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¿Huracán de los Puentes o Temporal de Barreto?

21 de junio de 2021

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Doscientos treinta años han transcurrido desde el 21 de junio de 1791, cuando el occidente de Cuba sufrió el impacto de un evento hidrometeorológico extraordinario cuyos efectos más significativos fueron las extensas inundaciones que anegaron gran parte del territorio de  Artemisa, Mayabeque y la región meridional de La Habana.

Los relatos en torno a aquel acontecimiento están centrados en las avenidas que cubrieron las llanuras del sur de La Habana, y en los perjuicios sufridos en sus principales partidos rurales y jurisdicciones.  Faltan informes de muchas localidades escasamente pobladas en esa época; por tanto, no sería razonable asumir que la inundación quedó circunscrita a los lugares mencionados.  Entre los daños más señalados se cuenta la ruina de decenas de ingenios y plantaciones, así como averías en los célebres Molinos del Rey y en otras 23 edificaciones aledañas. Se destaca sobre todo el colapso de un puente de piedra construido en los límites entre El Cerro y Marianao (actual Puentes Grandes), después que las palizadas obstruyeran los 17 ojos de aquella obra, bajo la cual circulaban las aguas del río Almendares.

 

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Desde entonces se cree que estas avenidas fueron causadas por las precipitaciones debidas al paso de un huracán; no obstante, resulta extraño que las alusiones a destrozos provocados por efecto del viento sean absolutamente irrelevantes. Ello introduce un importante factor de incertidumbre en el análisis histórico, en el sentido de que tales crecidas también pudieran atribuirse a otro tipo de sistema tropical, como una tormenta o depresión de lento movimiento. También llama la atención que en varias descripciones no se le califique como “huracán”, sino como “temporal”, término frecuentemente utilizado por los campesinos cubanos para referirse a intervalos de lluvias fuertes y prolongadas no asociadas a un ciclón tropical.

Los acreditados y competentes meteorólogos Ivan Ray Tannehill (1938) y José Carlos Millás (1968), señalan en sus respectivas cronologías de huracanes que una de las fuentes de esa época adujo la muerte de 3 mil personas y la pérdida de más de 11 mil cabezas de ganado. Personalmente, no nos atrevemos a refrendar cifras tan extraordinarias.

Desde el punto de vista literario, aquellos sucesos fueron inmortalizados en las célebres Tradiciones Cubanas del escritor costumbrista Álvaro de la Iglesia, mediante una narración titulada El Temporal de Barreto. La obra tiene por catástasis el trágico funeral del conde Barreto, siniestro personaje al que se atribuían inúmeras crueldades. Según la leyenda, su féretro fue arrastrado por una formidable inundación súbita o “flash flood” que lo hizo desaparecer para siempre bajo el mar.

 

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Otro aspecto interesante en este evento es que propició al capitán general don Luis de las Casas, recién designado en el gobierno de la Isla de Cuba, la oportunidad de mostrar a los propietarios de ingenios, cafetales y vegas tabacaleras del occidente cubano, incluso a la población en general, su ejecutividad para solventar los estropicios causados por el desastre natural… ¿Sagacidad política de su parte?

Lo cierto es que como en todo relato, un poco de realidad y otro de leyenda, este huracán, tormenta o temporal ha pasado a la historia de la meteorología cubana como uno de los eventos más notables del siglo XVIII, al menos hasta donde aquellas fuentes lo revelan, en tanto la verdad científica se disipa en las tinieblas de una fecha tan remota, en la cual no podemos encontrar datos y evidencias concretas.

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