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“El libro impreso, por ahora, es inderrotable”

9 de septiembre de 2020

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FOTO VIRGILIO LOPEZ LEMUS

 

Quien conozca la extensa y valiosa producción literaria del poeta, investigador y ensayista Virgilio López Lemus, una de las más relevantes voces de las letras cubanas de entre siglos, en modo alguno se sorprenderá al oírle confesar –sin el menor atisbo de autosuficiencia, pero sí con incuestionable orgullo– que «tanta lectura quizás atrajo en mí el sentido de la emulación escritural».

Nacido en Fomento, municipio de la central provincia espirituana, en 1946, Doctor en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana, reconocido entre otros galardones como Académico de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba –honor que le acompañará per vitam, López Lemus firma una bibliografía en que aparecen más de cuarenta títulos, en los géneros de poesía, ensayo y crítica, publicados dentro y fuera de la isla.

 

Lo primero que escribí en mi infancia –rememora– fueron versos y, por entonces, ya adolescente, leí con mucha fuerza a Gustavo Adolfo Bécquer y a Julián del Casal, mis poetas de los dieciocho años. Más o menos a esa edad una ex maestra de primaria, la Doctora Francisca Romay no sé qué vio en mí que me insistía para que fuese ensayista. Claro que por entonces ni sabía qué era un ensayo, pero la insistencia de aquella maestra respetada debe haberme inclinado a ese género, que comencé a frecuentar a mis veinticuatro años. El primero que puedo considerar como tal fue en un ejercicio docente sobre Arthur Rimbaud para el profesor Adolfo Martí Fuentes ya en las aulas de la licenciatura, deslumbrado yo con el gran francés. A medida que iba leyendo, escribía en una libreta mis impresiones sobre los libros incorporados, de ahí debe de haber nacido el crítico literario.

 

Su interés por el libro y la lectura se remonta, sin embargo, a su infancia y adolescencia. «Podría considerarme un lector “nato”» –explica–, porque aprendió a leer a los cinco años de edad y, desde entonces, casi nunca pedía juguetes a sus padres, sino libritos de cuentos que releía con gozo. Prefería las historias fantásticas, como los cuentos de Grimm y Perrault, que iluminaron sus primeros años de vida.

 

—Luego en edad escolar me aficioné a los comic o «muñequitos» hasta la pubertad, así como a breves biografías y adaptaciones de cuentos de Las mil y una noches. Casi de inmediato comencé a leer, Chapev, Así se forjó el acero, Los hombres de Panfilov, Ocurrió cerca de Rovno, Campos roturados, Vida y destino (ya en 1985), pues hay que tener en cuenta que cuando la Revolución triunfó yo tenía doce años. Al descubrir El primer maestro, de Chingiz Aimátov, ya había leído Platero y yo y andaba por las historias y poemas de Rabindranath Tagore, nada de Salgari o de Amicis ni de Verne. El primer libro de poemas que tuve en mi vida me lo regaló mi abuelo paterno, aún lo conservo: El arquero divino, de Amado Nervo, yo tenía ocho años. Esa fue mi infancia lectora, la verdad que no recuerdo a nadie influyéndome para que devorara aquellas lecturas con tanto placer. Hoy, ya en edad avanzada, sigo prefiriendo los cuentos de hadas… fílmicos.

 

No admite discusión, por supuesto, que a López Lemus le apasiona la lectura. Su práctica sistemática, desde hace décadas, le ha posibilitado –quién puede dudarlo– no solo escribir, sino también investigar –sobre temas tan interesantes como la lírica cubana y española, la poesía de Rainer Maria Rilke y el legado de Samuel Feijóo–, desarrollar labores de editor y ejercer la docencia universitaria.

 

Humildemente creo que la lectura es algo que el hombre hace desde las cavernas. Nadie puede sacar sus ojos o sus sentidos de la lectura de datos que proporcionan la realidad y hasta los sueños. Desde la escritura en las rocas, el ser humano ha ido buscando medios eficaces para expresar sus pensamientos por medio de signos, a veces como resistencia al tiempo, como relicario de la memoria o para el disfrute estético. Leer es una conditio sine qua non del ser humano. Derivación de ello es la lectura de material impreso ya sea en tablillas de barro, en papiros, sobre papel o en la pantalla.

 

Fernando Rodríguez Sosa con Virgilio López Lemus

Fernando Rodríguez Sosa con Virgilio López Lemus

 

Son numerosos los mecanismos, las fórmulas, los proyectos, que, a lo largo del tiempo, han tratado de incentivar el interés por leer. ¿Puede la crítica, por ejemplo, contribuir a ese empeño? A partir de su sostenido ejercicio crítico, López Lemus considera que «relativamente poco cuando es especializada, porque se dirige a especialistas, a lectores consumados».

 

Primero –profundiza– hay que lograr la masividad de la lectura, luego la crítica, una lectura más, puede ser ampliamente incentivadora, orientadora, ofrecer puntos de vista y lograr que el lector discuta incluso con la crítica que lea. La crítica que se hace en los medios culturales no masivos suele ser poco eficaz para aumentar el número de lectores, por eso siempre me ha parecido necesario que los críticos posean páginas con preferencia diarias en la prensa escrita y en las radiales y televisivas. Hoy esos medios se han ido ampliando con nuevos soportes, me gustaría ver extendida la crítica brevísima a la aplicación para teléfonos móviles, y cada vez irse adaptando a los nuevos medios de comunicación humana. La crítica solo es eficaz cuando resulta ser recibida por muchos, por lectores ávidos o por medio de la rápida reseña oral o escrita para un amplio público de posibles o efectivos lectores. Pero hay diferentes formas y niveles de la crítica y cada una cumpliría su función en el medio que le corresponda.

 

Promover la buena literatura a través de nuevos soportes es, igualmente, asunto a tener en cuenta si se aspira a hacer de la lectura –fundamentalmente entre los jóvenes– una práctica sistemática. En opinión de Lopez Lemus, deberían ya existir aplicaciones para teléfonos móviles de La Edad de Oro, de José Martí, o de El pequeño príncipe, de Antoine de Saint-Exúpery.

 

Porque la lectura –aclara– debe cada vez adaptarse a la gran revolución de soportes que comenzó sobre todo en las dos décadas finales del siglo xx, y que se ha ido intensificando, al grado de que las nuevas promociones (nacidas desde 1980) leen y a veces mucho y muchas veces no buena literatura a través de los medios cibernéticos. Esa es una batalla que la gran literatura debe ganar. Aunque no veo fácil leer El Quijote o a Dostoievski en un teléfono, podemos hacerlo en un medio de computación con pantalla mayor.

 

Caracterizar, definir, identificar, al libro, ese antiguo instrumento de conocimiento y placer que ha acompañado al hombre desde tiempos inmemoriales, ha sido, también, un interés recurrente entre quienes, en todas las épocas y en todas las geografías, se han encargado de valorar su alcance, trascendencia y permanencia dentro de la historia de la humanidad.

Virgilio hablando

El libro, tal y como lo entendemos hoy día, es un resultado de la escritura sobre papel. No es su única forma de existencia pero sí la más generalizada, al grado de que cuando pensamos en libro, lo hacemos figurándonos un cuadrilátero de cartulina en cuyo interior hay páginas impresas con caracteres leíbles. Hoy día casi siempre la primera conformación de libro se hace en el medio computacional. Luego se puede imprimir sobre papel, o sobre discos, o se divulga de otras maneras. Un libro es un recipiente de sabiduría o de subjetividad poética u objetividad científico-técnica, por lo cual él es independiente del soporte en que se manifiesta. Me refiero al contenido del libro, su forma puede estar secundada precisamente por el soporte que lo contenga.

 

Tal juicio conduce, casi de manera obligada, a acercarse a una de esas apocalípticas predicciones que, en las últimas décadas, acompaña al libro. Se trata, como es fácil imaginar, de la afirmación de que –no solo por el avasallador desarrollo tecnológico, sino también por el notable agotamiento de los recursos naturales– el libro en soporte de papel dejará de existir.

 

Claro que el libro –responde Virgilio López Lemus– no dejará de existir. El Libro de los muertos egipcio sigue estando gravado sobre rocas, luego ha sido traducido e impreso sobre papel, hoy se puede leer sobre una pantalla. Se han escrito libros sobre piedras, sobre tablillas de barro, sobre cualquier medio o soporte. Y uno de ellos es el libro en papel, que es una gran conquista de la historia de la humanidad, relativamente reciente. De modo que se pudiera predecir que habrá libros sobre papel quizás durante un milenio más, en todo el milenio que hace poco comenzamos. La biblioteca no solo es un lugar para ir a leer lo que precisamos, es también un gran museo de libros, no debe excluirse ninguno, pues quizás con el tiempo ese ejemplar se convierta en único. Independiente de que a usted o a mí nos guste leer sobre cualquier soporte, el libro sobre papel tiene razón de ser, con existencia autónoma y es aún una necesidad en el desarrollo de la sociedad. Cuando el papel sea sustituido por otro tipo de medio de impresión (o se lea por técnicas de realidad virtual), entonces hablaremos del final del libro sobre papel y vendrá el libro impreso sobre ese material del futuro. Mas, el libro impreso, por ahora, es inderrotable.

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