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Vocación, voluntad y unidad de acción: Premisas esenciales ante los retos de hoy

6 de mayo de 2014

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Grandes y graves peligros, y similares retos para evitarlos, tiene ante sí la humanidad toda y, como significativa parte de ella, la región geográfica que José Martí definiera magistralmente como Nuestra América.
La población mundial rebasa ya los 7 mil millones de habitantes. El número de personas sobre el planeta creció significativamente en un período de poco más de 5 décadas.
Los recursos naturales, por su parte, muestran un decrecimiento alarmante, y muchas fuentes de energía y alimentación se agotan de manera irremediable.
Hoy existen, según estadísticas de organismos internacionales, más de mil millones de hambrientos crónicos en el mundo, y unos tres mil millones de personas viven en la pobreza.
En este sombrío contexto, resaltan las astronómicas cifras invertidas en el desarrollo armamentista por las naciones más desarrolladas del Planeta; aquellas que, en mayor o menor medida,  han reducido sus programas de ayuda a los países más necesitados.
Se trata de realidades reveladoras de la gran tragedia que se cierne sobre el género humano y su deteriorado entorno natural.
La política hegemónica de Estados Unidos y sus aliados europeos – con la vergonzosa complicidad de otros actores en el escenario mundial actual – ha ofrecido horripilantes muestras de desprecio absoluto a la libre determinación de los pueblos y al derecho internacional. Los ejemplos son harto conocidos, a pesar del silencio y la manipulación mediáticos.
Conscientes de estos riesgos, varios gobiernos de nuestra región – agrupados en la Alianza Bolivariana de los pueblos de Nuestra América – llevan a cabo políticas encaminadas a hacer menos vulnerables nuestras economías y, por ende, nuestras soberanías, mediante proyectos racionales y solidarios.
Acciones dirigidas a fortalecer las finanzas; ejercer un control efectivo sobre los recursos naturales; aplicar políticas sociales que ofrezcan nuevas oportunidades y eliminen paulatinamente la exclusión y la marginación; adoptar programas ambientales que propicien un crecimiento sostenible; establecer relaciones internacionales basadas en la solidaridad, la cooperación y la complementariedad de nuestras economías, forman parte esencial de la agenda de los países integrantes del ALBA.
El objetivo esencial de estos programas es colocar definitivamente al ser humano, su dignidad y sus esperanzas, en el centro de todos los esfuerzos inmediatos y por venir.
En el mismo sentido, fueron creándose las premisas que desembocaron en la creación de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe; organización que se consolida a pesar de maniobras divisionistas elaboradas en los grandes centros de poder y, además, venciendo posiciones no siempre coincidentes y desencuentros coyunturales.
La unidad, la fraternidad, la solidaridad, el respeto y, en general, los sublimes valores legados por los próceres de nuestras gestas independentistas, deberán constituir los instrumentos rectores de cada paso promovido en aras de la imprescindible vigorización de la CELAC y de otras agrupaciones que hoy son activas protagonistas del acontecer latinoamericano y caribeño.
Gracias a la aplicación de políticas de inclusión social implementadas por gobiernos progresistas en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Paraguay, Venezuela y Uruguay, millones de personas han logrado emerger de la pobreza en América Latina. Ello sólo es posible cuando
predominan vocación y voluntad de bregar por el mejoramiento humano.
No es necesario acudir a otros muchos argumentos; la verdad nos otorga razones sencillamente irrefutables.
Ante los enormes desafíos del presente, la única alternativa viable está en la consecución de la justicia, la plena independencia y la unidad de acción a que continúan convocándonos, para todos los tiempos, los padres fundadores de esta hermosa y rica región del mundo que vivimos.

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