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Entregado el Premio Academia Cubana de la Lengua 2013

23 de abril de 2013

Palabras leídas el Día del Idioma, por Mons. Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal, en la entrega del Premio Academia Cubana de la Lengua 2013, al libro octavo de la obra Música sacra de Cuba, siglo XVIII, titulado Esteban Salas, maestro de capilla de la catedral de Santiago de Cuba (1764-1803), de la musicóloga Miriam Escudero, en el Colegio Universitario San Gerónimo.

Este libro, al decir de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, es el fruto de los empeños de Miriam, quien “empezó a indagar en la música religiosa cubana: no solo en la del Padre Esteban Salas, sino también en la obra de la pléyade de organistas-compositores y maestros de capilla de las Catedrales de La Habana y de Santiago de Cuba”. / Foto Alexis Rodríguez

Conservo muy vivo el recuerdo de la primera ocasión en que me visitó Miriam Escudero. Se me presentó como estudiante de musicología  y me especificó que indagaba ella, por aquel entonces —hace ya algunos años—, alguna noticia acerca del destino de las partituras manuscritas de los organistas-compositores del siglo XIX de la S.M. Iglesia Catedral de La Habana. “Lo normal es que se encuentren en el archivo de la Catedral”, algo así le respondí. Miriam ripostó enseguida: “Por eso vengo a verlo: no están en el archivo de la Catedral y nadie sabe allí en dónde pudieren estar. Me sugirieron que lo viniera ver a Ud. porque Ud. suele saber acerca de esas cosas de antes.”

Después de la sonrisa obligada ante la alusión discreta y amable acerca de mi ancianidad —vejez atenta, pero vejez y al fin y al cabo—, continuamos nuestra conversación en orden a su pesquisa. Solamente personas muy ancianas pueden estar al tanto de cosas viejas perdidas, de la reconstrucción de su historia y, si fuere el caso,  son esas personas las que pueden aportar pistas para conocer sus posibles escondrijos. Y eso fue lo que sucedió en este caso. Sin muchas lucubraciones, ni tiempo intermedio, como un chispazo, me acordé inmediatamente del último miembro de la familia Palau. Durante varias generaciones, hombres de la familia Palau habían sido los organistas de la Catedral y al último que desempeñó ese oficio, lo conocí y aprecié mucho, durante mis años de seminarista en La Habana, antes de irme a Roma. Palau era el organista y director de los concertantes de las solemnidades catedralicias —Cardenal Arteaga celebrante— que él contribuía a embellecer. Yo cantaba en el coro del Seminario; en la Misa Mayor de todos los domingos y en las solemnidades, subíamos al coro a cantar. Además, tampoco faltaban los ensayos.
Las ocasiones para tratar con Palau no eran escasas. Él no era muy expresivo, pero si alguien le tocaba la tecla de la música sacra, enseguida entraba en comunicación. Y como ése era tema que me interesaba mucho desde entonces (¡y desde antes!), hablaba con frecuencia sobre él con el viejo Palau. Y por ahí pude conocer el cuidado que tenía del archivo de música de la Catedral y el conocimiento de aquellos organistas-compositores del siglo XIX, que ya apenas se ejecutaban pues los clérigos contemporáneos preferían que se repitieran, una y otra  vez, las Misas de Ravanello y de Perosi.

El descuido de Palau quedaba, pues, excluido de las posibles causas de la pérdida de las partituras. Pero —y aquí llegó el redoble del chispazo—: pocos años antes de mi estancia en el Seminario habanero, la Catedral había sido beneficiada por una reparación capital que duró varios años, siendo Arzobispo mi muy querido Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt, a quien veneré con devoción genuina: la que incluye cariño y respeto. Las reparaciones y restauraciones fueron dirigidas por el Ing. Martínez Márquez. Durante esos años (fines de la década de los 40 hasta los inicios de los 50), sirvió como catedral pro tempore, la Iglesia de Nuestra Señora de la Merced. Yo recordaba que Palau me había dicho en una ocasión que todo lo que tenía realmente valor en materia de música, salvo las partituras que guardaba personalmente, él mismo lo había trasladado a la Iglesia de la Merced y allí estaba a buen recaudo.

Foto Alexis Rodríguez

Calculé, mientras hablaba con Miriam, que desde entonces habían pasado casi cincuenta años, pero no tenía otra pista y le hice el disparo a ella, con una especie de intuición interior de que algo aparecería. Conté la historia de Palau y las partituras Miriam y le dije, con una cierta seguridad: “Ve a la Iglesia de la Merced y que alguien te ayude a hurgar en los archivos musicales; allí debe haber al menos algo de lo que interesa. Si esas partituras no están en la Catedral, o se perdieron o están en la Merced.” Si mal no recuerdo, ya por entonces, no había familiares de Palau en La Habana, que podrían haber conservado sus cosas. Efectivamente, Miriam, encontró las partituras en los archivos de La Merced, pocos días después, en uno de los viejos armarios pero, creo, con suficiente orden y aceptable  estado de conservación.

Ya Miriam andaba tras las huellas del Padre Esteban Salas, localizadas, desde hacía algunos años, por nuestro Alejo Carpentier, en la Catedral de Santiago de Cuba: en un estado de gran desorden, pero estaban. El contacto ahora con las partiduras de los organistas- compositores de la Catedral de La  Habana la ayudaba a completar el cuadro de la música litúrgica y religiosa, en general, en la Cuba de fines del siglo XVIII y del siglo XIX, pudiendo establecer los contactos imprescindibles y las diferencias sobre base documental. Todo este trabajo paciente, de años, ha permitido a Miriam elaborar esa joya de nuestra cultura que es la restauración, en siete tomos con la obra musical del P. Esteban Salas, reservando el octavo para la biografía del Padre, que ahora contemplamos. Y sabemos que no se detiene en lo que ya posee: incursiona en los demás autores y  no sólo busca en Cuba, pues al menos las catedrales de México y de Puebla han sido ya también testigos de sus desvelos y de sus hallazgos.

Me parece que todos los miembros de la Academia y los amigos reunidos hoy en esta Aula de San Gerónimo, en mayor o menor grado, conocemos y estimamos a Miriam Escudero. Como ya apunté con anterioridad, ella,  siendo aún muy joven, empezó a indagar en la música religiosa cubana: no solo en la del Padre Esteban Salas, sino también en la obra de la pléyade de organistas-compositores  y maestros de capilla de las Catedrales de La Habana  y de Santiago de Cuba. Hoy nos ofrece el fruto de sus empeños. Muchos conocemos también a la Directora del Proyecto sobre la obra musical del Padre Esteban Salas, la Dra. María Antonia Virgili, de la Universidad de Valladolid, que —afortunadamente— encuentra casi siempre las razones válidas para estar en La Habana cuando su presencia es aconsejable.

 
STATUS QUAESTIONIS Y SOBRADAS RAZONES PARA ESTA DISTINCIÓN A MIRIAM ESCUDERO.

Entrega del Premio / Foto Alexis Rodríguez

Ha pasado mucho tiempo desde el día en que nuestro Alejo Carpentier descubrió la música del Padre Esteban Salas en los archivos —entonces poco ordenados— de la catedral santiaguera. Desde entonces hasta nuestros días, lo que fue pequeña semilla hace más de cincuenta años, se ha convertido en árbol muy  frondoso. Y en no pequeña medida lo debemos a Miriam Escudero. Las breves referencias llegaron a ser colecciones de partituras que cubren todos los géneros posibles de la música religiosa: desde la música litúrgica propiamente dicha, compuesta para el canto de las Misas de diversas circunstancias y de las horas del Oficio  —todo ello con los textos latinos universales, propios de la Iglesia Católica—, hasta los géneros más populares —villancicos y cantadas— con sus textos apropiados para ser asumidos por el pueblo, en el español santiaguero de la época.

Y todo ello lo podemos seguir, con datación y circunstancias casi siempre muy precisas, en los volúmenes que contienen las partituras y  las referencias vocales e instrumentales. Pueden preguntarse Vds.: ¿qué tiene que ver un premio de la Academia Cubana de la Lengua con las partituras del Padre Salas, por muy sorprendentes que resulten para haber sido compuestas en nuestra Isla, en el siglo XVIII, por un sacerdote sencillo, que nunca puso un pie fuera de Cuba? Parecen tener razón los que esto afirman: lo propio de nuestra Academia no es la música, sino la lengua, la literatura en sus diversas vertientes. Y es aquí en donde quiero poner el acento y las razones de nuestro reconocimiento de hoy.

Las obras populares del Padre Esteban Salas nos ponen ante los ojos los textos que se cantaban en las celebraciones religiosas santiagueras en el español de la época. El Libro VIII, editado por la Oficina del Historiador de la  Ciudad, Ediciones Boloña, (334 páginas más 10 anexos extensos no incluídos en la paginación) es el propusimos como posible premio que hoy con enorme gusto otorgamos. Honrar, honra. En él, imbricados en la vida del Padre Salas, nos van apareciendo estos textos a los que adjunto, como primer atributo la ingenuidad de la religiosidad popular, pero añadiría una cierta “fineza” y “dulzura” de lenguaje que, quizás, no esperaríamos tan temprano entre las expresiones populares de nuestros paisanos del siglo XVIII.

Otro estudio lingüístico interesante que nos permite la obra de Miriam Escudero y  al que nos tienta el citado volumen es el análisis comparado entre los textos de villancicos que el Padre Salas toma de otros lugares. P.e. Sevilla, Lima o México. En esos casos, la edición de esta obra presenta los textos en columnas paralelas y nos permite ver fácilmente las identidades y las diferencias en los vocablos para expresar la misma realidad u otra análoga.

Concluyo con una anécdota que tiene que ver directamente con la música, no con los textos de Esteban Salas y, mucho menos, con la obra, muy bien sistematizada, de Miriam Escudero, que no se había realizado todavía.
Mediaba la década de los sesentas y yo debía hacer un viaje rápido a Roma y a Madrid. Conociendo el dato, el que después fue Arzobispo de Santiago y entonces era el Secretario de Mons. Pérez Serantes (+), Mons. Pedro Meurice Estíu (+), me preguntó si yo podría darme una vuelta por el Conservatorio de Madrid a ver a un sacerdote profesor de música, del  Conservatorio y amigo de él. La finalidad era consultar con ese profesor, que era un experto en música del siglo XVIII, acerca del valor de la obra del P. Esteban Salas, para tener algunas opiniones antes de lanzarse a una investigación y promoción de la misma. Me presenté al Profesor con un grupo de fotocopias de obras diversas y de distinto género del P. Salas. Le expliqué la cuestión y le dije que las viera con calma, que yo seguiría inmediatamente a Roma y a mi regreso pasaría por Madrid,  lo contactaría de nuevo y que ya para entonces él habría podido formarse un juicio. Así procedimos. Cuando lo volví a ver, algunas semanas después, aquel Profesor era todo entusiasmo y preguntas. ¿Dónde estudió música ese sacerdote? ¿Que nunca salió de Cuba? ¿Y vosotros en Cuba conocíais ya a Haydn en el siglo XVIII? ¿Y los guiños a Mozart en algunos pasajes? Le expliqué que todas sus preguntas podrían encontrar respuesta por el tráfico naval entre España y sus colonias y, recíprocamente, entre las mismas colonias. Las partituras y los textos atravesaban el Atlántico con mayor facilidad que algunas maquinarias que vinieron entonces. “Dígale a  Meurice que no deje perder ese tesoro, que haga todo lo que esté en sus manos para que se busque  todo, se imprima y se facilite su ejecución.”  Eso es lo que ahora cumple Miriam Escudero y con ello nos produce un regocijo, un henchimiento, de primera y deliciosa magnitud.

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