Emilio Cueto: “La huella de Federico Mialhe es única en la historia visual de Cuba”
12 de junio de 2023
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Como una fortuna están en mí las horas compartidas con Eusebio Leal y el entonces embajador de nuestro país en Washington, José Ramón Cabañas, en el hogar de un cubano rellollo para quien la distancia geográfica no ha significado lejanía emocional de su tierra y su gente.
Recuerdo el asombro del Historiador de la ciudad de La Habana cuando, dentro de las habitaciones atestadas de obras de arte, revistas, libros, enseres de todo tipo, descubría la pasión por Cuba de Emilio Cueto. Abogado, investigador, escritor, maestro, ha acumulado de su peculio personal y gracias a la solidaridad de muchos amigos en el mundo, la más grande colección de objetos que representan a nuestra nación en cualquier sitio del orbe.
El sueño compartido con Leal ese día, de traer su colección definitivamente a Cuba, se cumplirá pronto. Avanza un proyecto. Podremos deleitarnos con ese enjundioso compendio de información destinada también a académicos y amantes de nuestra historia. Lo disfrutaremos nosotros y lo apreciarán los cubanos del porvenir, cuando se emplace en su destino definitivo: el Centro Histórico habanero. Mientras tanto, Cueto nos avanza esas golosinas del saber y la curiosidad, en sus libros y en las muestras expositivas que nos trae.
La exposición Mialhe, más allá de las fronteras cuenta con sus meritorias aportaciones y las de la Dirección de Patrimonio Cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana. Para Emilio Cueto se trata del deber permanente con Cuba y su cultura y del afecto agradecido por su amigo inolvidable: «La figura de Leal no se puede enmarcar, es un hombre más allá de todo cálculo. Le entregó a La Habana su vida, tiempo y talento. Restauró no por nostalgia sino para asegurar que las generaciones futuras sintieran y vivieran la continuidad de una hermosa, importante y prestigiosa ciudad. Sentía ese orgullo habanero y lo transmitía con pasión».
Nuestros caminos fueron distintos, pero con puntos de coincidencia. Cuando visitó mi casa en Washington le dije: Eusebio, tú andas La Habana y vas hallando las huellas de Francia, Inglaterra y España; yo voy por el mundo y encuentro las huellas de Cuba. Tuvimos andares complementarios.
Ambos sabemos: la huella extranjera que Cuba ha dejado en el mundo es inmensa. Estamos en todas partes, en los periódicos, la cerámica, la filatelia, la música… Y eso es lo que me ha gustado atesorar para complementar los estudios que se hacen aquí. Me asombra al ver la colección que he ido armando y encontrar a nuestro país en tantísimos objetos, formatos, etiquetas de tabaco, estampillas, textos trascendentales.
El libro que acabo de terminar y entregué para su publicación a la editorial de la Universidad de La Habana, trata sobre la huella de Cuba en la literatura de ficción extranjera y son tres volúmenes, uno de poesía, uno de narrativa y uno de teatro.
—¿Cómo explica Emilio ese calado de Cuba y La Habana en la memoria de quienes la visitan?
—Sin duda alguna el descubrimiento de la corriente del Golfo fue el parteaguas de lo que es La Habana. Ese río submarino que va desde nuestro continente hasta Europa, permitió el regreso de las flotas con más facilidades y menos dependientes del viento e hizo que La Habana se convirtiera en la capital del transporte interoceánico. Aquí venía la Flota de Manila que daba el viaje por tierra hasta Veracruz y luego hacia acá, y la flota que venía del sur, pasando por Portobelo en Panamá, la flota de Dominicana… entre otras.
«Y ¡claro! todo el mundo recordaba a La Habana. Empezaron los cartógrafos a describirla, los pintores a pintarla, los cantores a cantarla. Nuestra situación geográfica ha sido objeto de no pocos conflictos y entonces, los historiadores citan a La Habana. Y te encuentras que tenemos una excelencia en el arte danzario que no se puede mencionar en el mundo sin hablar de Alicia Alonso, ni del ajedrez sin Capablanca, ni del deporte sin nuestros oros olímpicos. Viajas a Centroamérica y topas con colecciones de las revistas Carteles, Bohemia; de Cuba se irradiaba la información. Se escuchaba a Chicharito y Sopeira a las 12 del día en Panamá, 50 años después. Y la aritmética de Aurelio Baldor que es extraordinaria y la concibió siendo profesor de una escuela secundaria de Cuba en el pasado siglo, conforma el libro de texto de álgebra y matemática que se emplea todavía en muchos colegios de Centroamérica y Sudamérica».
—Sin chovinismos Emilio… usted que conoce el mundo: ¿qué tiene el cubano para calar tan hondo?
—Entre tantas cosas, somos simpáticos y me disculpan la inmodestia, pero no cabe dudas de que ese choteo del que hablaba Jorge Mañach, el innato desmontaje de lo grave con mucho respeto, nos abre puertas. Nos enseñaron a reírnos de nosotros mismos. Al estilo de Enrique Núñez Rodríguez, Álvaro de la Iglesia, Ciro Bianchi… Es dominar la picaresca, pero hasta ahí, no más, sin pasarnos. Y eso ha llegado a la literatura, los programas de televisión, las películas, la vida cotidiana.
—También hay otros modos notorios de ascender como cubanos, por ejemplo, con nuestras grandes figuras, como José Martí, a quien usted le ha dedicado mucho tiempo de búsquedas y estudio. ¿Por qué es el más universal de los cubanos?
—Se ha escrito tanto de él que, sinceramente, nunca pensé tener la oportunidad de aportar algo nuevo. Sin embargo, tuve el privilegio de realizar una investigación sobre Martí en la música, publicada luego por la Biblioteca Nacional de Cuba, y encontré 707 piezas inspiradas en Martí o musicalizando su obra poética. Después hice otro trabajo sobre la vasta presencia del Apóstol en la filatelia extranjera y el más reciente, la huella de Martí por el mundo, donde registro no solo los monumentos y plazas consagradas a su figura; aparecen las escuelas que llevan su nombre, las calles. Uno no se puede imaginar el alcance. Bien joven viajé a la Tierra del Fuego y nunca olvidaré que en la zona más austral del mundo una escuela se llama José Martí.
«El contenido de la prédica martiana ¡es de una nobleza tan grande! Supo escuchar, integrar. Polemizó sin enajenar a nadie, como en su poema: “…piensa como un zascandil el que me diga que me oyó, por no pensar como yo llamar a un cubano vil”. Ese con todos y para el bien de todos que está en nuestra Constitución, obviamente lo hace el más universal.
«Estudié en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y tuve como profesor a uno de los grandes intelectuales mexicanos, Andrés Iduarte, y nos dijo un día que los dos más importantes escritores de América eran Domingo Faustino Sarmiento y José Martí. Escuchar eso de boca de un extranjero, conocedor, me dejó muy conmovido siendo un joven universitario.
«Martí ha sido traducido al maya, al guaraní… a casi 30 idiomas, porque tuvo algo que decirnos de mucha importancia para saber quiénes somos y con una prosa, además, que uno se asombra porque ahí no había internet ni Word para copiar un párrafo. Era puro talento, genio y pasión».
Huella en las artes visuales de Cuba
—Otra figura cubana que le ha atrapado es Federico Mialhe, pero al contrario del Apóstol, no es tan conocido. ¿Por qué nos lo trae de vuelta?
—Es de ese tipo de hombres que hacen mucho, en cualquier latitud se identifica su obra con Cuba, pero hay gente que no lo reconoce por su nombre. Es como tararear la música de Ernesto Lecuona sin poder identificar a su autor. A quien le enseñes las estampas de un quitrín del siglo XIX, un panadero, un malojero, una valla de gallos, la imagen del Día de Reyes… las reconoce enseguida como cubanas.
«Mialhe tuvo la desgracia de aportar mucho y ser bien desconocido. La exposición que inauguramos recientemente en la otrora Casa del Marqués de Arcos, en el Centro Histórico de La Habana, es un tercer intento mío porque el pueblo lo disfrute».
—Pero ¿quién fue Mialhe?
—Es imposible explicarlo sin conocer que, inicialmente, las reproducciones de una obra debían hacerse a mano hasta que llegó Gutenberg, creó los tipos móviles y se pudo imprimir más de una copia. Y enseguida a alguien se le ocurrió: si se pueden reproducir letras, también imágenes. Entonces surgió el grabado en madera. Se hace el dibujo sobre la pieza, se entinta, como cuando empujamos el cuño hacia el papel. Hasta que a alguien se le ocurrió hacer todo lo contrario: agarró un trozo de metal y en vez de hacer el dibujo hacia arriba, lo hizo a modo de incisión. Entonces la tinta se empozaba en los huequitos a modo de huella digital. Los dos métodos tenían una desventaja porque el pintor no siempre sabía grabar, de tal suerte que el dibujo necesitaba dos artistas, uno que pintara y otro que grabara. Por tanto, las imágenes de esa naturaleza tenían dos nombres de autor. Usualmente el de la izquierda era el pintor: pinxit (pintó) y el de la derecha, el que grababa: sculpt it (esculpió).
«Así estuvieron las cosas hasta que, en Alemania en 1793, un señor, de pura casualidad, descubrió el grabado en piedra que revolucionó la industria de la copia musical —mucho más fácil con la mano y no con buril y metal. El dibujante no necesitó más de un adlátere. Solo podía hacerlo sobre la piedra. Eso revolucionó al mundo y, aunque fueron los alemanes los primeros, los franceses lo popularizaron.
«Cuba no se quedó atrás e introdujo la litografía. Siempre hemos querido estar a la vanguardia, porque si hay algún invento en otra parte aquí lo introducimos y lo mejoramos. Zoila Lapique ha identificado a los dos primeros litógrafos que llegaron. Pero el auge fue hacia 1837, cuando la Sociedad Económica de Amigos del País acordó traer lo mejor del arte litográfico y el equipo para reproducir imágenes. Francia tenía el mayor desarrollo y mandaron a un emisario a París para engatusar a quien quisiera venir a Cuba. Aparece un joven nacido en Burdeos, Federico Mialhe, quien había realizado un juego de láminas de los Pirineos y se le conquistó para que viniera a La Habana.
Vino en 1838 empleado por la Sociedad y trajo a un equipo de franceses. Al cabo de un año llegaron también unos españoles, Costa y Cuevas, por lo que se hablaba de la litografía de los españoles y los franceses.
«Mialhe fue el pionero en darnos a conocer en la litografía como Humboldt lo hizo con la naturaleza porque concibió viajar por la isla pintando los paisajes y pasajes costumbristas más significativos de Cuba y los dio a conocer en el país y el mundo. Prefirió viajar en barco porque los transportes terrestres eran muy malos. Por eso entre sus obras relevantes están los puertos a donde llegaba. De esa experiencia surgió el hermoso álbum concebido entre 1839 y 1841: Isla de Cuba pintoresca».
—Una suerte de guía turística y bojeo del que dejó constancia litográfica, no fotográfica.
—Pero sí fue el primero que se apoyó en la fotografía para hacer dos de sus grabados, lo que se consigna al pie de la obra. Mialhe fue, además, quien realizó la primera caricatura en Cuba. Estamos hablando de una figura excepcional que estuvo al frente de la academia de artes plásticas de San Alejandro. Nuestro pintor dejó constancia del almiquí (Solenodon cubanus), ese animal endémico, e hizo además dibujos teatrales.
«En 1847 ya tiene lista una segunda serie de 30 láminas: Viaje pintoresco alrededor de la isla de Cuba. Es una obra más espectacular, porque ya no es el extranjero que llega y se asoma tímidamente a la sociedad. Ya nos ha conocido, sabe quiénes somos y se encuentra con una Cuba profundamente callejera —los cubanos somos callejeros. Y quizá por eso nuestro costumbrismo no es de escenarios interiores. Esas nueve láminas costumbristas marcaron la pauta y son el ejemplo recurrente del costumbrismo cubano. Nos dio a conocer a nosotros mismos quiénes éramos y nos dio nuestra imagen. Es el mérito mayor que tiene Mialhe.
«Pero tiene un segundo mérito que no depende tanto de su voluntad sino de su obra que era muy buena: fue el más divulgado de los pintores cubanos en su tiempo. En 1842 nace en Londres el periódico ilustrado y de ahí en adelante la gente quiso no solo leer, sino también ver la noticia. Un descubrimiento importante fue, con un trozo de madera cortado al revés que resultaba más resistente, poder imprimir de una sola vez el texto y la imagen.
El mundo de los periódicos y las revistas ilustradas se expande.
Y cuando van a hablar de Cuba, ¿qué imagen encuentran?, la de Federico Mialhe. Su obra se hizo famosa y recorrió el mundo en las litografías, en las publicaciones impresas y pasó también a la cerámica en Inglaterra, España y Holanda».
—¿Qué puede disfrutar el visitante al acercarse a esta exposición basada en la obra de Mialhe?
—El doctor Guillermo Pérez Mesa, un amigo entrañable, médico villaclareño que se mudó a Nueva York en los años 50 del siglo XX, gran amante de la cultura cubana, tuvo el privilegio y la suerte de que durante uno de sus viajes a París encontró, nada más y nada menos que un óleo de Federico Mialhe. Al pintor se le conocía por la litografía, pero de buenas a primeras aparece este cuadro que Pérez tuvo siempre en la sala de su casa. Un día me dijo: a mi muerte, quiero que esto vaya al pueblo cubano.
Se tiene noticia de cerca de diez óleos hechos por Mialhe que andan por el mundo. Otros dos se subastaron en Inglaterra y en Alemania, y de los demás todavía buscamos su paradero. Al morir Pérez Mesa pidió que el suyo se le enviara a Eusebio Leal para ser exhibido por la Oficina del Historiador. Fue el sueño suyo, pero también debe haber sido el de Mialhe, mostrar siempre a los cubanos, al país que tanto amó, su obra. Y si Mialhe mostró Cuba al mundo; Cuba hizo a Mialhe porque fue pintándola que cobró notoriedad.
«Es el único óleo de Mialhe que permanece en nuestro país y es la obra alrededor de la cual se concibió la curaduría de la exposición. A ello se une la muestra de grabados originales de sus dos series litográficas cubanas, publicaciones donde aparecen sus creaciones y hasta los plagios que se hicieron de sus pinturas. Y he prestado de mi colección varias piezas de cerámica, periódicos de Boston, Nueva York y París donde sus grabados aparecen, algunos en primera página. Todo un recorrido por la huella de Mialhe es única en la historia visual de Cuba».
(Tomado de Juventud Rebelde)
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