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Jubileo por Ingrid Bergman

4 de agosto de 2015

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Fotograma de “Intermezzo”

Fotograma de “Intermezzo”

La edición número 68 del Festival de Cannes en mayo pasado seleccionó para su cartel promocional una imagen resplandeciente tomada por el famoso fotógrafo David (Chim) Seymour a Ingrid Bergman, que iluminara la historia el cine. Si en 1993 escogieron una fotografía de su beso hitchcockiano con Gary Grant en “Notorius”, ahora es un homenaje por el centenario del nacimiento de esta extraordinaria actriz sueca, nacida en Estocolmo el 29 de agosto de 1915. La Cinemateca de Cuba se une a este jubileo con la programación de una retrospectiva con gran parte de su filmografía en la Sala Charlot del cine Charles Chaplin desde el sábado 1º de agosto y que abarcará todo el mes en las funciones habituales de 2:00 y 5:00 p.m. Para el día 11 a las 4:30 p.m. está programada en el cine 23 y 12, sede de la Cinemateca, la inauguración oficial de este tributo con una exposición fotográfica sobre la eminente actriz en colaboración con la Embajada de Suecia en Cuba.
Ingrid Bergman obtuvo su primer éxito al encarnar a una joven pianista que mantenía relaciones con un violinista casado en el drama romántico “Intermezzo” (1936), dirigido por Gustaf Molander. La repercusión internacional provocó que el productor norteamericano David O’Selznick decidiera financiar una nueva versión de la cinta, pero quería a la misma intérprete. Era desconocida en América, pese a poseer una merecida reputación en su país por sus actuaciones teatrales e intervenir en cinco filmes, desde su debut en el pequeño personaje de una mucama de Hotel en “El conde del Puente del Monje” (“Munkbrogreven”, 1934), dirigida por Edvin Adolphson.
Para persuadirla de viajar a Hollywood, Selznick envió a Estocolmo a su emisaria Catherine Brown, pero Ingrid Bergman no era fácil de convencer, ni de sucumbir a la tentación de un efímero contrato; sin embargo, el productor no estaba dispuesto a una rendición y su persistencia trajo el resultado que esperaba. Ingrid aceptó viajar a Estados Unidos con la intención de actuar en una sola película y regresar a Suecia. El remake de “Intermezzo” (1940), lo realizó Gregory Ratoff, con Leslie Howard como pareja de la Bergman. Era completamente distinta a las estrellas, con una cautivante frescura y una luminosa atracción que no podía compararse a ninguna otra actriz de Hollywood, ni siquiera a su coterránea Greta Garbo, importada varios años atrás. El público amó a esa muchacha de apariencia natural, como también al conmovedor filme, para muchos inolvidable. Pero ella volvió a su país para otra película. “No quería que se viera que no me sentía atada a Hollywood”, declaró al crítico italiano Gian Luigi Rondi en una entrevista muchos años después.
Aquel triunfo la estimuló a firmar un contrato por siete años. Su innata belleza nórdica, desprovista de maquillaje, y su impacto emocional se combinaron para crear una nueva personalidad en la pantalla. Ella fue, al momento, sensible, ardiente, inteligente, llena de una casi nerviosa energía y una alegre y torrencial elocuencia, dotada de una intangible feminidad. Era la chica ordinaria, sin artificios, con quien la mayoría de las mujeres podrían identificarse, y en eso consistía su secreto. Así la describió un escritor: “Es también de fácil conversación, elegante, sofisticada, y hermosa como un mágico cuento. Posee un rostro de una total mujer radiante de felicidad”. La publicidad acuñó la frase: “Una de las más adorables leyendas”. Realicemos un flashback hacia los años 40: cuando Ingrid Bergman arribó a Los Ángeles resistía a que la encasillaran en el mismo papel y desafiar así las costumbres hollywoodenses.

Fotograma de “El hombre y la bestia”

Fotograma de “El hombre y la bestia”

A pesar del clamoroso debut en el cine norteamericano, Selznick no sabía qué hacer con su nueva “protegida” y la rentaba a otros estudios “como si fuera un automóvil”, se quejó la Bergman. Actuó con poca fortuna para la Columbia en “Los cuatro hijos de Adán” (“Adam had Four Sons”, 1941), de Gregory Ratoff, y para la Metro- Goldwyn-Mayer en “Alma en la sombra” (“Rage in Heaven”, 1941), de W. S. Van Dyke, que no trascendieron. Su segundo filme para la MGM fue “El hombre y la bestia”, versión de Victor Fleming sobre “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, de Robert Louis Stevenson. Ingrid Bergman luchó y consiguió cambiar su papel original de la “buena noviecita” con Lana Turner. En su lugar prefirió interpretar a la prostituta víctima del monstruoso Mr. Hyde. Fue un punto de cambio en su incipiente carrera, a juicio de Curtis Brown en un libro sobre la actriz, irreconocible por el público en ese personaje. En la comedia “La exótica” (“Saratoga Trunk”, 1945) cambió el color de sus cabellos.
En “La luz que agoniza” (“Gaslight”, 1944), dirigida por George Cukor, encarnó a la mujer que observa, temerosa, disminuir la intensidad de la iluminación de gas, como parte de una pérfida maquinación de su esposo (Charles Boyer) para hacerle creer que es una demente y apoderarse de las joyas. Su intensa interpretación la hizo merecedora de su primer premio Oscar. Con el francés Boyer actuó además en “Arco de triunfo” (“Arch of Triumph”, 1948), de Lewis Milestone, según la novela homónima de Remarque. Al referirse al actor, Ingrid recuerda un perpetuo problema: su elevada estatura. En el caso de Boyer, de talla física muy inferior, relata cómo él, al igual que otros compañeros de actuación —con excepción del alto Gary Cooper en “Por quién doblan las campanas” (“For Whom the Bell tolls”, 1943) y “La exótica”—, estaban obligados a subirse en una caja para poder besarla, aunque ella siempre se quitaba los zapatos.

Junto a Cary Grant en “Notorious”

Junto a Cary Grant en “Notorious”

Durante esa década del 40, luego de intervenir como la superiora de un convento en “Las campanas de Santa María” (“The Bells of St. Mary’s”, 1945) de Leo McCarey, sobresale su asociación con Alfred Hitchcock, el mago del suspenso, en la trilogía “Cuando habla el corazón” (“Spellbound”, 1945), “Interludio” (“Notorious”, 1946) y “Atormentada” (“Undern Capricorn”, 1949). Junto a Fleming, era uno de sus directores preferidos: “Nunca lo olvidaré —expresó ella—. Fue uno de mis verdaderos amigos. Cuando tuve que salir de Hollywood, él fue uno de los pocos que me comprendieron”.
Pero de todos los filmes en que actuó en ese decenio, “Casablanca” (1942), realizado por Michael Curtiz, es indudablemente el que más popularidad adquirió y siempre se le evoca con nostalgia. Al principio la escogida para el papel de Ilsa era Hedy Lamarr, actriz checa que seguramente habría transmitido su hieratismo y frialdad, pero nada de la sugestión que caracterizó la interpretación plena de matices de la Bergman. Su labor no es eclipsada en modo alguno por el brillante elenco encabezado por Humphrey Bogart en un rodaje complejo en donde nadie conocía con quién ella terminaría en el desenlace que se reescribía una y otra vez, como todo el guion. “Bogart y yo no sabíamos qué haríamos al día siguiente. Esto provocó no pocos problemas entre el director y el productor”, confesó. Y mientras el negro Sam toca al piano la melodía “As Time Goes By” que Ilsa le solicita, el norteamericano duro intenta interrumpir esa música evocadora del romance en París.

Fotograma de “Casablanca”

Fotograma de “Casablanca”

Aunque “Casablanca” constituyó todo un éxito y devino un clásico, Ingrid Bergman tenía una especial predilección por un filme que, sin embargo, no alcanzó la resonancia que esperaba: “Juana de Arco” (“Joan of Arc”, 1948), dirigido por Victor Fleming. Siempre quiso personificar a la doncella de Orléans, luego de leer casi todo lo publicado sobre el personaje y de asumirla en los escenarios. La cinta más bien ardió en la pira de la crítica, pero ella no se desanimó y volvió a encarnarla en “Juana de Arco en la hoguera” (“Giovanna d’Arco al rogo”, 1954), filmación del oratorio de Arthur Honegger y texto de Paul Claudel, realizada en Italia a las órdenes de su temperamental cónyuge: Roberto Rossellini. El impacto que suscitó a la Bergman el visionado de “Roma, ciudad abierta”, la incitó a escribirle para manifestarle su ferviente deseo de ser dirigida por él. Viajó a Roma y el tórrido romance surgido entre ellos durante el rodaje de “Stromboli, terra de Dio” (1949), la borró del firmamento hollywoodense. Una campaña de la prensa puritana la acusó de adúltera por abandonar a su marido sueco, el dentista Peter Lindstrom, y a su hija. La pareja Bergman-Rossellini tuvo tres hijos: Robertino y las gemelas Ingrid e Isabella.

Fotograma de “Te querré siempre”

Fotograma de “Te querré siempre”

El cineasta italiano trató de aprovechar al máximo el talento de ella en películas disímiles: desde “Su gran amor” (“Europa 51”), el episodio del gallo en “Nosotras las mujeres” (“Siamo donne”, 1953), “Te querré siempre” (“Viaggio in Italia”, 1954) y “Ya no creo en el amor” (1956). Cierto sector de la crítica cuestionó que no resultaron de la categoría de una actriz de tal envergadura y de un realizador tan notorio. Otros las conceptuaron, amén de sus valores, entre las más endebles y menos exitosos de sus respectivas filmografías, si bien “Viaggio in Italia” ha sido reconsiderada. La asociación artística terminó cuando Ingrid aceptó la propuesta que le ofreció Jean Renoir, su amigo más querido residente en Hollywood, para “Las extrañas cosas de París” (“Elena et les hommes”, 1957), nostálgica evocación de la “belle epoque”.
(Continuará)

 

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