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El tiempo atmosférico. El temor (I)

10 de junio de 2016

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El Sol y la Luna considerados como factores del tiempo

El Sol y la Luna considerados como factores del tiempo

 

La interpretación de los fenómenos meteorológicos y sus causas y características, son motivo de numerosas confusiones para el lego; pero el desconocimiento mezclado con el temor ha dado lugar a través del tiempo a formas y maneras de pensar que, prescindiendo de su concepto erróneo, han conformado una parte no pequeña y peculiar del folklore y la cultura popular.
Hoy resulta interesante desandar en el camino de las ideas que antaño prevalecían en la población cubana en relación con el imponente aparato de una tormenta eléctrica, fenómeno común en las tardes de verano. Es necesario aclarar que aunque algunas de estas ideas han desaparecido con el paso de los años, otras subsisten en la actualidad tanto en su forma original como modificadas de alguna manera.
Una suposición de las más remotas hacía creer a nuestros bisabuelos que durante una tempestad de rayos era peligroso acercarse a un perro, pues estos animales “llevan electricidad en el rabo”. Por esa misma razón, se decía que “los perros atraen a los truenos”. De la misma manera, consideraban que al producirse una tormenta eléctrica “debían cubrirse los espejos de la casa con un paño, pues los espejos llaman a los rayos”, y que “no era conveniente jugar, correr o agitarse mientras truena”: en el mejor caso estar “recogido” hasta que pasara la tempestad; “mejor aun en un rincón de la casa”. Según hemos comprobado en diversas fuentes, cuando arreciaba la tormenta muchas personas hacían acostarse a los niños de la casa, cubriéndolos con pañuelos de seda o con mantas, en la creencia de que estos tejidos los aislaban y protegían.

 

Infalible protección contra los rayos

Infalible protección contra los rayos

 
Algunas mujeres afirmaban que era necesario taparse los aretes de oro, o quitárselos por el tiempo que dure la tempestad, precaución que también debía observarse con tijeras y cuchillos. En este caso, la presencia del metal como elemento conductor de la electricidad hace evidente cual es el origen de la creencia. Ese proceder no era aplicable, en cambio, al caso de los tornados, llamados en Cuba rabos de nube o mangas de viento, contra los cuales se empleaba el ingenuo procedimiento de “cortarlos con tijeras” o el de colocar en el suelo “dos machetes formando cruz” como conjuro al efecto de destruirlos.
“Debe esperarse a que pase la tormenta para ingerir alimentos”, rezaba una norma de conducta cuyo origen se pierde en el pasado. Esta última recomendación no se adecua al caso de los ciclones, pues estos meteoros eran recibidos tiempo atrás con verdaderas fiestas. Es típico el caso del huracán del 20 de octubre de 1926, para el cual algunos habaneros excéntricos organizaron cenas especiales en honor del fenómeno, mientras otros programaron paseos que fueron abruptamente interrumpidos cuando los vientos alcanzaron y aun superaron los 190 km/h. Hubo personas irresponsables que pagaron con graves lesiones y aun con la vida por tal insensatez.

 

Campesinos conversando sobre el estado del tiempo

Campesinos conversando sobre el estado del tiempo

 
Los peligros derivados del azote de las tormentas parecían no obstante conjurarse en una población muy cercana a La Habana: Guanabacoa, cuyos residentes, según la leyenda, nada tenían que temer del estado del tiempo y sus veleidades. En efecto, quienes han leído las más conocidas obras de nuestra literatura, recordarán en las páginas de las “Tradiciones Cubanas”, de Alvaro de la Iglesia, la secular historia acerca de la protección que posee la Villa de Guanabacoa contra los rayos.
Sobre ello refiere de la Iglesia:

 

“No hay duda de que esta condición, no de todos conocida, aumenta considerablemente los encantos naturales de la Villa de las Lomas, envidiable por su temperatura en lo más recio del estío, sobre todo desde las cinco de la tarde hasta las once de la mañana (…) ¿A qué obedece ese privilegio de que goza Guanabacoa con la seguridad de que no habrá de partirlos un rayo?”

 

Una peligrosa costumbre fue —y es todavía—, la de “tomar un baño” en las aguas que cubren las calles de la ciudad o las cañadas de los campos tras una inundación provocada por penetraciones del mar o por lluvias intensas y prolongadas, según el caso. Ello ha costado un alto número de vidas. No obstante, los cubanos no han renunciado a esa peligrosa diversión que se repite año tras año. Desde el siglo XIX, aparecen en los diarios habaneros, crónicas que se refieren a personas ahogadas, particularmente jóvenes, como consecuencia de haberse lanzado al agua tras el paso de un huracán o un frente frío, que provocara la inundación de las calles de la ciudad o la crecida de una cañada o un río en el campo.
Sin embargo, no todo fue negativo y peligroso en este juego popular con los elementos, pero de ello hablaremos en la segunda parte de este trabajo.

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