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Alberto Rodríguez Tosca: las victorias de la poesía

28 de septiembre de 2017

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El hombre, como los gatos, tiene siete vidas, solo que los gatos utilizan una vida por muerte: la que sigue ocupa el lugar de la otra que se fue y así hasta que consumen la última vida y se despiden de la última muerte. El hombre no. El hombre utiliza todas sus vidas a la vez y cuando le llega la hora de morir, ya no tiene vidas de repuesto.

Alberto Rodríguez Tosca (La inmortalidad del cangrejo)

 

 

Cuando se impone el deseo de escribir todos los “demonios” se desatan. En ese instante poco importa el sitio, la ciudad o la profesión. Nada le interesó a Alberto Rodríguez Tosca ser un planificador de una base de ómnibus en Artemisa para comenzar a indagar los resquicios de la literatura hasta convertirse, gracias a su talento, en uno de los escritores más relevantes de su generación. Fue ese deseo, a veces inexplicable, lo que concibió tiempo después títulos como Mi reino por una pregunta o Todas las jaurías del Rey. Alberto Rodríguez Tosca nació en Artemisa en 1962.

“Conocía a Alberto cuando era un adolescente en el taller literario Manuel Isidro Méndez en Artemisa y fue de ese grupo uno de los primeros que despuntó con una indiscutible calidad y originalidad, algo que siempre sorprende en un escritor en ciernes que no llegaba a las veinte años. Recuerdo que en los talleres literarios resultó premio en poesía y en cuento”, así recuerda Norberto Codina a uno de sus más cercanos amigos.

“Su voracidad de asimilar información de todo tipo, de superarse como ser humano, indiscutiblemente fue decisiva para que nos legara la obra que tenemos tanto en su poesía como en su prosa”, apunta.

Rodríguez Tosca vivió varios años en Bogotá, Colombia, donde mantuvo una fructífera vida. Gravemente enfermo fue trasladado desde aquella ciudad hasta La Habana. Así recuerda Codina Boeras:

“En el verano del 2015 tuve noticias de que mi amigo de tantos años estaba ingresado en una situación muy crítica en Bogotá. No tenía seguro médico, o sea, no tenía amparo para un tratamiento más riguroso y con un cuadro de cirrosis muy agresivo. Ahí empecé un grupo de gestiones con amigos e instituciones cubanas”.

“Quiero mencionar tanto a Lucía Sardiñas como Abel Prieto, Fernando Rojas, personas a las que acudí. Abel en esos momentos no era Ministro de Cultura pero sí conocía la obra de Alberto. Las instituciones cubanas apoyaron esto al máximo, con toda la complejidad que implica esta historia: mandar un médico, traerlo, etc… Por otro lado, quiero dejar constancia que sus amigos colombianos: Claudia Arcilla o el destacado poeta Juan Manuel Roca, toda la comunidad intelectual relacionada con Alberto, le dio un gran apoyo en el proceso de su enfermedad. Alberto llegó a Cuba ya en un estado muy delicado”.

“Se ingresó en el Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras, allí estuvo cerca de cuatro meses. Incluso, se planteó el trasplante del hígado pero ya su estado de deterioro era tal que aunque apareciera el órgano, no solucionaría su situación crítica. Su familia, sus hermanos, estuvieron junto a él todo el tiempo al igual que sus amigos que lo visitábamos constantemente”.

“Es significativo que Albertico en esa etapa tan crítica de su vida es cuando tuvo una ansiedad muy grande de escribir. No dejó de escribir pese a que tuvo crisis sucesivas. A mí me tocó verlo con total lucidez y trabajando en su laptop con un dinamismo total, apresando cada minuto, cada segundo. Siempre con la esperanza de que si la vida le regalaba dos años, un año, seis meses…”

La mayor parte del tiempo Alberto estuvo interactuando con su medio social y escribiendo. Al punto que dejó un libro de poesías inédito: Cédula de extranjería, que se publicó con una bella edición en Colombia; una antología de su poesía; una noveleta que se encuentra en la Editorial Oriente; y una novela que se encuentra en la Editorial Letras Cubanas, entre otros libros. Todo ello sin contar una novela inconclusa.”

“Pero por otro lado, también me tocó verlo en esas crisis que da la enfermedad, donde prácticamente no reconocía a sus interlocutores, donde tenía delirios… Hasta mediados de septiembre de 2015 cuando falleció. Él es una de las voces más importantes de su generación, un imprescindible de la poesía cubana de las últimas décadas.”

Para el escritor, ensayista, profesor, crítico de arte e investigador cubano, Enrique Saínz, “leer la poesía de Rodríguez Tosca es una experiencia vital y estremecedora, diálogo infatigable con las palabras y la emociones, las angustias, la soledad, la muerte”.

Vale la pena una y otra vez acercarse a la obra de un poeta que anticipadamente se fue de este mundo. Hace dos años Alberto Rodríguez Tosca no está físicamente. Escritor al fin, dejó a todos un puñado grande de versos, que vienen a ser la mejor herencia.

 

(Tomado del sitio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba)

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