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Dulce María Loynaz en el recuerdo de Eusebio Leal Spengler

22 de octubre de 2014

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Por: Astrid Barnet / Tomado de Cubarte

 

Existen momentos en la vida —a veces muy pocos—, que dejan huellas indelebles en el devenir cotidiano y profesional. Y cuando esas parten de un profundo respeto y devoción hacia la vida y obra de un ser humano, indiscutiblemente que trascienden en su necesario acercamiento y conocimiento. Y esto fue lo acontecido y a lo que nos llevó de la mano el doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad, cuando nos remitió a su libro La luz sobre el espejo (1) el que, en algunas de sus páginas, rinde homenaje a la vida y la obra de la escritora cubana Dulce María Loynaz (1902-1997).

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El suceso tuvo lugar en el habanero centro cultural que lleva el nombre de la inolvidable Poetisa —y donde residió hasta su desaparición física, en 1997—, en un nuevo espacio dedicado a las Tardes de la Editorial Nuevo Milenio.

Historiador de exquisita naturaleza a la hora de escribir, dialogar o de emitir discursos, criterios, anécdotas vividas o absorbidas por su inagotable caudal de saberes, en La luz…, Leal Spengler incita en su escritura al lector a sentir el legado de la Loynaz y a asimilar sus intransigencias, desafueros, virtudes, criterios, incomprensiones… nos otorga los momentos de felicidad y melancolía de una humanidad femenina que se nutrió y vivió en un contexto epocal diverso, trascendente, con plenitud de hechos y acontecimientos (como lo fue el siglo XX), pero más absorta en un mundo interior que la llevó a hacer de su espiritualidad e individualidad (quizás sin saberlo), un proyecto, consecución y legado de extraordinario ejercicio mental e intelectual.

“Este libro, La luz sobre el espejo, se concluyó en mayo del 2004, y entre las imágenes que escogí para su diseño de presentación fue una que siempre me ha maravillado y que se halla en el Aula Magna de la Universidad de La Habana: la de la Musa inspiradora, descendiendo sobre Clío (la Historia) —un verdadero culto a la belleza—, quien hace una inclinación reverente ante el símbolo de la Sabiduría que se encuentra a su lado: la diosa Palas Atenea”, inició su diálogo el connotado Historiador para luego agregar que “lo segundo fue seleccionar unas bellísimas ilustraciones contenidas en un título (Dafne y Cloe, edición de 1890) que me fue obsequiado, un día de mi cumpleaños, por Dulce María Loynaz (…) De esta forma ha sido un privilegio la reedición de este libro cuya primera edición fue en 1996 y la segunda, en el 2004. Posee un exergo muy bello tomado de José Martí —no se incluye el nombre de la mujer a quién él lo dirige; fue un asunto entre él y ella—, que dice: Llegó la noche cuando un rayo blando iluminó todo mi dolor / Con luz de luna supe que aún vive mi memoria amando. !Oh, tenue luz, imagen de fortuna!”.

Asimismo aseveró que “en esta obra he dejado en manos del editor aquello que considero de algún mérito y, al menos, para hacer memorias: los apuntes y grabaciones tomados al vuelo en conferencias y discursos, y alguno que otro artículo que vieron la luz de esas publicaciones. A decir verdad han quedado para siempre perdidos no pocos trabajos que serán recordados por algunas personas amigas con quienes compartí la intensa actividad intelectual de estos días. “Solo la palabra —puntualizó—, que con aguja de plata borda la delicada trama del idioma, es capaz de expresar el carácter de las emociones, la certeza y las convicciones del sentir del alma. No estará de más por ello que exprese nuevamente mi sobresalto al tomar la pluma, pues estoy convencido de que se ha de cumplir inexorablemente la antigua aseveración latina: ´Lo escrito, escrito está´”.

Explicó que dicha Obra contiene varias semblanzas, entre las que se incluyen: “La significación del 24 de Febrero de 1895”; “Valor de una reliquia: la montura de la reivindicación”; “Cuba-Colombia, una historia común”; “El concepto de Patria”; “Nación y Emigración”; “Fidel y la Religión”; “El diario perdido de Céspedes”; “Elogio a Alfredo Guevara”, en ocasión de recibir su doctorado en el Instituto Superior de Arte (ISA)”; “el pintor Manuel Mendive” y “Dialéctica personal”, junto a las evocaciones que realiza del sabio Don Fernando Ortiz y de la escritora Dulce María Loynaz.

eusebio_leal“Hace pocos más de veinte años —y en una historia que se inició en 1967—, en que se iban a inaugurar las primeras salas del Museo de la Ciudad, decidí visitar a Dulce María Luego de realizar una serie de gestiones, mi madrina —María Teresa Armenteros de Albear, amiga y vecina de la escritora—, me facilitó la entrevista pública con ella en el portal de su casa junto a varios amigos y amigas, que asiduamente se efectuaba los jueves de cada semana. Luego, la privada, que precedió a una relación intensa y a lo largo de muchos años. Yo venía aquí todos los días, cuando ya casi nadie le visitaba, incluso, cuando fue proscripta por un ala de la intelectualidad que aseveraba que “ella era una mujer del pasado”. Esa mujer, a quien conocí muy de cerca, ejerció sobre mí una gran fascinación. Era dura como el cristal, pero con una veta, un iris que era necesario conocer e identificar. Ejemplo, el que les relato”. Y explicó: “Pasamos un día caminando, por una de las salas de su hogar donde existía un cuadro bellísimo pintado en cristal. Su nombre: la aparición de la Virgen de la Merced. Le digo: ¡Qué bella esa miniatura!, y ella me responde: ¡Tómela, Leal! ¡Se la regalo!  –No, Dulce María, ¿cómo voy a hacer eso? —Pues aprenda esta lección: cuando le den algo, tómelo. Ahora, ¡déjelo!, me respondió. Así era ella. Este es su retrato. Generosa, capaz de un enorme desprendimiento y, al mismo tiempo, imponiendo sus reglas”.

A continuación el doctor Leal rememoró otra anécdota: “La hermana de Dulce María, Flor, siempre la visitaba los viernes en esta residencia. Ella acostumbraba a conducir un auto antiguo marca Fiat, del año 1922.  Durante el Período Especial, etapa en la cual ambas pasaron muchas necesidades, deciden vender una serie de objetos a instituciones culturales gubernamentales, nunca a nadie en particular. Por supuesto, en aquel entonces se dificultaba mucho el pago de cualquier mercancía en moneda nacional. Fue entonces que Flor decide traer a esta casa (en específico, a su comedor) una serie de objetos, entre ellos, un Sévres (2) amarillo del período Pompadour de un metro de altura (rarísimo, pues generalmente es de color azul) grande, perfecto, muy conservado. El Museo de la Ciudad (por supuesto), no tenía forma de adquirirlo. Es entonces que las visita un anticuario de La Habana —ya fallecido—, y ambas me piden también que yo esté  presente, simulando que iba a participar en una cena inesperada. ¿Cómo ellas lo colocaron en la balanza de la necesidad, cuando en muchas ocasiones (Flor) decidía cambiar objetos valiosos por una olla de presión o por cuatro gomas para su automóvil? (Repito: A esta vivienda no venía ya casi nadie. Alguna que otra amistad antigua o un hombre fascinante y de bella voz como fue José Antonio Portuondo). Hablan con el hombre y les plantean lo que querían. Me parece eran cuatro mil pesos. Aquel hombre esbozó una sonrisa breve, amarga —ambas se percataron de ello—, y le dijo a Flor:¡!Usted no sabe lo que pide!!, a lo cual Flor le respondió: Vamos a hacer lo siguiente. No vamos a tomar una decisión. Vuelva mañana. Por mi parte sentí que el hombre había perdido la oportunidad de apoderarse de la presa. Y, al día siguiente, Dulce María me llama por teléfono: Leal por favor, a las tres de la tarde, aquí en casa. Efectivamente, llego a esta casa a esa hora y, al poco rato, arriba el anticuario. Ambas hermanas le saludaron muy amigablemente y, con una dulzura inesperada, le dijeron: Bueno, ahí lo tiene.  –¿Eso quiere decir que cerramos el negocio?, interrogó el hombre. –No, no, no, de ninguna manera, respondieron las dos.–Queremos antes que usted se cerciore bien de su estado…Porque no lo ha visto. Queremos que usted le quite la tapa y lo vea. Debajo de ella se hallan los anagramas de Sévres del período que está en el catálogo, además, déle vuelta sobre su eje”. El anticuario les respondió que no hacía falta, que ya el conocía ese mecanismo. “–Mire entonces la base. ¡¿Usted está consciente de que este objeto no tiene nada roto, ni que tiene defecto alguno!? ¿No es así?”, interrogaron.  “Así es”, afirmó muy seguro el hombre. Ante lo cual, con voz grave, le respondió Dulce María: “Pues, mírelo bien. Pues esta será la última vez que tendrá la oportunidad de hacerlo”. Finalmente, se dirigió hacia mí y me señaló: “Y ahora, Leal, llévelo a su Museo. Es suyo”. Así eran ellas. Pues a veces insistimos en una, pero las dos eran así.

“En el caso de Flor, subrayó el Historiador de la Ciudad, era una mujer extraordinaria, de gran bondad. Dulce María afirmaba que era la más cuerda de todos sus hermanos. Indudablemente, que todos habían sido signados por la desventura. Yo asistí a la muerte de Manuel (demente por completo), quien decidió que todos sus poemas fuesen quemados en el jardín de la residencia que ocuparon en la calle Línea, también en El Vedado. A Enrique no le conocí, sin embargo, sus poemas sobre el amor y el vino me los dejó manuscritos, a pesar de no conocerle, en un precioso álbum. Él estuvo casado con una sobrina, hija de su hermano.

Por otra parte para Flor, el padre era El General y para Dulce María, Papá. Según Dulce María, su hermana había sido miembro de la organización ABC radical. La Escritora le relató a Leal que Flor, tratando en una ocasión de escapar en su auto  junto a otros abecedarios —luego de atentar contra las vidas de miembros de la policía machadista y resultar herido uno de ellos—, el vehículo quedó bastante averiado producto de los disparos. Fue entonces que Dulce María decidió ocultar el auto en la planta alta de una habitación de la casona que ocuparon inicialmente en la calle Línea, en El Vedado. Para ese objetivo demolieron una pared, sacaron una ventana y, con tablones, subieron el auto hasta lograr enterrarlo.

“Y luego, ¿qué pasó?”, le interrogó Leal al respecto. “Allí está enterrado. Si usted lo quiere para el Museo tendrá que hacer lo mismo”. Hoy, gracias a aquella iniciativa, ese auto es objeto museable.

En otra parte de su interesante diálogo con el público presente en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, el Historiador rememoró a Flor “como una mujer que acostumbraba frecuentar los bares junto a su padre y hermano mayor, y durante una época en que resultaba inconcebible el acceso a esos lugares por mujeres. En su defensa de los valores de la feminidad pedía siempre un trago fuerte”.

Acerca de ella, el Historiador trajo una anécdota: “En una ocasión, un hombre trató de sobrepasarse con ella —aun sabiendo que estaba con otros hombres—; fue entonces que ella tomó una botella y se la rompió en la cabeza propinándole algunas heridas. Seguidamente, la conducen al juzgado para ser procesada por el juez Lincoln Brito (muy querido). En el momento del juicio suena la mampara con el toque de un bastón. Era el general Loynaz, vestido impecablemente de blanco y con una corbata negra. A continuación; saca un revólver calibre 44, se lo pone en la cabeza al juez y le dice: “Mi hija, o usted”. “Ya está juzgada, General,” le responde el juez, mientras que a la vez su secretario rompía la hoja de denuncia.

“Para mí fue algo extraordinario esta proximidad hacia las dos hermanas; aprendí muchísimo de ellas. Y así vivió esta familia, en un mundo misterioso, finalizó el doctor Leal en su recuerdo”.

A la Loynaz quede, como justo homenaje a su vida y a su obra, las cuartillas, noticias periodísticas, epistolarios, discursos, poemas e intervenciones —entre otros muchos materiales—, de todos aquellos que le conocieron personal o circunstancialmente. Sin embargo considero, ninguna reseña más hermosa y pródiga en referencias, anécdotas y criterios valorativos como la del doctor Eusebio Leal Spengler, en esta oportunidad propiciada por el Centro Cultural que lleva el nombre de la inolvidable Escritora.

Ninguna tan certera, aguda, sentimental y, ante todo humana, como la del Historiador de nuestra Ciudad al evocar a una de las mujeres más cimeras de las letras hispanas y, en particular, de nuestra Cultura nacional. Es salvar nuestra memoria histórica.

Notas

(1) Eusebio Leal Spengler; La luz sobre el espejo, Ediciones Boloña, La Habana, 2004.

(2) Fundada en el siglo XVIII laManufacturenationale de Sévres es una de las principales fábricas de
porcelana europea. Se encuentra ubicada en la ciudad de Sévres, Francia.La manufactura de Sèvres tradujo a la cerámica el culto a la porcelana con el apoyo del
rey Luis XV y de una de sus amantes más célebres, Madame de Pompadour.

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