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José Carlos Millás (1889-2019)

22 de enero de 2019

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Este martes 22 de enero señala una efeméride muy significativa en la historia de la meteorología. Ciento treinta años atrás, en la misma fecha, nació en La Habana uno de los meteorólogos más notables del siglo XX americano: José Carlos Millás Hernández.

Vino al mundo sin riqueza material, pues su padre era un modesto comerciante de La Habana Vieja, venido desde Cataluña; y su madre, cubana nacida en Remedios, se dedicó por entero al cuidado de sus tres hijos: José Carlos, Teresa y Antonio.

José Carlos estudió ingeniería y arquitectura en la Universidad Nacional (Universidad de La Habana), de donde egresó en 1913. Ese mismo año obtuvo un título de postgraduado en Mecánica Celeste por la Universidad de Chicago. Pocos días después de regresar a Cuba renunció a un lucrativo puesto de trabajo en una compañía constructora estadounidense, para asumir la plaza de Ayudante en el Observatorio Nacional y dedicarse por entero a la ciencia que constituía su gran vocación: la astronomía.

En febrero de 1915 Millás contrajo matrimonio con Isolina de Velasco (1889-1968), graduada con honores en dos carreras de Humanidades. Y en 1917 nació Rolando, único hijo de ambos, que en 1940 se doctoró en Leyes por la Universidad de La Habana.

Tras la muerte de Luis García Carbonell, director del Observatorio habanero, Millás fue designado al frente de la Institución. Por esa causa, en 1921 se reafirma su dedicación a la meteorología, especialidad a que se debe una disimilitud de aportes que engrandecieron el estudio de las ciencias de la atmósfera en Cuba. El primero fue la introducción de los mapas del tiempo (isobáricos) y de los métodos de análisis sinóptico, realizados diariamente desde 1916. Aún con los escasos datos que contienen, aquellos mapas forman una colección de invaluable valor patrimonial, que hoy se conserva en el archivo histórico del Instituto de Meteorología.

En 1922 Millás comprende a la necesidad de fortalecer la red de estaciones meteorológicas y puntos de observación existente en el archipiélago cubano, y en 1926 introduce los sondeos aerológicos, realizados sobre una plataforma de investigación basada en globos pilotos (piballs, según la terminología técnico-meteorológica en inglés) seguidos desde tierra mediante teodolitos. Estos se lanzaban desde Casablanca dos veces cada día (00.00 UTC y 12.00 UTC), un sistema que después se extendió a otras estaciones como Cabo de San Antonio y Punta de Maisí.

En el decenio de 1931-1940, y gracias a su enérgico empeño personal, se amplió la infraestructura del Observatorio. Resulta increíble constatar cómo Millás logró conseguir de los sucesivos gobiernos cubanos el financiamiento necesario para la construcción de un “edificio de meteorología”, concebido para acoger una estación de alto nivel tecnológico, dotada con instrumentos de avanzado desarrollo como los novedosos anemómetros “de presión y succión” de tipo Dines, diseñados para medir y registrar altas velocidades del viento. En adición, construyó e instaló en el Observatorio una emisora de radio, que con los identificativos CLX y CLT emitía información meteorológica y las señales de la hora oficial usando diferentes bandas y frecuencias. CLX transmitía en radiofonía para la población de La Habana, y en modo de radiotelegrafía para la uso de la navegación.

Durante aquel decenio Millás proyectó y logró instalar tres nuevas estaciones meteorológicas de primer nivel, ubicadas en faros preexistentes en dos islas, una al norte y otra al sur de Cuba: Cayo Paredón Grande y Cayo Guano del Este, y otra en Caleta de Carapachibey, en la costa sur de Isla de Pinos. De igual manera consiguió que el Estado cubano concretara acuerdos de colaboración internacional para completar un sistema avanzado de observación meteorológica, que contaba con dos estaciones de primer nivel científico y tecnológico, una en Georgetown, Islas Caimán, y otra en Cabo Gracias a Dios, Nicaragua, ambas de especial importancia para la alerta temprana en áreas de activa ciclogénesis y donde además convergen las trayectorias medias de los disturbios tropicales que se mueven sobre el mar Caribe. Todas las estaciones contaban con observadores-telegrafistas formados en Cuba, bajo su dirección, y disponían de comunicación radiotelegráfica en régimen permanente.

La Segunda Guerra Mundial, más allá de su terrible impacto, trajo aparejada la necesidad de ampliar la cooperación entre Cuba y los Estados Unidos, aliados en la lucha antisubmarina frente a Alemania y las “naciones del eje”, lo que conllevó el necesario fortalecimiento del Servicio Meteorológico Nacional cubano y a que los pronósticos del tiempo pasaran a ser información clasificada. El Observatorio devino una unidad de combate, y Millás pasó a ser un militar asimilado a la Marina de Guerra con el grado de Capitán de Corbeta (Comandante).

En ese contexto se reequiparon 12 estaciones meteorológicas y se ampliaron las investigaciones aerológicas, ahora con nuevos radiometeorógrafos o radiosondas, técnica basada en globos de mayor fuerza ascensional. De manera inmediata aumentó sustancialmente el intercambio de la data meteorológica con los centros del Weather Bureau en Washigton D. C., New Orleans y Miami, y con tal fin se introdujeron nuevos equipos de teletipo y radiofacsímil que permitían la transmisión de mapas isobáricos e isalobáricos, así como perfiles de viento en diversos niveles de la troposfera.

En el campo teórico Millás transformó el Boletín del Observatorio Nacional, surgido en principio como una publicación estrictamente climatológica y agrometeorológica, en una verdadera revista de meteorología, enriquecida con artículos de su autoría y de otros especialistas extranjeros. A José Carlos Millás se deben también importantes aportes al conocimiento de la meteorología tropical, como el descubrimiento de lo que él llamó en principio “recurva en lazo”, segmento irregular que aparece en la trayectoria de algunos sistemas ciclónicos tropicales; también se cuenta entre sus investigaciones la elaboración del “pronostico precoz” para 1937-1938, primer intento de pronosticar la actividad ciclónica para el occidente de Cuba en la siguiente temporada de huracanes; aparecen también sus estudios acerca del “origen y curso” de los ciclones tropicales, y otros tantos que harían prolija esta enumeración.

Sus títulos académicos y su membresía en instituciones científicas fueron significativos: En 1914, miembro de la Sociedad Geográfica de Cuba, y después de la Sociedad Astronómica de España y América; en 1919 fundador y Consejero de American Meteorological Society; en 1927 ingresa en la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana; y entre 1954 y 1956 lidera la fundación de la Asociación Cubana de Aficionados a la Meteorología (ACAM) y la Sociedad Astronómica de Cuba, de la cual fue su primer Presidente. Millás fue el primer Jefe del Servicio Meteorológico Nacional de Cuba que se acreditó ante la Organización Meteorológica Mundial (WMO/OMM) del sistema de Naciones Unidas.

Recibió premios de la Sociedad Cubana de Ingenieros, fue condecorado con la Orden Carlos Manuel de Céspedes, de Cuba; y la Orden del Águila Azteca de México. Siempre se autocalificó como “meteorologista”, título ampliamente sobrepasado por su amplio saber, que incluía el dominio de varios idiomas. Su obra fue enaltecida por notables científicos y académicos en su época como Manuel F. Gran, Fernando Ortiz y Emilio Roig de Leuchsenring; así como por renombrados meteorólogos estadounidenses como Oliver Fassig, Francis W. Reichelderfer, Robert Simpson, Grady Norton y Gordon Dunn.

Son pocos los que saben que Millás fue el único científico escogido por Sociedad Geográfica y la Academia de Ciencias de La Habana para acompañar al profesor Albert Einstein durante su breve visita a la Capital cubana en diciembre de 1930, en el entendido de que contaba con los merecimientos necesarios entre otros colegas para asumir tal representación ante el Sabio de nombre universal.

José Carlos Millás Hernández falleció el 28 de noviembre de 1965, en Coral Gables, donde trabajó hasta la fecha de su muerte, vinculado al Laboratorio de Radar Meteorológico de la Universidad de la Miami, según un contrato de trabajo con el Weather Bureau de los Estados Unidos una vez  jubilado del Servicio Meteorológico Nacional de Cuba.

Al develar los entresijos de su vida y de su obra, no dejamos de sorprendernos ante los extraordinarios méritos y valores de un hombre que entregó su talento al engrandecimiento de las ciencias de atmosfera.

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