y lo asumido. Por cultura, hay una asignación a la mujer de que la madre es lo más importante que se tiene en la vida; que es aquella persona abnegada, sacrificada, que todo lo da; que lo que no hace una madre no lo hace nadie; que la madre cuida mejor a sus hijos… Hay una asignación y la mujer la asume por tradición o cultura. En ese sentido, tiene que aprender a ser una madre diferente. Tiene que ir permitiendo la entrada a otras personas en la vida del niño, dando otra participación al padre en la vida emocional del niño. A veces los papás están en una situación medio periférica, donde se acude si hay algún problema, pero, si no, es realmente la madre quien piensa que tiene que resolverlo todo y que es la persona efectiva en las cuestiones del hijo.

Hablo de un aprendizaje para romper la idea tradicional que se tiene de la madre e incorporar y dar participación a otras personas. A veces la mamá delega más fácilmente en su madre, la abuela del niño, que en el papá. Hay que ir cambiando la representación de lo que significa una buena mamá, porque a veces esa «buena mamá» hace niños tiranos, demandantes, que no crecen, porque ella cree que tiene que hacerlo todo por el niño –vestirlo, lavarle los dientes, darle la leche, arreglarle la mochila…– y no le da la autonomía suficiente; el niño no aprende a hacer las cosas por sí mismo, se hace dependiente y no es protagonista de su propia vida. Una buena mamá es aquella que deja crecer, que incorpora y hace significativa la presencia de otras personas en la vida de sus hijos. Hay que ir aprendiendo nuevas maneras.

 

En las entrevistas en la calle escuchamos opiniones muy diversas, pero queremos que nos comente sobre estas: «Las mujeres nos pasamos la vida quejándonos de que los esposos y los hijos no nos ayudan, pero cuando los hombres empiezan –como decimos vulgarmente– a “meter la cuchareta en el lavado”, a involucrarse en la limpieza de la casa, enseguida protestamos y no nos gusta cómo limpiaron o cómo quedó la ropa, porque sentimos que están invadiendo nuestro feudo»; «hay por ahí una onda de la emancipación de la mujer y yo lo veo como un poco de feminismo y machismo a la vez.

No es un problema de empoderarse la mujer sino de tomar el lugar que le corresponde. Los trabajos más duros de la sociedad los hace el hombre, se sabe que físicamente hay diferencias entre el hombre y la mujer. Es muy importante que tengan igualdad de oportunidades; si hoy cocino yo, mañana cocinas tú», y «el papel de la mujer es cada día más importante, no avanza más porque muchas veces es más machista que el hombre; guarda en sus costumbres, en sus pensamientos, formas de épocas anteriores que no se borran fácilmente, pero en algunas esferas la mujer se ha ido incorporando y el hombre lo ha ido aceptando, y ella también se ha aceptado».

 

Comentarios como esos evidencian que los cubanos y las cubanas estamos conscientes de la necesidad de promover cambios y tener una conciencia crítica de cuán importante es que en la familia exista igualdad de oportunidades, de participación, de derechos (al descanso, a vivir la vida familiar sin agobio, sin excesos de carga ni de exigencias). Hay conciencia crítica sobre la necesidad de un cambio; el problema es que cambiar es difícil.

 

Realmente la tradición pesa. El siglo xx fue renovador en muchas áreas de la vida femenina, pero en Cuba hubo un marcado cambio de perspectiva a partir de la década de los sesenta.

 

Los investigadores coinciden en que el cambio en la posición y el protagonismo de la mujer, tanto a nivel social como en responsabilidades académicas, científicas, culturales, ha tenido un impacto importante en la familia. Hubo expresiones de defensa de los derechos de la mujer antes de 1959, pero la evidencia más grande de la transformación en la estructura familiar ha sido posterior a la Revolución por ese movimiento tan impresionante que ha protagoni­zado la mujer desde el punto de vista social, que ha repercutido en su forma de hacer pareja y vivir la familia.

Es difícil asimilar los cambios porque venimos de una fuerte herencia cultural patriarcal, judeocristiana, hispánica, que todavía está presente en las tradiciones familiares, en la manera de concebir la maternidad y la posición de la mujer en la familia. Uno mira una foto familiar y la mujer no está en la cabecera de la mesa del comedor, sino a la diestra del hombre, más cerca de la puerta de la cocina; si uno mira la foto de una pareja, la mujer siempre recuesta la cabeza en el hombro de su compañero y es el hombre quien le pasa el brazo por encima…

Por muchísimas tradiciones, nosotros vemos que todavía la cultura patriarcal está presente, y hay necesidad de cambio. La mujer quiere cambiar y también quiere cambiar el hombre; lo que sucede es que la mujer quizás quiere más cambiar al otro que cambiar ella misma. A veces quiere que el esposo la ayude, que participe, pero le cuesta trabajo –como decía una de las entrevistadas– desprenderse, darle participación al hombre, romper esa idea de «feudo», porque de vuelta tiene un placer, o una ganancia secundaria al asumir esas características. A veces eso también da placer, satisfacción; muchas mujeres son felices cuando se sienten imprescindibles para los hijos y el marido. Si está lejos y llama por teléfono y le pregunta al padre y al niño: «¿Cómo se las han arreglado?», y ellos responden: «Bien», su primera reacción puede ser: «¿No me extrañan? ¿Ya no me quieren, no me necesitan?». Porque muchas veces ella se siente socializada al ser para los otros, entregarse, ser imprescindible para los demás, como muestra esa frase de madres y abuelas: «¿Qué va a pasar en esta casa el día que yo no esté?», por la sensación de que los demás no pueden prescindir de nosotros, de que somos el centro y lo más importante. La mujer tiene que aprender a delegar, a dar participación al padre, al esposo, al compañero, a los hijos adolescentes; sobre todo, al adolescente varón, a quien muchas veces no da responsabilidades: «Lo tuyo es estudiar, déjame a mí con las cosas de la casa», y así va poniendo a su hijo en una posición de negligencia y después se siente cansada, pero, al mismo tiempo, muy bien de seguir siendo esa persona tan importante en la vida de los demás.

 

 

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Realmente es difícil para muchas mujeres liberarse de esas contradicciones.

 

Sí, es muy difícil y hay que estar todo el tiempo jugando con múltiples mensajes. Porque también llegan mensajes de las generaciones anteriores que te dicen: «¿Qué clase de mamá eres que vas a un curso y dejas a tus niños en manos de otras personas?». Y te empiezan a culpabili­zar. Y tienes que saber cómo lidiar con la culpa del cambio. Eso también perturba, ¿no?, genera ciertas ansiedades: «¿Estaré obrando bien?». Yo creo que ninguna madre ha dejado de hacerse esas preguntas: «¿Seré realmente buena mamá? ¿Estaré actuando bien?».

Hay una característica común a una gran cantidad de mujeres cubanas, sobre todo cuando tienen multiplicidad de tareas y roles que cumplir. Es un sentimiento y una sensación de sobrecarga. Yo creo que la liberación de la mujer no está realmente en salir a trabajar, sino en salir desde otro lugar familiar. Porque la mujer sale e incorpora una nueva responsabilidad y sigue asumiendo la casa como feudo y todas las demás responsabilidades.

La incorporación al trabajo ha representado una carga más; por eso yo abogaba antes por lograr un reequilibrio de esas cargas, administrar las cuotas de entrega y sacrificio incondicional que la mujer siente que debe dar en todos y cada uno de los ámbitos de su vida. Es parte de la estrategia de sobrevivencia de la mujer ir aprendiendo a manejar la vida familiar delegando, pidiendo o exigiendo de alguna forma participación de los demás, no censurando ni criticando a los otros porque no lo hacen tal y como ella quisiera que lo hicieran; rompiendo un poco la idea de casa que ella tiene, porque a veces la mujer tiene una idea de orden, de estética, de cómo se cocina o se lava, y cuando otra persona la va a ayudar, ella hace múltiples recomendaciones, llega a obstaculizar. En muchos casos, habla en posesivo de su casa, de sus hijos: «Me saca malas notas», «no me quiere comer», «búscame al niño», «ve bañándome al niño», «veme botando la basura», «córtame los plátanos»… Habla en posesivo como si todo eso solo tuviera que ver con ella, mientras que los demás solo le brindan colaboración, ayuda.

 

Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate

Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate

 

Los cambios sociales siempre van mucho más aceleradamente que los cambios en las ideas. Todavía vemos a mujeres que asumen en la vida pública actitudes totalmente diferentes a las que tienen en su vida privada. Y pasa con los hombres también. Vemos hombres que en el centro de trabajo son sumamente considerados con las mujeres, les regalan flores, hacen el café, lo sirven, hacen maravillas… pero cuando llegan a la casa son de las cavernas. Y puedes encontrar a una mujer que le exige al marido de la hija que la ayude, pero cuan-do su hijo está ayudando a la esposa, dice que es una desconsiderada que lo tiene trabajando.

 

Como decíamos, pesa mucho la tradición…

 

Quizás programas como este pueden contribuir. Los medios tienen una influencia muy grande, y debates de este tipo ayudan a las personas a tener otra manera de pensar. Por ejemplo: «Bueno, ¿qué quiero yo para mi vida? ¿Quién soy como mujer, como mamá? ¿Cómo me puedo mover de lugar? ¿Cómo puedo lograr un hogar más estable y feliz?». Es bueno reflexionar porque pasamos cursos para todo pero no un curso para ser mujer, ni nos dan diploma de mamá. El diploma nos lo da la vida, lo dan los hijos, que, por cierto, no vienen con un manual de instrucciones. Uno va aprendiendo sobre la marcha.

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