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Zavattini en el horizonte del nuevo cine cubano

1 de junio de 2022

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La frase: «Todos los caminos conducen a Roma», se tornó realidad cuando confluyeron los de varios latinoamericanos en el Centro Sperimentale di Cinematografía en el año 1951 del «Siglo de Lumière», como lo bautizó Arturo Ripstein. Era la meta en los itinerarios de Fernando Birri, un argentino aún sin sus alas enormes, los cubanos Julio García Espinosa, apasionado por el teatro vernáculo y la radio, y Tomás Gutiérrez Alea, quien ni siquiera recogió su título de abogado en la Universidad de La Habana y, no menos soñador con un cine auténtico, decidió embarcar a Italia para seguirlo en esas andanzas. En Oscar Torres, temperamental dominicano (nacido en Guantánamo), hallaron a un inseparable compañero de correrías. Les acompañó en no escasos momentos un joven periodista colombiano que daba sus primeros pasos en la narrativa, Gabriel García Márquez, deseoso de trasladar a guiones sus personajes e historias.

No solo en ellos ejerció una especial fascinación Cesare Zavattini, nacido en Luzzara ciento veinte años atrás, el 19 de septiembre de 1902, legendario patriarca del neorrealismo italiano, razón de ser de su viaje. En la versión definitiva del relato “La Santa”, el ya consagrado escritor de Cien años de soledad, lo introduce como personaje: «un italiano imaginativo y con un corazón de alcachofa, que le infundió al cine de su época un soplo de humanidad sin precedentes».[1] Describe así a su profesor: «Era una máquina de pensar argumentos. Le salían a borbotones, casi contra su voluntad. Y con tanta prisa, que siempre le hacía falta la ayuda de alguien para pensarlos en voz alta y atraparlos al vuelo.  Solo que al terminarlos se le caían los ánimos. “Lástima que haya que filmarlo”, decía.  Pues pensaba que en la pantalla perdería mucho de su magia original».[2]

Para esta fecha, el nombre de Zavattini había aparecido en los créditos de casi sesenta disimiles películas desde su debut como autor del argumento y coguionista de Daró un millone (1935), dirigida por Mario Camerini. Su descubrimiento por esos cinéfilos al otro lado del viejo continente, sobrevino con la conmoción suscitada por el soplo de aliento fresco que significaron los estrenos de varias obras dirigidas por Vittorio de Sica en las cuales colaboró como argumentista y en la escritura de los guiones, inscritas dentro del renovador neorrealismo italiano: El limpiabotas (Sciuscià, 1946), Ladrones de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948),[3] y Milagro en Milán (Miraccolo a Milano, 1950). Pocos recordaban Los niños nos miran (I bambini ci guardano, 1943), por no gozar de idéntica distribución en Latinoamérica.

La primera edición del evento Orizzonti Italia-Cuba, que se inaugura el sábado 4 a las 6:00 p.m. en la sala capitalina Charles Chaplin, rinde homenaje a los 120 años del célebre guionista Cesare Zavattini. Auspiciado por el ICAIC y varias entidades de ese país con el fin de estrechar los lazos de colaboración, la Cinemateca de Cuba contribuye con el ciclo «Cesare Zavattini: patriarca del neorrealismo italiano». Una selección de hitos en la historia del séptimo arte que tuvieron el punto de partida en la imaginación zavattiniana pueden ser apreciados desde su apertura el sábado 4, a las 6:00 p.m. en la sala 23 y 12, sede de las funciones de la Cinemateca, con Cuatro pasos por las nubes (1942), de Alessandro Blassetti, considerada un antecedente del neorrealismo. Precede a la presentación entre el domingo 5 y el 12 de seis magistrales filmes realizados por Vittorio de Sica, con guiones del imprescindible Zavattini: Los niños nos miran (1943), en calidad de estreno absoluto en Cuba, El limpiabotas (1946), Ladrones de bicicletas (1948), en una copia recientemente restaurada, Milagro en Milán (1950), Umberto D (1952) y El techo (1956).

 

 

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Zavattini, amigo cercano del núcleo fundacional del nuevo cine cubano y de los primeros en aclamar y defender la Revolución triunfante en nuestra isla, no solo asesoró el argumento original escrito por Julio García Espinosa para Cuba baila, su primer largometraje, sino que concibió el de El joven rebelde, su segunda película de ficción. Acreditado como guionista en 118 películas, Za, como acostumbraba a firmar, es distinguido por el Festival de Moscú (1979) con un premio honorario por su contribución al cine, y es laureado con el León de Oro a toda su carrera en el Festival de Venecia (1982). Ese mismo año recibe también en la ceremonia de premiación del David di Donatello el galardón Luchino Visconti.

Para el lunes 6, a las 6:00 p.m., en la Casa del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano está previsto un panel sobre la significación del prolífico creador. Participarán en él: Iván Giroud, presidente del Festival que ha investigado la incidencia en Cuba de ese período y los estudiosos italianos de su obra: Alex Höbel (Dotcor en Historia, Universitá Federico II de Nápoles), Dario Viganò (curador del libro Zavattini 120, con Ediciones ICAIC), Alberto Ferraboschi (Presidente Archivo Cesare Zavattini de Reggio Emilia), Simone Terzi (Presidente Fundazione Un paese, Centro Culturale Zavattini, Luzzara), Mariella Troccoli (Cinema e Audiovisivo MIC, Cineteca de Bologna), así como Milena Fiore (Premio Zavattini) y Vincenzo Vita.

En su excelente largometraje documental Mi viaje a Italia (Il mio viaggio in Italia, 2001), Martin Scorsese  concluye que, por encima de todo, el neorrealismo, inconcebible sin el aporte determinante de Cesare Zavattini, uno de sus teóricos, nació de una necesidad moral y espiritual:

«A partir del neorrealismo, nada volvió a ser como antes. […] ¿Qué fue el neorrealismo? ¿Un género, un estilo, un conjunto de cánones? Ante todo fue una reacción ante el terrible momento histórico que atravesaba Italia. Los neorrealistas necesitaban compartir con el mundo todas las experiencias que su país había vivido. Necesitaban borrar la barrera que delimitaba el documental y la ficción y tratando de hacerlo, subvirtieron definitivamente las reglas del cine. Aquellos filmes venían a ser oraciones: se rezaba para que el mundo prestase atención al pueblo italiano y percibiese su humanidad inherente».[4]

 

Notas:

[1] Gabriel García Márquez: «La penumbra del escritor de cine»: La soledad de América Latina, escritos sobre arte y literatura, 1948-1984, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1990, p. 489.

[2] Gabriel García Márquez: Doce cuentos peregrinos. Editorial Mondadori, S.A., Madrid, 1992, p. 72.

[3] Proyectada en el Curso de cine de la Escuela de verano de la Universidad de La Habana el 5 de julio de 1951. Figura en el primer puesto en selección de mejores películas estrenadas en el año 1950 por la Federación de Redactores Cinematográficos y Teatrales de Cuba y aparece en la de la Agrupación de Redactores Teatrales y Cinematográficos.

[4] Martin Scorsese: transcripción de su intervención en el documental.

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