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Juan Padrón: imaginario y memoria

1 de abril de 2020

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Juan Padrón en el espacio El Elogio Oportuno en la librería Fayad Jamís en enero de 2017, en ocasión de su aniversario setenta.


¡Duele mucho en la tierra un alma buena!
José Martí

 

La vida tiene paradojas que, a veces, resultan incomprensibles y, peor aún, absurdas. El último 24 de marzo, coincidiendo con la fecha que recuerda el aniversario 61 de la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), se anunciaba que el conocido y reconocido animador cinematográfico e historietista Juan Padrón se despedía de la vida.

La noticia, a pesar de la compleja situación dentro y fuera de la isla ante la terrible pandemia que azota a la humanidad, no dejó de entristecer y conmover a quienes, en Cuba y en otras latitudes del mundo, gracias a su arte, cabalgaron junto a Elpidio Valdés y su caballo Palmiche por los campos de la Cuba insurrecta o rieron aterrorizados por las aventuras de los vampiros en La Habana.

 

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Juan Padrón en el espacio El Elogio Oportuno en la librería Fayad Jamís en enero de 2017, en ocasión de su aniversario setenta.

 

La hoja de servicios a la cultura cubana de Juan Padrón –nacido en Coliseo, Matanzas, en 1947– es extensa y fecunda. Los comienzos hay que buscarlos en las páginas de varias publicaciones periódicas humorísticas –como El Sable y Dedeté–, en que aparecieron sus series –entonces no siempre entendidas en su real dimensión– protagonizadas por comejenes, vampiros, verdugos…

Luego llegaría el cine, ese arte que, al conjugar armoniosamente la imagen y el sonido, logró, a la vez, cautivarlo y deslumbrarlo, hasta convertirlo, sin quizás proponérselo, en un creador de imprescindible referencia cuando se pretenda escribir no solo la historia del dibujo animado en la isla, sino también la propia historia del cine en la mayor de Las Antillas.

 

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Juan Padrón en el espacio El Elogio Oportuno en la librería Fayad Jamís en enero de 2017, en ocasión de su aniversario setenta.

 

Esa pasión por el séptimo arte queda evidenciada con solo revisar rápidamente la filmografía que Juan Padrón legara a su tiempo y al tiempo por venir: más de sesenta cortos y cinco largometrajes llevan su huella, entre ellos la aplaudida serie Filminutos y el también aplaudido filme ¡Vampiros en La Habana!, atesorado este último, por cierto, en las colecciones del Museo de Arte Moderno (MoMA), de Nueva York.

No es posible olvidar, lógicamente, a ese personaje que, nacido hace más de medio siglo, llegaría a integrarse al ser y el sentir de los cubanos, por la gracia, frescura y desenfado con que contaría –en especial a los niños, pero también a todos aquellos que quisieran escuchar la historia– pasajes de la lucha de los cubanos contra el yugo colonial español.

 

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Juan Padrón en el espacio El Elogio Oportuno en la librería Fayad Jamís en enero de 2017, en ocasión de su aniversario setenta.

 

Porque Elpidio Valdés, el valeroso, inteligente y simpático mambí, protagonista junto a su caballo Palmiche, de insospechadas aventuras, lograría trascender la gran pantalla para así convertirse en todo un símbolo de raigal cubanía y entregar lecciones de lealtad, compromiso y fidelidad a la patria amada.

No solo el cine le preocupó, y ocupó, a Juan Padrón. Le interesó, igualmente, que sus guiones fueran transformados en libros en soporte de papel y así es posible «ver», en letra impresa, las historias de Elpidio Valdés contra dólar y cañón, Cómo me hice Pepito el corneta, ¡Vampiros en La Habana! y Vampirenkommando.

 

Vampirenkomando

 

Es cierto que recibió reconocimientos y honores –numerosos galardones en festivales internacionales y el Premio Nacional de Cine y de Humor, ambos por la obra de la vida–, pero pude comprobar cómo le complacía dialogar con los niños, sus privilegiados espectadores, y ese era, indudablemente, el mayor estímulo a su empeño artístico.

¿Qué más recordar para rendir justo tributo a la memoria de Juan Padrón? Otras anécdotas y remembranzas pudieran, de seguro, evocar su personalidad. En este recuento me asalta, sin embargo, otra rara paradoja. Ahora que ya no nos acompañará, pienso que se ha cerrado un capítulo y, a la vez, se abre otro nuevo capítulo.

Ya, ciertamente, no esperaremos nuevos episodios en que, desde la magia de la sala oscura, Elpidio Valdés, junto a su tropa, siga luchando para conquistar, con su afilado machete, la libertad de la isla; ni que lleguen otros libros que cuenten las insólitas y divertidas peripecias de los vampiros por cualquier punto de la geografía del mundo.

Otro nuevo capítulo, este sin cierre anunciado, acaba de abrirse. Ahí están, por y para siempre, Elpidio, Pepito el corneta, María Silvia, Palmiche, Eutelia, Pepe von Drácula y su hijo Pepín… y, claro, acompañados de Juan Padrón. Y están, y estarán, porque ya son parte del imaginario y la memoria de la nación cubana.

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