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Con Humberto Solás, diez años después

17 de septiembre de 2018

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Cuando en 1963, Ediciones R publicó la primera edición cubana de El Siglo de las Luces, la novela de Alejo Carpentier, el joven de apenas veintidós años, Humberto Solás, ya un cinéfilo intenso, no podía permanecer impasible: tenía que filmarlo. Para alguien obsesionado con el eclecticismo estilístico de La Habana Vieja, donde nació el 4 de diciembre de 1941, era un proceso natural encuadrar con ambas manos cualquier ángulo «del barrio» e insertar con los rostros de cualquier intérprete a Sofía, Esteban y Carlos enfebrecidos por la prédica de Victor Hughes. Solás no pudo cursar estudios de arquitectura, que tanto le obsesionaran –como a Carpentier, quien no los concluyó–, pero a sus vivencias en un contexto tan sugerente le atribuye un papel determinante en su decisión de devenir realizador cinematográfico. Filmar El Siglo de las Luces se convertiría en el proyecto de su vida, que tendría que posponer una y otra vez.

Solás, uno de los creadores mayores del cine cubano comienza a trabajar en el ICAIC en 1960 como mecanógrafo de la revista Cine Cubano, a la que siguieron funciones como productor de documentales, asistente de dirección y realizador de breves notas didácticas para la serie «Enciclopedia Popular» (Casablanca, Minerva traduce el mar…). Dirige su primer documental, Variaciones (1962), junto a Héctor Veitía e incursiona al año siguiente en la ficción con el cortometraje El retrato, codirigido con Oscar Valdés a partir de un relato original del pintor Arístides Fernández. Su documental Pequeña crónica (1966), antecedió a otro corto de ficción, El acoso (1965), que también le sirvió para entrenarse en la dirección de actores.

Con su primer largometraje Lucía (1968) y su tema indisoluble de la mujer en la sociedad y el amor, en tres momentos clave a lo largo de un siglo de ininterrumpidas luchas (1895, 1933 y 196…), concibió un tríptico de facetas femeninas en un intento por mostrar su evolución. Manuela (1966), antológico mediometraje, sería ubicable perfectamente a modo de «Lucía 1957». Medio siglo después, Lucía es conceptuado como un clásico del cine iberoamericano, figura en varias selecciones de los mejores filmes de todos los tiempos y ha iniciado una nueva vida en el recorrido de su esplendente copia restaurada por certámenes internacionales donde es descubierta por las nuevas generaciones.

A Lucía le siguió Un día de noviembre (1972), largometraje que en algún momento habrá que revalorizar. La incertidumbre que rodea al protagonista, suscitó no pocas controversias en momentos en que se libraba la Zafra de los Diez Millones y, junto a otros factores, esto influyó en que la película se estrenara varios años después. En Simparelé (1974), documental en el que fusionó disímiles manifestaciones artísticas para narrar la historia de Haití, experimentó recursos formales que exploró en Cantata de Chile (1976), tributo a la lucha del pueblo chileno, que recibió el gran premio Globo de Cristal en el Festival Internacional de Karlovy Vary. Su filmografía se nutre luego con otros dos títulos no carentes de interés: Nacer en Leningrado (1977), como resultado de su participación en el largometraje colectivo La sexta parte del mundo, y el mediometraje documental Wifredo Lam (1979), acercamiento a la trayectoria del relevante pintor. Solás dirigió uno de los tres grupos de creación en que se estructuró la producción del ICAIC en el período 1988-1991 y generó proyectos como el filme colectivo Mujer transparente (1990) y la resonante cinta Papeles secundarios (1989), de Orlando Rojas.

 

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Fue capaz de no solo ofrecer su personalísima visión del título costumbrista más prominente de las letras cubanas en su controvertida Cecilia (1981) o de transmitir en Amada (1983), codirigida con su estrecho colaborador, el editor Nelson Rodríguez, la atmósfera alienante y angustiosa en la que vive languidece la esfinge delineada por el escritor Miguel de Carrión, sino de traducir en imágenes todo el barroquismo carpenteriano y dotar de vida a una Sofía arrastrada por el torbellino de acontecimientos de El Siglo de las Luces (1992). Antes, no había vacilado en polemizar con la contemporaneidad desde el pasado en Un hombre de éxito (1986). Este cineasta cubano, calificado no pocas veces de «Visconti tropical», ha sido incluso comparado con Antonioni por coincidir ambos en que las mujeres son más fuertes, más realistas, están más próximas a la naturaleza y son las primeras en adaptarse a los cambios. (Continuará)

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