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“¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!”

27 de noviembre de 2018

Por: Rachell Cowan y Elaine Caballero
Fotos: Néstor Martí

 

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Cada 27 de noviembre es día de conmemoración y de homenaje. Es día para recordar la juventud tronchada y las voces silenciadas durante los años coloniales, es también momento para entender ese pasado y sabernos más cubanos.

Un día como hoy marcó la fecha de una de las páginas más tristes de la historia Patria, al ser fusilados inocentemente ocho estudiantes de primer año de Medicina, por profanar la tumba del periodista español Gonzalo Castañón.

 

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Uno de las tantas actividades de rememoración por los sucesos de noviembre de 1871, la realiza cada año la Oficina del Historiador de la Ciudad, la cual rinde tributo a estos mártires cubanos en la habanera acera del Louvre, sitio donde el capitán del Ejército Español, Nicolás Estévanez, alzó su voz en contra de este vil hecho.

El acto de este martes 27 de noviembre, justo cuando se cumplen 147 años de la condena de los Estudiantes de Medicina, contó con la presencia del doctor Félix Julio Alfonso López; vicedecano del Colegio Universitario de San Gerónimo de La Habana; además de Luis Alberto Pichs García, rector de la Universidad de Ciencias Médicas y Michael González Sánchez, Director de Patrimonio de la Oficina del Historiador, así como miembros de la Sociedad Canaria de Cuba y estudiantes de Medicina.

 

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Las palabras centrales de la ceremonia estuvieron a cargo del director de Patrimonio de la Oficina del Historiador de la Ciudad, Michael González, quien recordó a los presentes la inocencia de estos jóvenes y se refirió a factores fundamentales a tener en cuenta para entender los sucesos del 27 de noviembre.

González Sánchez explicó que cuando “uno vuelve a leer esta historia la puede comprender desde tres ángulos fundamentales”, vinculados al contexto histórico, a situaciones emocionales de los implicados y al repudio hacia el cuerpo de voluntarios.

 

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Es preciso recordar además la guerra iniciada en 1868 por Carlos Manuel de Céspedes, pues a pesar de no haber llegado a La Habana para entonces “la facultad de Medicina se va a convertir en un hervidero importante de pensamiento (…). Muchos de los profesores estaban comprometidos y eran portavoces de la situación revolucionaria en el oriente del país”, afirmó.

De acuerdo con González Sánchez, por aquellos años las fortalezas de la otrora villa servían para apresar “a los revoltosos y a los insurgentes. En el patio de los laureles están sucediendo fusilamientos a los revolucionarios. Una situación que el cuerpo de voluntarios utilizó a su favor”.

 

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Tales acontecimientos de la época resultan vitales para entender “por qué en apenas pocos días sucedió este acto tan terrible” que puso fin a la vida de ocho jóvenes con un futuro promisorio.

“La inocencia de los estudiantes está demostrada hoy en día y es muy clara”, añadió González Sánchez, quien profundizó en un gesto memorable del Capitán Federico Capdevila y de Nicolás Estévanez en 1871, cuando demostraron su inconformidad con el proceso, “no como institución, pues pertenecían al ejército, sino de manera personal: ellos demostraron simbólicamente con el rompimiento de su espada su desacuerdo con la injusticia”.

 

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Otra de las pruebas que demuestran este vil acto cometido fue años más tarde la visita del hijo de Gonzalo de Castañón a la tumba de su padre años más tardes y “da fe de que no estaba la tumba estaba rayada pero no por los estudiantes, sino por las condiciones de deterioro del cementerio”, aseveró González Sánchez.

Este homenaje es uno de los tantos de nuestro pueblo a los estudiantes de Medicina. El Apóstol de la independencia cubana, José Martí, dejó plasmado en su poema A mis hermanos muertos el 27 de noviembre, cómo recordarán los cubanos de todas las generaciones a los ocho estudiantes de medicina: “La muerte acaba, la prisión se rompe; ¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!”.

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