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Cuatro décadas del cartel de cine en el Festival de La Habana

8 de diciembre de 2021

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A diez años de la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, el novelista Alejo Carpentier valoró la significación adquirida por su producción y otorgó particular interés al cartel de cine que desde que Eduardo Muñoz Bachs concibiera el primero —para Historias de la Revolución, de Tomás Gutiérrez Alea— alcanzara un esplendor extraordinario. Para diseñadores de la talla de Morante, Reboiro, Azcuy, Rostgaard, Holbein… entre otros nombres, con estilos inconfundibles, las limitaciones de la serigrafía o silk-screen devinieron desafío para la imaginación.

Cuando Alejo escribe en 1969 sus eufóricas líneas, ya ha recibido el impacto del espacio blanco desgarrado por una mancha roja en el cartel concebido por Reboiro para Harakiri (1963), de Masaki Kobayashi. Portocarrero delinea como una de sus Floras las insólitas imágenes captadas por Serguéi Urusevski en Soy Cuba (1964), de Kalatózov; con su impronta, Raúl Martínez dibuja los rostros de las actrices Raquel Revuelta, Eslinda Núñez y Adela Legrá en Lucía (1968), de Humberto Solás, al tiempo de asomar la fabulosa silueta de Charlot visto por el personalísimo Muñoz Bachs, sobre una policroma vegetación en el de Por primera vez (1967), de Octavio Cortázar. El autor de El siglo de las luces, en «esa galería permanente, abierta a todos», como la califica, pronto percibió el acercamiento de notorios artistas plásticos. Sorprendido ante tales soluciones gráficas, por el uso expresivo de la tipografía, el collage, la fotografía, el dibujo expresionista o la técnica del «papel recortado», Carpentier concluye:

«Si el cine es, por excelencia, el arte del siglo xx, debe decirse que, en Cuba, la dinámica industria cinematográfica ha propiciado, dirigido, creado, en menos de diez años, un arte del cartel que es, hoy, perenne exposición pública —educación de la retina del transeúnte de cada día—, pinacoteca al alcance de todos, dada a todos los que tienen ojos para percibir las gracias, los estilos, los hallazgos, de una plástica situada más allá de la mera figuración publicitaria».[1]

Una década más tarde, Alfredo Guevara, con su persistente vocación fundacional, inaugura, el 3 de diciembre de 1979, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, como destino de convergencia de un movimiento cinematográfico de dimensión continental. La tercera convocatoria del certamen, correspondiente a 1981, por derecho propio incluyó la categoría Cartel que no solo en Cuba, sino en el ámbito regional adquiría idéntico relieve al de la ficción, el documental y la animación. El célebre diseñador brasileño Fernando Pimenta se alzó con el Primer Premio Coral otorgado por su cartel para Bye, Bye, Brasil, el clásico de Carlos Diegues, seguido por nuestro Muñoz Bachs con el del documental Cayita, leyenda y gesta, realizado por Luis Felipe Bernaza. El tercero correspondió a los venezolanos Orlando Chacón y Alfredo Laxcaut por el afiche promocional del VI Festival Internacional del Nuevo Cine Súper 8.

A lo largo de cuarenta ediciones del certamen habanero, el concurso de carteles refleja su ímpetu. Muñoz Bachs predomina en el palmarés con cuatro galardones por Niños desaparecidos, Muestra de cine cubano en Brasil, Gallego y uno conferido por el conjunto de su obra en el quinto festival (1983), además de dos menciones por sus diseños para Los pájaros tirándole a la escopeta, de Rolando Díaz, La vida es silbar, de Fernando Pérez. Tres Corales recibió René Azcuy por los carteles concebidos de los largometrajes: Los sobrevivientes y Hasta cierto punto, realizados por Tomás Gutiérrez Alea, y Tiempo de morir, del colombiano Jorge Alí Triana.

Fernando Pimenta obtuvo otros dos reconocimientos en Festival de los creadores de esta América nuestra, por Yo sé que te voy a amar (1986) y Una avenida llamada Brasil (1989). Otros galardonados con el premio Coral en Cartel son: el argentino Carlos Mayo por Hombre mirando al sudeste; los mexicanos Germán Montalvo (La tarea prohibida), Pedro Meyer (Cronos) y Dante Escalante (Salón México); los colombianos Hernán Gamarra (El último carnaval) y Alexander Marroquín (La sombra del caminante) y la española Carmen Población (Titón: de La Habana a Guantanamera, 1928-1996). En algunas ediciones el jurado decidió otorgar solo un premio Coral ante el descenso cualitativo de los carteles concursantes.

Las nuevas generaciones de diseñadores de la Isla no quedan a la zaga de los predecesores que gestaron el fenómeno del cartel cubano de cine y entre los que recibieron Corales pueden citarse a: Eduardo Moltó (Suite Habana), Eloy Hernández y Liset Vidal (La marea), Giselle Mozón y Michelle Miyares (72 horas), G. Monzón (José Martí: el ojo del canario), José Menéndez (Cuba libre), Nelson Ponce (Imágenes generan reflexión y Homenaje a René Azcuy) y Diana Carmenate (¿Qué remedio? La parranda y Olga), y Claudio Sotolongo (Últimos días de una casa). Sus obras, según la definición carpenteriana, nutren la «pinacoteca al alcance de todos, dada a todos los que tienen ojos para percibir las gracias, los estilos, los hallazgos…».

 

[1] Alejo Carpentier: «…una siempre renovada muestra de artes sugerentes…»: Cine Cubano, núm. 54-55, marzo-abril, 1969, pp. 90-91.

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