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Tormenta de San Francisco de Borja o Gran Huracán de La Habana

9 de octubre de 2021

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El intenso huracán del 10 al 11 de octubre de 1846 tiene capítulo aparte en la historia meteorológica de Cuba. Ello se debe en gran medida a que su paso sobre el occidente insular, hace 175 años, resultó catastrófico para La Habana.

En la cronología oficial del Instituto de Meteorología se le clasifica como huracán de categoría cinco en la escala Saffir-Simpson, para lo cual se tuvo en cuenta la magnitud de los daños reportados y la presión atmosférica de 916 hPa medida en la Capital. Ese dato, que procede de mediados del siglo XIX, continúa en los archivos como la medición barométrica más baja reportada ese día, aunque hay otras por encima de ese valor.

 

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En el hecho se conjugan varias coincidencias. La primera tiene que ver con que el ojo del huracán cruzara justo sobre la Ciudad, un factor estrictamente natural, complejo, y ajeno al control del hombre; mientras que el dato sí resulta de la intervención humana y tiene sus causas primarias en la importancia del puerto de La Habana. Aquí, un gran número de cubanos y españoles ilustrados se interesaban por las ciencias; y es obvio, porque el estado del tiempo tenía implicaciones trascendentes a la intensa actividad económica propia de la plaza. Por ambas razones, las más importantes entidades comerciales, las redacciones de los periódicos e incluso las casas de las personas cultas, contaban con barómetros. A ello agregamos los buques, que también los tenían.

De esa manera se conjugaron la intensidad y la trayectoria de aquel sistema tropical con la observación racional y el instrumento de medida, sin que podamos referirnos a un observatorio ni a meteorólogo alguno.

Han surgido dudas razonables en torno al tipo y la calibración del instrumento utilizado para medir la presión atmosférica en este huracán, porque los barómetros de entonces estaban escalados de diferente forma, casi todos en pulgadas inglesas o en francesas. Ello trae necesariamente confusiones y errores. No obstante, resulta indiscutible que hubo una baja muy profunda, aun considerando hectoPascales de más o de menos. El aval lo proporcionan los daños descritos en las crónicas sobre el huracán, que solo se explican asumiendo que el viento tal vez sobrepasó 250 km/h, de manera sostenida, con rachas de mayor velocidad que implican extremo poder destructor.

 

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Al analizar el evento, apreciamos que la mayor cantidad de muertes y pérdidas materiales se atribuye al derrumbe de un gran número de edificaciones, en tanto la segunda causa de letalidad parece estar en los traumatismos sufridos por quienes salieron de sus casas durante la breve calma vorticial, y se hallaban en las calles al tocar en la localidad el siguiente sector de la pared del ojo. Hay que reiterar que nos referimos a la pared del ojo de un “categoría cinco”, lo que hace innecesaria toda explicación adicional.

Tenemos reportes de daños humanos y económicos en muchas poblaciones fuera de la Capital. De Güines procede un ejemplo que caracteriza la época: “En el injenio Alejandría se desplomó un barracón, y bajo sus ruinas perecieron 57 esclavos de ambos sexos, habiéndose extraído 23 heridos”.

 

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De los fenómenos meteorológicos y eventos ambientales citamos la “lluvia salada”, descrita en la Capital, resultante del transporte de aerosoles marinos generados por el viento de alta velocidad. Respecto al mar, está la inundación ocurrida en San Lázaro, barrio costero de extramuros, mientras en Surgidero de Batabanó (costa sur de Mayabeque) se notó primero la retirada de las aguas (surgencia negativa) por el viento de componente norte, soplando desde tierra, seguida del cambio al sur y la subsecuente marea que cubrió la mencionada franja litoral.

Después del huracán, La Habana quedó varios días sin agua, hasta tanto se liberó la Zanja Real ocluida por los escombros y palizadas en varios puntos de su curso, y en algunas de sus compuertas. Para colmo, no era posible consumir el agua acumulada en los aljibes, porque su contenido se tornó salado a causa de la lluvia, como ya describimos.

El historiador cubano-estadounidense Lou Pérez estudió detalladamente el impacto económico de este evento, y documentó enormes pérdidas en plantaciones cañeras, cafetales y en la infraestructura azucarera de la ricas llanuras de Artemisa y Mayabeque. De tales daños, muchos hacendados no pudieron recuperarse jamás.

Hasta aquí estos breves apuntes sobre la célebre Tormenta de San Francisco de Borja, que aún con 175 años en la historia, continúa como el antecedente más reciente de un “categoría cinco” en La Habana.

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