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Walfrido Guevara

29 de diciembre de 2021

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Con más de sesenta años dedicados a la música, Walfrido Guevara (9 de diciembre de 1916-23 de junio de 2004) ocupa un lugar sumamente destacado como creador e intérprete de las formas y géneros más representativos de la música popular cubana.

Nacido en la histórica ciudad de Santiago de Cuba, desde sus tiempos más tempranos se hacia escuchar, como todo un delicado cultor del arte trovadoresco santiaguero, en cuanta serenata y peña de lustre se organizara en esa ciudad.

El estudio y valoración de su extensa obra conduciría a un crítico agudo a subrayar: de cualquier manera que se mire la obra musical de Walfrido, su predominante carácter santiaguero, sin lugar a duda, elemento capital en el patrón cultivado por este importante maestro del quehacer musical popular.

La creación musical de Walfrido Guevara revela la interacción absoluta entre lo eminentemente tradicional y lo chispeante de esa picardía criolla –que como en los casos de Miguel Matamoros, Francisco Repilado y Lorenzo Hierrezuelo– revela un portentoso lirismo sin reserva que, inevitablemente, asoma en su obra sin sesgo de la deliberación o artificio.

Junto a Raúl Barbarú –su primer compañero en el arte–, Guevara deviene atracción artística en presentaciones radiales y teatros de provincia, lo que fraguó en profesionalidad y ampliación del repertorio, con la inclusión de guarachas y sones montunos.

En 1940 el Dúo Guevara-Barbarú se trasladó a la capital cubana en busca de una mayor amplificación artística y profesional, allí recaló en la ya legendaria radioemisora habanera “Mil Diez”, donde sus presentaciones lograron cumplimentar gustos a través del éter, despertando el interés y admiración de los escuchas, ya no tan solo por lo depurado y auténtico de sus interpretaciones, sino también, por la calidad de las composiciones de Walfrido Guevara.

Al poco tiempo se separaría de Barbarú y, en sucesivas etapas, reiniciaría nuevos dúos, como cuando unió su voz a la de José Antonio Valentino y algo después, a la de Santiago Fullera, para conquistar entonces sólidos reconocimientos de la crítica especializada de la época. En 1947 Walfrido Guevara formó un dúo vocal antológico con Juvenal Quesada, con el que alcanzaría también una significativa celebridad.

Aparejado a sus ya sólidos éxitos como intérprete, su vena como creador, abierta desde sus primeras presentaciones en Santiago de Cuba, se desbordaría en un torrente tributario de aportes al cancionero popular cubano con páginas hermosas y trascendentes.

Compositor de recia estirpe criolla y no menor arraigo popular, Walfrido Guevara fue dueño absoluto de un abultado catálogo, que no ha permanecido ocioso y mucho menos ajeno a los grandes intérpretes cubanos. Hasta hoy han sido muchos los notables cantantes del patio que han incorporado a sus repertorios y programas de grabaciones discográficas, canciones y guarachas de este destacado creador cubano, caracterizado por aportar obras con resultados y facturas empacados en acabados magistrales. Figuras de la talla y dimensión de Benny Moré, Tito Gómez, Roberto Faz, Cheo Marquetti, Francisco Repilado “Compay Segundo” y Francisco Fellove, estrenaron creaciones de Walfrido Guevara, en un espectro musical de una alta y significativa creatividad, que prendieron con rapidez en el gusto de los cubanos.

 

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El tiempo musical de Walfrido Guevara conocería de su fugaz participación en algunas agrupaciones del momento –en las que se desempeñó como solista y vocalista en los coros–, hasta que a mediados de la década de los cuarenta organizara su propia orquesta, a la que bautizó como Orquesta Supercolosal, en la que alineaban como vocalistas Rosell y Ernesto Oviedo. Con esta agrupación amenizó bailes en las llamadas “sociedades de color” y participó en programas radiales, en los que dejó una notable estela de triunfos. Con ella grabaría también un disco de larga duración titulado Chachareando el cuplé, primer intento por reformular esta forma cancioneril europea a partir de los ritmos cubanos.

Los años sesenta serían testigo de la feliz unión de Walfrido Guevara con la cantante Ida Laguardia –artista con la que no solo compartiría escenarios, sino también su vida sentimental hasta el final de su existencia–, para crear uno de los dúos vocales cultores de la canción trovadoresca que más han contribuido a la leyenda de la música cubana: Los Idaidos.

En su larga carrera, el dúo Los Idaidos ha hecho memorables presentaciones en recitales y otras actividades artísticas, en las que se granjearon el respeto y la admiración del público de diferentes tendencias estéticas; inolvidables resultan sus versiones en tiempo de bolero sobre versos de Nicolás Guillén, como No quiero la gloria, Tercera canción, Rosas de elegía no.3, y Si alguien me hubiera dicho, esta última con arreglo a bambuco.

Actuaciones en programas destinados a la divulgación del mejor arte trovadoresco en sí, y de nuestra mejor cancionística, así como su destacada presencia en varios discos, ejemplifican el largo quehacer de esta agrupación vocal, respaldada frecuentemente por el guitarrista Antonio Rodríguez, aunque en ocasiones contó la guitarra acompañante del propio Walfrido Guevara.

En sus guarachas y sones montunos, Walfrido Guevara supo sacar  el mejor partido del rico arsenal de gracia y rítmica que estos géneros musicales llevan implícitos en sus estructuras, textos y estilos. Entre las guarachas y sones firmados por él, merecen destaque Cinturita, grabada en dos oportunidades por Benny Moré, en México; La fiesta no es para feos, guaracha llevada al disco por el cantante Francisco Fellove y que este siempre consideró una interpretación muy suya; La juma de ayer, grabación de excelencia y muy solicitada en la voz de Francisco Repilado –internacionalmente conocido como “Compay Segundo” –, y la clásica Yo bailo con la más fea, de obligada in clusión en el repertorio guarachero de clase, pieza que el sonero José “Cheo” Marquetti incluyó en su carpeta discográfica como algo muy especial.

 

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Con relación a su producción sonera cobran amplio destaque los sones montunos Empezó la molienda felizmente llevada al recurso discográfico por el vocalista Tito Gómez con el respaldo de la orquesta Riverside; Jala leva, grabada en 1954 en una auténtica interpretación del dúo Los compadres (Lorenzo Hierrezuelo y Francisco Repilado); Qué no muera el son y Aprieta en el rincón, ambos temas llevados al recurso discográfico por “Cheo” Marquetti y su conjunto en 1957.

Sin embargo, detrás de estas composiciones de carácter festivo, vivía un eterno romántico al que nunca un amor le fue bastante; su pasión constituiría una eterna búsqueda y ésta, al parecer, siempre le fue difícil, al menos en el contexto de sus letras. Resulta posible que en ello de desdoblara la sensibilidad incomparable que prima en sus boleros y canciones, por ejemplo: Un juramento de amor, Derrotado corazón, Un corazón de acero, Rosas de alegría y Así llega el amor, piezas que suman altos valores estéticos al inmenso muestrario de la mejor cancionística cubana de todos los tiempos.

Artista dotado de una depurada y raigal sensibilidad, Walfrido Guevara supo percatarse de los inevitables cambios tímbricos, sonoros y rítmicos que paulatinamente se producían en el amplio espectro musical cubano, así como de los gustos y preferencias de los amantes de la buena música. Estos aspectos y otros por descifrar, alentarían a Walfrido a asumir la lucha y defensa de la música cubana, su desarrollo y autenticidad, ante cualquier adulteración que pudiera afectarla. Es por ello que en su creación no desdeñó formas y estilos musicales en los que la identidad de lo cubano desbordara pericia: sones-montunos como los ya citados Empezó la molienda, Jala leva y Aprieta en el rincón, devienen muestras meritorias de su amplio quehacer en estos campos.

Walfrido Guevara pasó el resto de sus días –sumido en los recuerdos de pasadas glorias– en una humilde casita de la barriada habanera de Lawton, donde el visitante quedaba deleitado con su plática amena y con el regalo inolvidable de los dúos con su esposa, perneados por la frescura del ayer y con la convicción de que el tiempo resultaba inexorable con los que, como él, tanta música le quedaba por hacer…

 

 

[Publicado en la revista Tropicana Internacional no. 25 / 2007

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