Gracias por todo, Leal
12 de septiembre de 2025
|Fotos: Néstor Martí
Distinguidas autoridades.
Colaboradores, compañeros de trabajo, amigos de Leal y todos aquellos que nos acompañan con motivo de la ocasión.
Un abrazo especial para Javier, su hijo, que como siempre está aquí recordando la memoria de su padre.
Deseo expresar mi gratitud a la dirección de la Oficina del Historiador de la Ciudad por la invitación para decir unas palabras en tan señalado día. Lo hago no en razón de mi responsabilidad estatal y política, sino por la condición de amigo de Eusebio.
Mucho me honran, conociendo que también otros podían hacerlo. Atesoro varias de sus sentidas dedicatorias y cartas que en más de una ocasión me dirigió.
Leal me acogió como uno de sus amigos, tal vez el último de ellos y así lo hizo saber. En los últimos 15 años de su vida tuve el privilegio de sellar una amistad que trascendió al ámbito familiar. Como prueba de ello, me designó por testamento como su albacea, mandato que cumplí con lealtad a su voluntad.
Fueron tiempos de muchos encuentros, intercambios, apoyos, consejos, confesiones y complicidades, de lo humano y lo divino. Difícil de olvidar.
Para preparar estas palabras volví a su reencuentro, a sus libros, entrevistas, discursos, escritos en distintas publicaciones y que, como siempre, impresionan y nos conmueven.
Como cada año en esta fecha, el recuerdo de Leal nos convoca, precisamente aquí, en el otrora Palacio de los Capitanes Generales, Museo de la Ciudad de La Habana, lugar por donde comenzó a labrar su fecunda obra.
A este sitio, en agosto de 1959, llegó Eusebio. Un joven de apenas 16 años, con muchas inquietudes y deseos de abrirse mundo.
Apenas unos meses del triunfo revolucionario que lo arrastró en su torbellino. El antiguo Ayuntamiento Municipal se transformaba en una nueva estructura administrativa, y Eusebio es ubicado en el Departamento de Ingresos. Le impresionaba toda la actividad que allí se desarrollaba, en particular, me contaba, la cantidad de abogados que trabajaban y casi todos de apellidos compuestos e ilustres. En ese entonces apenas tenía un 4to. grado de escolaridad.
Duros años habían pasado desde su nacimiento en que su madre Silvia, sola con él, trabajaba las labores domésticas para apenas sobrevivir. Leal debe abandonar la escuela en 5to. grado para apoyar a su mamá y así realiza pequeños trabajos, entre ellos mensajero de farmacia.
En esos primeros momentos de su llegada al Gobierno Municipal conoce al ilustre Historiador de la Ciudad, el Dr. Emilio Roig de Leuschering, y a su esposa María Benítez Rojo. Este encuentro cambió para siempre el rumbo de su vida. Roig lo impulsó en la lectura de la historia y él le correspondió. Estudió por sí mismo y, de manera regular, se incorporó a la Educación de Obreros y Campesinos y alcanzó el 6to. grado. Con orgullo recordaba que ese título de graduado le había sido entregado por el líder obrero Lázaro Peña.
Leal participó en la Campaña de Alfabetización en 1961 en barrios de La Habana y formó parte de las Milicias Nacionales Revolucionarias.
Al morir el Dr. Roig en 1964, al que siempre se refería como su «maestro y predecesor de feliz memoria», la Oficina del Historiador parecía que concluiría su existencia. Más de uno advirtió que allí terminaba todo. La interrogante era ¿cómo entregar esa oficina a un joven advenedizo y sin titulación alguna?
Solo que la tenacidad y el ímpetu de Leal, unido al apoyo de María Benítez, lo impidieron. De esa forma logró ser nombrado oficialmente como Historiador en 1967, con apenas 25 años y siendo un «impreparado», como solía decir.
A la par de sus estudios históricos de manera autodidacta, su primera tarea fue convertir el Palacio de los Capitanes Generales en el Museo de la Ciudad, al abandonar la Administración Municipal ese inmueble, lo que se logra en 1969.
Serían años de duros trabajos, en los que Eusebio no era solo el director, sino también un obrero, aparecía removiendo escombros, carretilla en mano, trasladando ladrillos, en fin, un verdadero constructor. Tiempos en los que algunos le tildaban de loco, aunque reconocían que era muy trabajador.
Rememoraba Eusebio que en una ocasión recibirían en el museo la visita de la entonces Ministra de Cultura de la Unión Soviética. En ese momento se encontraba en restauración la calle de madera y Leal colocó un cartel que señalaba «Obra en reparación». Hasta él llegó un funcionario, nunca me dijo su nombre, supongo un burócrata de turno, y le dijo que la calle debía estar lista para la visita, sin aceptar los argumentos lógicos del historiador. Pocos días después se apareció con camión y un vehículo cilindro para llevar a cabo el asfaltado. Leal se acostó en la calle y dijo que únicamente pasando sobre su cuerpo podían realizar aquel disparate. De ese modo, logró salvarla.
Esos años le ganaron la simpatía de muchos intelectuales, políticos y dirigentes revolucionarios. Leal siempre recordaba en especial a Celia Sánchez, a Haydée Santamaría y Aida, su hermana, René Rodríguez Cruz, Antonio Núñez Jiménez, Carlos Rafael Rodríguez, Raúl Roa García, Armando Hart Dávalos y Alfredo Guevara, entre otros.
Mantuvo intercambios permanentes con los principales historiadores, como José Luciano Franco, Hortensia Pichardo y su esposo Fernando Portuondo.
En esos primeros años de la década del 70, en que ya el Museo de la Ciudad acogía varias de sus salas más importantes, entre ellas la de las Banderas, conoció a Fidel y a Raúl Castro, en algunas de sus visitas con delegaciones extranjeras.
Leal se enfrentaba a otro problema de envergadura y que, de algún modo, podía limitarlo en el futuro. No tenía título universitario. Ya tenía un reconocimiento en Cuba y en el exterior por sus múltiples trabajos y conferencias, pero no contaba con estudios académicos oficiales.
En 1974 solicita su ingreso a la Universidad de La Habana para cursar Licenciatura en Historia. No había antecedentes de alguien sin estudios de bachiller o de lo que se llamaban estudios de nivelación pudiera acceder a la educación superior.
Ilustres juristas del ámbito universitario fueron consultados, como los profesores Tirso Clemente, Miguel Ángel Cabrera Benítez, Delio Carreras Cuevas y Julio Fernández Bulté, los que emitieron sus criterios para encontrar una solución. Leal contaba con avales escritos a su favor por José Luciano Franco, Juan Marinello, Francisco Pividal Padrón, Mariano Rodríguez Solveira, Manuel Rivero de la Calle, el capitán René Pacheco Silva (Director de la Oficina de Asuntos Históricos de la Secretaría de la Presidencia), Antonio Núñez Jiménez y Raúl Roa García.
Fue sometido previamente a un tribunal de la Escuela de Historia, presidido por el Dr. Sergio Aguirre e integrado por las doctoras María del Carmen Barcia y Berta Álvarez, el que de manera unánime recomendó su ingreso excepcional, atendiendo a los conocimientos históricos que había alcanzado de manera autodidacta.
La primera pregunta del presidente de ese tribunal quedará grabada para siempre en su vida. ¿Qué buscas en la Universidad? Respuesta: «Busco la sabiduría y la vida eterna». Muy profética.
Así le acoge el Alma Mater. Ingresa en septiembre de 1975.
En la Universidad también enfrenta nuevas tribulaciones. Eusebio siempre recordaba sus tiempos en ella, sus dificultades para entender la filosofía marxista, en particular las categorías del materialismo histórico y dialéctico, sus ausencias continuas por razones de trabajo y, sobre todo, el apoyo de sus compañeros, en especial, el de Raida Mara Suárez, su fiel escudera y una verdadera hermana para él. Destacaba sobremanera en las asignaturas históricas.
Se gradúa, finalmente, como Licenciado en Historia en febrero de 1980.
La otra parte de la historia, dura también para él, es tal vez más conocida.
De gran regocijo para Cuba fue la inclusión por la UNESCO en 1982 del Centro Histórico de la Cuidad de La Habana y su sistema de fortificaciones en la Lista del Patrimonio Mundial. La labor de Eusebio en ese logro fue encomiable, lo que dio un nuevo impulso a la labor de rescate patrimonial.
Una pequeña anécdota personal. Corría el año 1981, me encontraba cursando el onceno grado en la Escuela Vocacional Lenin y nuestro profesor de Cultura nos llevó al Museo de la Ciudad. Para muchos era nuestra primera visita a dicha institución. Allí nos recibió Eusebio Leal, un desconocido para todos, quien luego de darnos una explicación de las principales salas, compartió sus ideas de lo que sería la transformación de La Habana Vieja en un centro cultural y el nuevo epicentro de la vida de la capital. Puedo asegurarles que todos nosotros nos quedamos con mucho escepticismo, es más, cuestionábamos esas ideas. Nos preguntábamos cómo abandonar El Vedado y la Rampa para retornar a esa Habana Vieja, oscura y descolorida.
Leal era consciente de que para avanzar con mayor celeridad en la obra restauradora se necesitaban más recursos.
Un hito trascendente sería la aprobación por el Consejo de Estado, de la mano del Comandante en Jefe, del Decreto-Ley 143 de 1993, mediante el cual se implantó un modelo único para el manejo y la gestión y restauración patrimonial de un centro urbano, ejemplo para el mundo, como reconoció la UNESCO.
Recordemos como antecedente que Fidel, durante la Cumbre Iberoamericana de Cartagena de Indias, Colombia, en 1993, tras sobrevolar el Centro Histórico de dicha ciudad preguntó a Leal: ¿Qué más podemos hacer por La Habana Vieja? Su respuesta: «Reforzar el principio de autoridad». Así se hizo.
Como él explicara, se unió a la tenacidad y el empeño, el apoyo y la voluntad política para emprender esa labor. No bastó con ello, Fidel le autorizó un préstamo de un millón de dólares, que a los dos años multiplicaron los recursos a tres millones. La Oficina, religiosamente, no solo honró ese compromiso, sino que cada año entregó a Fidel un millón de dólares, lo que es también expresión concreta de una positiva gestión financiera y administrativa. A mediados de la segunda década del 2000 los ingresos totales de la Oficina superaban ya en muchos millones aquella cifra inicial.
Leal tenía una visión social y humana de la restauración patrimonial y de la revitalización integral, y ello fue clave en la labor de la Oficina. No se trataba solo de transformar un inmueble de valor histórico, o un museo, o un área determinada. Era imprescindible acompañarlo de la transformación de la vida de la gente y que esta fuera parte de la obra y se beneficiara de ella.
Ahí están como ejemplos su programa de viviendas, incluido el Malecón habanero, las escuelas, el Hogar Materno, el Centro para niños discapacitados, el Centro para la atención de ancianos en el antiguo Convento de Belén, entre otras significativas obras.
Desde el Centro Histórico desarrolló una importante labor de promoción y fomento de la cultura, que lo convierten en un verdadero mecenas. En sus museos creó aulas para los estudiantes e instituyó un programa sociocultural amplio y diverso en cada una de sus instituciones.
No hay manifestación de la cultura artística que no contara con su apoyo. De ello pueden dar fe la Basílica del Convento de San Francisco de Asís, la sede de la compañía de danza Liszt Alfonso, o la de Isabel Bustos (Compañía Danza-Teatro Retazos), la Orquesta sinfónica del Mozarteum de La Habana, los importantes artistas plásticos que cobijó, las galerías, los disímiles festivales que promocionó, entre otros.
Como historiador, Leal nos deja una obra de incuestionable valor. Tenía una visión muy clara al abordar los estudios históricos. Negaba los absolutismos y maniqueísmos. Era contrario a los dogmas preestablecidos. Siempre repetía que a la historia debía entrarse con la cabeza descubierta, con respeto y objetividad. Examinó, desde una mirada muy propia y con fundamento, buena parte de los más álgidos temas históricos cubanos y universales. El análisis de nuestros próceres de las guerras independentistas: Céspedes, Agramonte, Maceo, Gómez, Martí, y de los principales protagonitas y de los sucesos acaecidos en esas contiendas. Como pocos situó con equilibrio el análisis de la República, con sus luces y sus sombras; evaluó con profundidad los hechos vinculados a la Revolución cubana, y los procesos independentistas de América y sus líderes.
Trasciende por su vehemencia y pasión al narrar la historia. Con su palabra convencía y conquistaba a favor de sus tesis. A esto contribuían sus grandes dotes de orador y privilegiada memoria.
Destaco, además, que no rehuía el debate de los asuntos de la política cultural de la Revolución, sus aciertos y desaciertos; y también tomó partido con valentía y no siempre a favor de donde soplaba el viento, pero con una posición revolucionaria, en temas sociales peliagudos, como los relativos a la emigración cubana, la homosexualidad, el racismo, la educación, la diversidad, la exclusión social, u otros.
Hombre de fe, que siempre le acompañó y la cual nunca renegó, como decía, como acto de libertad. Recordemos que fue el primer religioso reconocido que resultó electo miembro del Comité Central del Partido Comunista en 1991, condición de la que siempre se enorgullecía. Valga recordar su frase a Fidel: «Sabía que llegaría a obispo, por la Iglesia o por el Partido».
Demostró siempre su compromiso revolucionario y defendió en todos los escenarios la verdad de la Revolución cubana. Su lealtad a Fidel y a Raúl resultó incólume.
De esa relación con Fidel se conoce más. De sus vínculos con Raúl habría que ampliar en otra ocasión. Leal lo llamó General Presidente y también lo consideró su benefactor, el cual le apoyó y mostró su preocupación en momentos difíciles, especialmente durante su enfermedad.
Brindó grandes servicios a la patria. Puede afirmarse que no era solo un embajador cultural sino que fue un hombre trascendente en la política exterior revolucionaria.
Permanentemente, muchos de los embajadores extranjeros acreditados en La Habana solían tener encuentros con él para intercambiar y obtener su visión de nuestra realidad de primera mano y de los problemas del escenario internacional.
Convirtió el Centro Histórico en un espacio ecuménico en el que cohabitaban diversas denominaciones religiosas, desde la católica Catedral de La Habana, las iglesias ortodoxas rusa y griega, un templo evangélico, las iglesias protestantes, hermandades masónicas, la sinagoga, hasta las religiones de origen africano y la sala de rezos musulmana.
Podemos afirmar que contribuyó de manera decisiva al fortalecimiento de las relaciones de dichas instituciones con el Estado cubano.
Trabajamos juntos en diversos proyectos que requerían del asidero jurídico. Recuerdo en particular el Decreto-Ley 325 modificativo del 143, aprobado por el Consejo de Estado el 16 de octubre de 2014; el Decreto-Ley mediante el cual se crea la Red de Oficinas del Historiador y del Conservador de las Ciudades Patrimoniales y el Acuerdo del 20 de agosto de 2010, que restablece la Academia de la Historia de Cuba, al frente de la cual sería designado el gran historiador y su amigo, recientemente fallecido, el querido Dr. Eduardo Torres-Cuevas, al cual admiraba por su prolífica labor.
Su tenacidad y empeño crecieron en los últimos tiempos, incluso cuando su enfermedad lo limitaba. En esos momentos de vida pudo hacer realidad la culminación de la restauración del Capitolio Nacional, una de las obras más complejas que emprendió; la colocación de la estatua ecuestre de José Martí, réplica de la existente en el Parque Central de Nueva York, después de más de veinte años de intentarlo; la creación del Centro para las Relaciones Culturales Cuba-Europa, en el Palacio del Segundo Cabo, y la restauración del Castillo de Santo Domingo de Atarés.
Estimados compañeros y amigos:
Se suele decir que hombres de su calibre, después de muertos, nos acompañan. Diría más, luchemos porque Eusebio Leal siempre nos acompañe.
Estamos ante un hombre excepcional, amante de la belleza en toda su amplitud. Nos lega una obra invaluable, que, aunque no fuera su pretensión, trasciende a su tiempo; pasa sin dudas a la posteridad. Convirtió las utopías y sueños en realidades tangibles y admirables.
A lo largo de su fecunda vida recibió importantes reconocimientos en Cuba y en el extranjero. Es quizás el cubano que mayor cantidad de universidades nacionales y extranjeras le otorgaran el título de Doctor Honoris Causa.
Una de sus grandes satisfacciones era haber podido ver nacer y crecer una obra como la llevada a cabo en el Centro Histórico y también aportar al proceso revolucionario cubano.
También sintió las angustias y los dolores, como diría: «Mis vestiduras han sido diana de incontables agresiones, de las cuales me defendí como pude».
Forjó una coraza que tuvo abolladuras. En lo personal sufrió desgarramientos que llevó siempre consigo. Navegó buena parte en aguas turbulentas, no siempre con el viento a favor y con la vela henchida, sino con fuerte viento en contra y así todo supo llegar a su destino.
Un hombre como él, tuvo adversarios, sufrió las incomprensiones y también enfrentó batallas, en ellas, muchas victorias y algunos reveses. De cada uno de esos combates o altercados emergía reforzado, renovado, rejuvenecido y auténtico, aunque lacerado. Cada cierto tiempo le escuchaba decir, en términos militares: «Paso a la defensa circular», en señal de resistencia.
Como es sabido por algunos, la oficina de Eusebio tuvo varias sedes: el Palacio de los Capitanes Generales, el Palacio Lombillo, el Palacio de San Felipe y Santiago de Bejucal, la Casa Pedroso y, por último, la Casa de Francisco Arango y Parreño, y él me subrayó: «terminaré aquí, en Amargura».
Comparto, frente a los desafíos de hoy, al igual que algunas de sus colaboradoras más cercanas, la siguiente interrogante: ¿Qué haría Leal en estas circunstancias? Busquemos en él las respuestas.
Eusebio fue un hombre que amó profundamente a su patria, Cuba y a su ciudad, La Habana; que soñó a favor de un socialismo próspero y sostenible, a favor del bienestar y la dignidad del pueblo.
Su agonía mayor, decía, era lo que le restaba por hacer. Su eterna inconformidad con lo realizado.
Fue también un apóstol, en el sentido de que con su palabra nos trajo un mensaje a los cubanos de hoy y del futuro. Muchos son los discípulos que seguimos su prédica.
Un día tan especial como hoy te recordamos como las piedras de las que Fina García-Marruz nos habló, y sentimos tu ausencia. Te extrañan mucho también los adoquines y las calles que durante tantos años pisastes en tu infinito caminar. Que hoy, por ti, vuelvan a doblar las campanas, a tenderse las sábanas blancas en todos los balcones de tu Habana, y que la linterna de la cúpula del Capitolio ilumine con más fuerza a nuestro pueblo. Gracias por todo, Leal.
Muchas gracias.
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