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A medio siglo de una frustración

7 de marzo de 2023

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El 7 de marzo de 1973, el astrónomo checo Luboš Kohoutek descubrió para la ciencia un nuevo cometa. Se dijo que sería “el cometa del siglo” (XX), tal vez más brillante que el Halley en 1910. Fue así que la noticia se amplificó con rapidez, anunciando “un espectáculo extraordinario”. Se llegó a pronosticar que el núcleo del Kohoutek alcanzaría un brillo equivalente a la magnitud visual -10 (Venus, por ejemplo, tiene en la fecha actual -3,9).

Sin embargo, la visibilidad de ese tipo de objetos depende de las reacciones químicas y procesos físicos que se den en el material cometario, su relación con la actividad solar de ese momento (el sol es una estrella variable), además del resultado de sus interacciones con diversos campos gravitatorios, la distancia perihélica, la posición de la Tierra en su órbita, y otros factores no siempre predecibles.

Fue así que llegó diciembre de 1973, sin que el cometa mostrase ser un astro excepcional sino un objeto muy tenue que solo se podía observar discretamente en lugares oscuros y con cielos despejados. ¿Se trataba de su núcleo, mayormente pétreo y sin posibilidades de generar una coma o cola de gran densidad y extensión? ¿O había sufrido algún proceso de desintegración antes de llegar a las proximidades del Sol?

Como ocurre casi siempre en estos casos, las opiniones quedaron divididas, y el anunciado Kohoutek pasó a la historia de la astronomía como un gran fiasco que algunos aún recuerdan.

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