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“Voz celeste y ojos andaluces”: Adelina Patti en José Martí

17 de julio de 2020

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Adelina Patti

Adelina Patti

El juicio martiano sobre la soprano Adelina Patti, de familia y formación italiana aunque nació en Madrid, aparece en 1881 en uno de sus escritos para el diario venezolano “La Opinión Nacional”. Por entonces, en la madurez de su calidad artística, ella hacía de Nueva York no solo uno de sus puntos favoritos ante el público sino que su presencia contribuyó decisivamente a convertir a la ciudad en una plaza importante del mundo operístico.
Días después de aquella primera referencia, el cubano volvía a entregarle a sus lectores venezolanos su disfrute de la cantante en “¡Ah!, forse é lui”, de “La Traviata”, y•”Ombra leggera” de “Dinorah”, en la sala Stainway: “¿Qué parece sino una visión de nieve? ¿Qué se busca en la escena luego de haberla visto, sino un ser sobrehumano? “¿Ni qué tienen los ojos sino lágrimas?” La llama “cantante maravillosa y alada.”
La Patti había debutado triunfalmente en el arte a los dieciséis años de edad en la misma Nueva York, en el papel de Lucía de Lanmemoor. Martí, desde luego, no asistió a aquel inicio; peor recuerda cómo desde su estreno ante aquellos espectadores “arrebató a las gentes con aquella tristísima manera de entonar las baladas del país, con su mirada plena, misteriosa y profunda; con su esbeltez aérea, que le añadía encantos evangélicos; con aquella voz sonora, límpida y amplia, que nace como un manantial inmaculado de monte hondo, y crece a arroyo revoltoso, a riachuelo veloz, a opulento océano.”
Dos años después Martí escribe que ante la voz de la Patti, “mudos de asombro, y bañados de lágrimas sienten plegarse sus almas los hombres, como las alas de ave, o abrirse, como cáliz de flor.” Y en otro texto posterior la califica así: “criatura canora, de cristal hecha y plata, que aras merece y no loas de pluma.”
Obsérvese que junto con el estilo impresionista de la apreciación artística martiana acerca de la cantante, sus juicios de abundantes metáforas, realzan la singularidad emotiva que ella despertaba en su auditorio y a la vez sus cualidades vocales excepcionales de ancho registro y claridad de sus sonidos.
A finales de 1884 Martí reseñó una función de homenaje a la cantante por los veinticinco años de su debut, en la que volvió a protagonizar “Lucía de Lanmemoor”. Sabemos que en su condición de cronista de la vida estadounidense, describió con frecuencia sucesos en los que no estuvo presente y que los recreó a partir de lo que tomaba de los periódicos del país. Mas el lector actual no puede dejar de preguntarse si en este caso, a pesar del seguramente elevado costo de la entrada, Martí estuvo en el teatro, no ya solamente por la precisión de los detalles del suceso, sino por su admiración de artista ante aquella otra artista y mujer arrobadora por aquellos ojos de andaluza, siempre atrayentes en las culturas hispánicas.
El periodista, el connaisseur de música, se desdobla además en cronista social y narra cómo al terminar la interpretación de “Marta”, de Frederick y Flotow la banda del Séptimo de Nueva York, el Regimiento de la Milicia de los jóvenes adinerados, entró al escenario con una marcha, mientras el público agitaba ramos de flores y pañuelos, y al fondo aparecía un águila de luz con el nombre “PATTI”. A la salida, la diva fue recogida en un coche con cuatro caballos blancos y la escoltó una larga procesión a pie, con antorchas, formada por los asistentes de frac y traje de teatro, seguida por sus coches vacíos. Y al final de su texto, Martí no puede contener su enjuiciamiento: “magia grande la de esta criatura que deshiela estas almas norteñas, criatura gentil, hecha de alas de pájaro.”

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