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Arte, una palabra salvadora

28 de octubre de 2013

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Diálogo con Rubén Darío Salazar, director del Teatro de Las Estaciones, sobre “Alicia (En busca del conejo blanco)”, el más reciente estreno de la agrupación matancera que estará presente en el 15 Festival Internacional de Teatro de La Habana, en la Sala de la Orden Tercera del Centro Histórico habanero, el próximo fin de semana.

 

Cada verano, el Teatro de las Estaciones presenta un estreno. ¿Por qué esta época del año los impulsa a ser más laboriosos?
Porque fue agosto es el mes en que nacimos, hace ya 19 años, un 12 de agosto. Fue con un espectáculo llamado “¡Viva el verano!”. Esa estación del año nos incita a  darles  a los niños, adultos, al público todo, la sorpresa de un estreno, algo que para nosotros es sinónimo de fiesta y alegría.

 

En estos meses mucha gente sale de vacaciones, se va a la playa o se queda en casa viendo televisión…
Pues mira, a nuestra joven sala Pepe Camejo viene mucho público, debe ser que competimos, desde el territorio teatral y titiritero, en buena lid con otras opciones veraniegas.

 

Eso significa que, a lo largo de 19 años, han creado un público que los acompaña y les exige rigor en el trabajo creador. Su reciente estreno se inspira en una obra que casi todo el mundo conoce “Alicia en el país de las maravillas”. ¿Por qué eligen ese texto en este momento?
Nuestra versión, “Alicia (En busca del conejo blanco)”, es el cierre de una pentalogía de cuentos clásicos, que iniciamos en el año 1995, con “Un gato con botas”, una versión que hice sobre el famoso cuento de Perrault. Continuamos con otra historia de Perrault, esta vez desde la conocida versión “La caperucita roja” de Modesto Centeno, escrita en 1943.  En el 2006 estrenamos “El patico feo”, una versión poética de mi amigo Norge Espinosa, inspirada en el texto original de Andersen.  Más adelante, en 2011, hicimos “Pinocho, corazón madera”, basada en el libro de Collodi, con dramaturgia otra vez de Espinosa Mendoza.
“Alicia…” se inspira en las dos novelas que Lewis Carroll escribió, inspirado en su relación con la niña Alice Lidell. Creo que Alicia como personaje de una maravillosa fábula es siempre una tentación. Cuba no ha sido pródiga en abordarla. Hay noticias de una frustrada versión a inicios de los 70, que iba a hacer el Teatro Nacional de Guiñol, con la autoría de Estorino, aunque algunos dicen que era el texto fue solicitado a Oscar Hurtado. Se estrenó, en 1971, otra versión, la de Julio Capote en la técnica de pantomima, se titulaba “Eso no se toca”. En estos tiempos el Teatro Retablos, de Cienfuegos, realizó una versión de “La Caperucita roja” mezclada con algunos personajes de “Alicia en el país de las maravillas”. El Guiñol de Camagüey llevó a escena una versión de Alejandro Meléndez, que se titulaba “Alicia”,  y La Colmenita creó una versión guajira inspirada en las aventuras de la niña creada por Carroll. Solo conozco cinco montajes, mientras tanto se han hecho muchas versiones de Caperucita, Blancanieves, de “El gato con botas”, pero no ha sucedido lo mismo con Alicia. Cierro la pentalogía con ella, porque creo que lo que ha alejado al personaje de nuestros escenarios es su fuerte raíz británica, su cultura anglosajona que se expresa en rimas, refranes, versos, canciones y trabalenguas que nada tienen que ver con nuestra idiosincrasia. Al versionar la obra lo que importa es mantener vivo el espíritu del gato de Cheshire, el universo disparatado de los gemelos,  el absurdo en que vive una Duquesa que cría a un puerco y no a un niño. Hay que mantener viva la gracia con la cual se expresan las flores del jardín parlante de Alicia. Es un mundo del sinsentido que  encuentra su lugar en el continente americano, pues somos protagonistas cotidianamente del realismo mágico. Solo hay que acercar estos mundos y revalidar los referentes clásicos en nuestra tierra caribeña y latinoamericana.
La obra es un homenaje a la querida prima ballerina Assolutta Alicia Alonso. La niña protagonista de nuestro montaje sueña con bailar. Todas las madres cubanas quisieran que sus hijas fueran bailarinas, como la gran Alicia Alonso. Es también un homenaje a Dora Alonso autora de hermosos poemas de conejos. El jardín de nuestra Alicia es el jardín de Dulce María Loynaz. Hay rondas y canciones de nuestro folclor tradicional. El sombrerero loco es un tributo al mito del sombrero de Zequeira. La madre de Alicia es una costurera, es nuestro pequeño homenaje a Virgilio Piñera y su personaje de Luz Marina Romaguera. Ese es el sentido de nuestro espectáculo.

 

Dices que cierras la pentalogía de cuentos clásicos con Alicia. ¿Es que ya no contarás más clásicos?
He contado hasta ahora los que más me interesaban. Si más adelante queremos hacer otro clásico lo haremos. Para mí, clásicos no son solo los cuentos que reflejan el mundo de las hadas, de los elfos, de los gnomos ¿quién dice que “Los zapaticos de rosa” no es un clásico? Iremos ahora en pos de otras indagaciones, tras búsquedas necesarias, tanto para mí y el equipo fundador, como para la savia nueva que llega a Teatro de las Estaciones. Tengo ganas de volver a Martí, es una obsesión, es “Ese misterio que nos acompaña”, como diría Cintio Vitier.  A las  puertas de los 20 años el grupo sigue incómodo ante la vagancia, ante la tontería. Seguimos juntos porque  estamos comprometidos con la creación y con el público.

 

Has hablado de varios referentes que  sirvieron de fundamento al montaje. Me llama la atención que el espectáculo va dirigido a los niños, pero también envían señales al público adulto.
Los padres son quienes les explican a los niños aquello que los pequeños no alcanzan a comprender del espectáculo. El teatro de arte siempre trae mensajes subliminales dedicados a toda la familia. El Teatro de las Estaciones acude a ese recurso para despertar emociones, sensaciones, la espiritualidad, tanto en los niños como en los adultos. No quiero hacer trabajos cómodos, siempre prefiero arriesgarme, a nivel musical, literario o de imagen.

 

¿Cómo puede dialogar Alicia con los niños cubanos del siglo XXI?
Alicia les habla sobre el poder de la magia cuando se desata, sobre un universo que nos permite soñar con un mundo mejor. Les dice que pueden viajar con su imaginación, pero que la familia y los amigos son el tesoro mayor. Nos dice a nosotros que en el siglo XXI no podemos bajar la guardia con los aspectos humanos y artesanales que han hecho valedero el poder del teatro, la modernidad no es solo el aparataje tecnológico. En “Alicia…” no los usamos, es un espectáculo hecho con las técnicas más tradicionales del teatro de títeres.
Tuve la opción de invitar a los músicos de la Sinfónica de Matanzas para que interpretaran la música de la obra, que va del jazz a la rondas tradicionales, e incluye también temas que escucha la adolescencia actual, es como un ajiaco donde cabe todo. Lo que no cabe es negociar con lo que hacemos, lo que no cabe es mentir, lo que ofrecemos lo ofrecemos de corazón, con responsabilidad, después de largo tiempo de estudio e investigación. Eso nos permite tener dialogo un dialogo coherente con la infancia cubana de ahora mismo.

 

El Teatro de las Estaciones llega con actores muy jóvenes, gente que ha permanecido en la ciudad de Matanzas, que ha sido fiel a la estética del grupo, a los espectadores del grupo. ¿Cómo has trabajado con los más jóvenes, cómo ha sido el diálogo entre las generaciones del grupo?
El guía de un grupo debe saber poner a dialogar, con el mayor respeto, a dos generaciones. Siempre he respetado a mis maestros y mi diálogo con ellos ha sido el estímulo para seguir adelante. Los jóvenes en Las Estaciones han recibido el estímulo de la generación fundacional del grupo, por eso saben que el teatro de títeres exige consagración, disciplina, rigor. Aprenden que en el teatro de títeres la vida no nos alcanza para dominar una técnica, ni para entender el mundo maravilloso de los niños, cuya imaginación desbordada no tiene tabúes, ni miedos. Hay que saber estar a la altura de esa libertad. Enseñarles lo que la tecnología nos ha facilitado, pero no por ello abandonar la espiritualidad, ni los mejores sentimientos del ser humano. Decirles que debemos estar lejos del retorcimiento, de la envidia, de la amargura, del no hacer. Si el ser humano quiere salvar al mundo tiene que crecer sabiendo que todo lo que hacemos es parte de la vida misma. Y la vida se defiende con arte, una palabra salvadora.

 

¿Qué propone esta vez Zenén Calero para el diseño?
Zenén es uno y cien, no es de los que se repite de  una obra a otra, adora cambiar.  Es difícil describir lo que hace porque yo mismo me maravillo con su imaginería. Combina técnicas, hace muñecos de gran tamaño o muy pequeños. Utiliza para sus piezas cualquier tipo de material, lo mismo vale la organza que el yute, el cartón o el lienzo. En “Alicia…” emplea solo cinco telones que se corresponden con algunas escenas de la obra. El pone en las tablas solo lo imprescindible, detesta el protagonismo visual innecesario, que estorba. En este estreno hay hermosos muñecos junto a objetos escénicos animados a la vista del público, y ha realizado un especial tratamiento de la iluminación.

 

Otra vez colaboran con el Teatro de las Estaciones Elvira Santiago y Liliam Padrón.
El arte es complicidad, es confabulación, el arte se crea sobre coincidencias conceptuales, ideológicas y estéticas. Artistas de la talla de Elvira y de Liliam siempre te van a traducir de la mejor manera. En este espectáculo presento una nueva colaboradora en la parte gráfica, es Yahilis Fonseca, una ilustradora villareña. Vi los libros que ilustró para Gente Nueva y me encantaron. Nos regaló una imagen de Alicia tierna y candorosa, una Alicia como yo la soñaba. Entonces debo confesar que ha sido un proceso muy interesante, cuyo final se retrasa cada día que el espectáculo se reencuentra con el público. Es el público quien le pone el verdadero cierre, porque para nosotros el proceso sigue subrepticiamente abierto, transformando aquí, variando allá, inventándole algo nuevo, para que nunca muera.

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