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El Eusebio que vive en mí

13 de septiembre de 2021

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Foto: Alexis Rodríguez

Foto: Alexis Rodríguez

 

Palabras pronunciadas por el Dr. Eduardo Torres-Cuevas en el acto conmemorativo por el 79 aniversario del natalicio de Eusebio Leal Spengler, en el Museo de la ciudad de La Habana, el 11 de septiembre de 2021

 

Autoridades del gobierno y del Partido; autoridades de la provincia de La Habana; Ministro de Cultura; personalidades de diversos saberes; trabajadores de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, convocados todos hoy aquí por la presencia de nuestro querido y admirado Eusebio.

Ante todo, deseo expresar mi profundo agradecimiento a los organizadores de este acto por permitirme acercarles a ustedes al siempre presente Eusebio Leal Spengler. Hoy, 11 de septiembre de 2021, cumple sus 79 años; sin embargo, el 31 de julio del año pasado, una larga y dolorosa enfermedad nos privó de su presencia física. Prefiero recordar los natalicios porque es recordar con alegría el momento en que, en este caso, se inició una vida extraordinaria cuya obra aún continúa creciendo entre nosotros. En lo personal, me es difícil hablar sobre él porque es tal la envergadura, la variedad, la riqueza, la originalidad, la osadía, el rigor y la grandeza de Eusebio, que no puedo menos que confesar que estas palabras no son más que una aproximación muy limitada a quien es uno de los más grandes cubanos de todos los tiempos. En pocas personas como en Eusebio Leal Spengler he hallado el modo armónico en que se articulan tan diversos componentes del conocer, sentir, amar y pensar a Cuba y, con ella, a todo lo que de humano tiene el hombre.

Pudiera decirles que su obra es grandiosa, sin embargo, no creo que sería original si dijera que recibió la investidura de Doctor Honoris Causa y Profesor de Mérito de 20 universidades en diversas partes del mundo; que pronunció conferencias magistrales y académicas en más de 74 universidades en no menos de 45 países, colocando la imagen científica y cultural de Cuba en lo más egregio de los espacios académicos de diversas partes del mundo. A su vez, recibió altas condecoraciones de por lo menos 29 naciones. Es el más extraordinario embajador de nuestra cultura en las últimas décadas: reyes y presidentes; Papas y Popes; parlamentos y organizaciones internacionales no gubernamentales, escucharon el sentir y el pensar de Cuba en su voz y con su lógica. Sin embargo, estos títulos y condecoraciones no expresan las esencias del hombre que nació en un solar de La Habana, que se ganó la vida como mensajero de una farmacia y que llegó a tener una cultura enciclopédica antes de titularse en la Universidad de La Habana.

 

Foto: Néstor Martí

Foto tomada de Programa Cultural / Facebook

 

Su esencia era la de un hombre de pueblo que vestía humildemente la ropa de un trabajador, que andaba La Habana hablando con cada una de las personas humildes que se le acercaban y que soñaba en construir y reconstruir para darle al presente las dimensiones extraordinarias de su historia. Simplemente, era un hombre de pueblo, autodidacta, que acumuló cultura singular. Él era la expresión de los sentimientos y deseos populares y lo supo convertir en obra científica y física con la que modeló la imagen cultural de la historia en el presente. Por ello, recibió los títulos que él más amaba, los que le confiere una multitud de pueblo impresionado y agradecido, no ya por la palabra, sino por la reducción de la pesantez de la piedra y el ladrillo o de la reconstrucción pétrea y vivificadora de fortalezas, castillos, iglesias, teatros; la grandeza de un pasado para el disfrute del presente. Su obra llena más que las pupilas, las mentes amplias y agudas y los corazones sensibles y nobles ante la exorbitante riqueza del rescate urbanístico y humano. Amante de la dignidad plena del hombre, a la obra material la acompañó la espiritual, quizás la más importante.

Supo, cómo pocos, que la juventud y la niñez eran la arcilla fundamental de la obra patria. Moldear hábitos, educar, enseñar para crecer, desarrollar habilidades innatas para construir y vivir decentemente, era encaminar a la juventud en el encanto y en el placer de los detalles de la vida cotidiana amorosamente construida. Eran ellos, los jóvenes y los niños, los que le darían vida, cultura y permanencia, con su sello propio, a los valores históricos, artísticos y espirituales de las ciudades que les pertenecen. Serían ellos los artesanos, albañiles, orfebres, ebanistas, restauradores, músicos, pintores, los creadores de su hábitat. Era la mejor forma de incidir positivamente en una multitud de jóvenes que podían tener un mal destino sin oficios ni artes. Así nacieron la escuela taller Gaspar Melchor de Jovellanos, el Colegio de San Gerónimo y, más reciente, el de Santa Clara.

 

Foto tomada de Programa Cultural / Facebook

Foto tomada de Programa Cultural / Facebook

 

No olvida Eusebio a aquellos que le entregaron a Cuba, y en particular a La Habana, sus mejores años –ya sea en el más humilde puesto de trabajo u olvidado en nuevas circunstancias–. Aquellos carentes de elementales condiciones por diversas razones personales encontraron abrigo y cuidados. Ya no son jóvenes pero el presente se les debe. El los honra y crea espacios para su dignidad.

La música y las artes de todos los tiempos, son objeto del rescate. Una legión de hombres y mujeres acompañan a Leal en el empeño. A ellos les atribuye ideas y materialización del sueño de dar vida a un presente que tiene un patrimonio que debe ser conservado para encaminar un futuro mejor. Para ello formó un destacadísimo núcleo de personas que, con el lema de “leales a Leal”, tienen el compromiso de la continuidad, que significa valores, calidad, fidelidad, entrega.

El quehacer de Eusebio, ante todo pensado, después organizado, con posterioridad espiritual y culturalmente materializado, que todos podemos observar al peregrinar por Cuba y por su capital, está inscrito ya como patrimonio de la humanidad. Ha sido una voluntad férrea, una inteligencia dedicada y certera, y un conocimiento profundo lo que le ha permitido a este hombre domesticar el pasado y convertirlo en joya del presente. Su dirección, al frente de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, recoge la restauración y terminación de 80 obras de patrimonio cultural; 14 hoteles, los cuales rememoran espacios y momentos de la cultura cubana, en tiempos diferentes, reunidos en un todo por el presente que contempla; un centenar de instalaciones turísticas; y 171 obras sociales, a lo que se añaden 3 092 viviendas beneficiadas. Todo ello en un periodo de diez años, y no incluyo aquí lo que ha hecho en el último lustro.

 

Foto: Néstor Martí

Foto tomada de Programa Cultural / Facebook

 

Al referirse a su obra siempre destacaba, con humildad y agradecimiento, lo que significaron para sus logros los diálogos y el apoyo de Fidel. Hombre que sostuvo su vida y su obra en profundos valores éticos, destacó, como ejes de su conducta, la fidelidad, la honestidad, el apego a la verdad y el amor. Fue fiel a sus raíces; a su patria amada; a su predecesor, Emilio Roig y a su esposa; a su revolución, a quien atribuía su comprensión y entrega a la obra magna de transformación del hombre y del mundo; a su pueblo; a sus creencias, religiosas o laicas; y, como ya expresé, a Fidel, en cuyos diálogos y apoyo tuvo el estímulo, la comprensión y el respaldo necesario, porque el jefe de la revolución pudo calar bien hondo el corazón, el patriotismo, la honestidad del revolucionario que palpitaba, apasionadamente, en Eusebio Leal Spengler. De la misma magnitud fue su fidelidad a Raúl. Su honestidad es proverbial; no tuvo temor a decir lo que pensaba tuviera ello el costo que fuera necesario, tampoco lo tuvo al expresar sus fidelidades. Su amor recorría todas las escalas, lo humano, la patria, la madre, el hijo, la mujer. Ante lo bello, lo confesó, rendía con distinción, la honrosa espada fulgurante.

Es Eusebio Leal uno de los más fructíferos escritores de nuestro tiempo. Sorprende la cifra de sus obras. Estamos hablando de 3531 registros, que abarcan hasta 2010. Hago esta acotación, porque faltan aún diez años de producción intelectual en el conjunto que señalamos. Es muy variado el conjunto: artículos, folletos, discursos impresos y libros. Todos responden a un conocimiento adquirido en esas incesantes búsquedas, que parecen no haber dejado tiempo al descanso o, quizá con más propiedad, al disfrute del tiempo en crecer por dentro para ayudar a otros a encontrar caminos para identificarse a sí mismos e identificarse con su propia cultura. Si se observa con detenimiento, no hay palabra flácida, ni perdida, ni colocada inadecuadamente en su oratoria o en su escritura.

 

Foto: Néstor Martí

Foto tomada de Programa Cultural / Facebook

 

Al que se asoma a su obra plasmada en palabras, no le quedará más remedio que reconocer que, paso a paso, descubre y se identifica con las propuestas de Eusebio, del doctor Leal, porque en ellas están contenidos descubrimientos hallados en innumerables documentos materiales e ideas que fortalecen el espíritu en el presente porque son la razón misma del ser humano. Se observa la incansable indagación y el rescate permanente que sostiene la obra creadora. Algunos títulos, hablo ya de libros, constituyen el imprescindible legado de una época, ya aparentemente lejana, pero que expresan un mundo de ayer –no de antier– que explica, en cierta forma, el mundo de hoy. Estas son espléndidas rememoraciones que constituyen ya parte de nuestra historia. Libros como Fiñes, Fundada esperanza, Para no olvidar, Legado y memoria y El Diario perdido de Carlos Manuel de Céspedes, constituyen aportes innegables, rigurosamente recogidos y pensados, no para una historia muerta, sino para el pensamiento vivo de la creatividad actual y futura. Son libros escritos para la memoria de los jóvenes de hoy y de mañana.

Existe un género literario que por su complejidad suele ser de difícil dominio, la oratoria. No creo exagerar si afirmo que el discurso oral de Eusebio constituye ya uno de los legados más importantes que será objeto de estudios en los próximos años. La oratoria, como género, constituye uno de los más difíciles, porque aúna el conocimiento de un tema, la elegancia del discurso, la belleza del lenguaje, la lógica armoniosa del contenido, lo poético que deleita y la dialéctica que enseña. Como pocos en nuestra historia más reciente, Eusebio Leal desarrolló la oratoria de modo extraordinario y muy personal. Ha aportado a la Academia y a la tribuna el arte de decir.

 

Foto: Néstor Martí

Foto tomada de Programa Cultural / Facebook

 

Viene a mi memoria el momento en que lo conocí con carretilla en mano y su exclusivo modo de vestir con ropa de trabajo gris acero. Aquellas búsquedas arqueológicas e históricas, llevaban a muchos, burlonamente, a pensar que aquellos sueños de reconstrucción eran como los de Calderón de la Barca (“¡Y los sueños; sueños son!”). Hoy puede parecer que todo fue fácil y en mi opinión fue muy difícil perforar una realidad bruta con la punta fina de la voluntad, del ingenio y del conocimiento. Al escucharlo percibe el interlocutor que más allá de lo que la Academia enseña, está la búsqueda incesante del autodidacta que disfruta traspasar los límites de las disciplinas. Quizá, como él mismo se ha llamado, ha sido un hijo de su tiempo, de este tiempo de temeridades, que el futuro juzgará con la fría lógica que otorga la distancia; ello es un privilegio no de los dioses, sino de los hombres. También recuerdo ahora cuando al entrar en un aula universitaria para impartir una clase, hace ya no sé cuántos años, me lo encontré sentado como estudiante de la carrera de Historia. Le era necesario el título que tanto se exige, pero sus conocimientos ya sobrepasaban a los de un simple licenciado. Aquí buscó los métodos, las sistematizaciones, las teorías que la academia discute y promueve. El joven profesor disfrutaba y aprendía del grato diálogo con el sabio historiador sin título.

Habanero, supo amar su ciudad y trabajar en el rescate y prevalencia de sus valores materiales y espirituales. Al observar en conjunto su obra en esta urbe puede también entenderse la amplitud de su visión. Fortalezas, museos, bibliotecas, escuela, hogares, colegio, le dieron al proyecto una calidez, que hizo revivir la ciudad que solo tenía sentido como el hábitat de nuestro espacio humano. En el amor a La Habana, encontró el amor a otras ciudades y espacio en el mundo que eran parte del acervo común del hombre.

 

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Foto: Alexis Rodríguez

 

Recordando una frase del filósofo cubano José de la Luz y Caballero, me gustaría decir de Eusebio que «me hace gustar el noble orgullo que es habanero el corazón que en mí late». Y ese orgullo es porque el mundo entero está presente en su riqueza arquitectónica, en sus colores, sabores y sonidos armonizados en el interior de su propio modo de ser, hacer, decir, preservar y crear.

Eusebio fue fiel a sus apellidos, Leal a sus ideas y a sus principios, Spengler, que el que escribe traduce a capricho como espléndido, en su entrega a Cuba, en su sencillez y en su generosidad. Al hablar con él, simplemente le decía su nombre; él hacía igual. He querido ser consecuente con ello en este breve encuentro con Eusebio. Al recorrer las calles de La Habana, así como la de otras muchas ciudades cubanas, seguiré sintiendo la presencia de Eusebio y escuchando su voz firme y encantadora. No te vas, te quedas, en el alma de los que amamos, creamos y creemos en aquellos valores éticos que tú ayudaste a sembrar. En la Revolución que le dio sentido a tú vida.

 

Muchas Gracias.

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