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Matanzas, 1870. Sesquicentenario para no olvidar

8 de octubre de 2020

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Matanzas (1)

 

Durante 1870, el territorio de Cuba sufrió el azote de dos huracanes consecutivos. Ambos sucedieron en octubre,y golpearon a la mitad occidental del Archipiélago. Sin embargo, la catástrofe causada por el primero de ellos, del 7 al 8 de aquel mes, alcanzó proporciones extraordinarias, sobre todo en la ciudad de Matanzas. Por esa razón, en la historia de la meteorología cubana, este sistema aparece nombrado como “huracán de San Marcos” —atendiendo a la fecha—; y como “huracán de Matanzas”, por el lugar donde produjo sumayor impacto.
Lo acaecido enesta ciudad sobrepasa toda descripción. Los ríos y la bahía, factores geográficos que propiciaban la riqueza de la urbe, a más de ser importantes vías de comunicación y regalarle hermosura y la razón para calificarla como “la ciudad de los puentes”, se convirtieron aquel 7 de octubre en factores activos del desastre.

 

Matanzas (2)

 

En la noche del 7 y la madrugada del día 8, las avenidas del San Juan y del Yumurí llegaron a la ciudad de Matanzas, y produjeron una inundación súbita en el núcleo urbano. Entonces se introdujo la segunda variable, que cambió totalmente la situación: el viento. Al mismo tiempo, un tercer elemento, el mar, se levantaba en gruesas marejadas cuya altura aumentaba sin cesar, empujado por las rachas del nordeste y del norte-nordeste.
Como resultado del empuje de las olas, las avenidas fluviales quedaron retenidas sobre la zona urbana; y las aguas de la inundación, represadas por la marejada en dirección contraria al flujo de los ríos, transformaron la ciudad en un extenso y agitado océano de agua dulce-salada. Mientras, los torrentes seguían juntándose en uno sólo, impetuoso y arrollador.
El viento y la lluvia desarrollaban una violencia extraordinaria, cuando a las 3:30 a.m. el ojo del huracán llegó a la localidad. Se produjo entonces una calma relativa. Muchas personas consideraron que había pasado la tempestad y el peligro, y se fueron a la calle, favorecidos por una tenue claridad lunar que les propiciaba buscar ayuda o socorrer a otros. A esa hora, un observador en el Instituto de Segunda Enseñanza tomó la medición barométrica mínima en Matanzas: 969 hPa, un valor que tomamos con reserva por razones técnico ­instrumentales.
Poco después, hacia las 4:30 a.m., el viento comenzó a soplar de nuevo, esta vez en dirección opuesta y con formidable intensidad. A las 5:00 a.m., el mismo observador anotó: “sur-suroeste, rachas violentas”. Una hora más tarde, impresionado por la furia de la tempestad, olvidó la terminología formal y escribió: “suroeste, espantoso”.

 

Matanzas (3)

 

Espantoso fue, en efecto, y mucho más; porque al cambiar en casi 180º la dirección del viento, no sólo liberó la presión que retenía a la inundación, sino que la impulsó en sentido contrario, en dirección a la bahía.
Cuando la oleada comenzó a moverse, impulsó a cuanto objeto flotaba en ella, y arrancó de sus cimientos un gran número de casas de madera, arrastrándolas al mar, a favor del viento. Las aguas del río San Juan y las que llenaban el Valle del Yumurí se precipitaron con mayor violencia sobre la ciudad, con empuje reforzado por la pendiente de la cuenca fluvial y la del curso inferior de ambos ríos.
La ciudad de Matanzas fue barrida en su totalidad, y su causa primaria está en los fenómenos meteorológicos extremos propios de un huracán de gran intensidad, que hoy estimamos en la categoría SS-3. Esos fenómenos interactuaron a su vez con los factores físico-geográficos de la región.
Las cifras publicadas entonces se refieren a 400 o 500 muertes, número que tal vez corresponde solo a las víctimas que fueron encontradas (un estudio nuestro considera 700 en toda el área azotada). Se estimó en 410 las viviendas derribadas en la ciudad. De sus tres mayores puentes, dos resultaron completamente destruidos: el de la Concordia (con estructura de metal), y el de Bailén (de piedra de cantería). El primero sobre las márgenes del río Yumurí y el segundo sobre el San Juan. El puente de San Luis, construido sobre el último de los ríos mencionados, quedó a punto de colapsar.

 

Matanzas (4)

 

Un sobreviviente anónimo describió el escenario del desastre: ¡Cadáveres, miseria, desolación y ruinas se ven por todas partes, y nos damos por muy contentos con poder contarlo..!
La catástrofe de Matanzas nos recuerda una máxima conocida: los eventos ambientales vinculados a fenómenos hidrometeorológicos, tienen un escenario de máximo impacto, intrínseco para cada localidad, derivado del peligro, la vulnerabilidad y el riesgo. Ciento cincuenta años antes de que tales conceptos adquirieran el significado que actualmente poseen para la sociedad, la ciencia, y la economía, Matanzas y sus laboriosos ciudadanos los experimentaron en aquella extraordinaria sucesión de acontecimientos, que diezmó incontables familias y destruyó a la ciudad en la madrugada del 7 al 8 de octubre de 1870.

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