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Virgilio Diago

29 de septiembre de 2017

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VIRGILIO DIAGO (A LA IZQ.), ERNESTO lECUONA Y PACO MENEN

Virgilio Diago (a la Izq.), Ernesto Lecuona y Paco Menen

 

Una vez que terminamos de publicar en esta sección la gran mayoría de las epístolas que figuran en nuestro libro Ernesto Lecuona: cartas, que se vende en varias de las librerías del país, procedemos a incluir en De Ayer y de Siempre muchas de las notas biográficas publicadas al final de la obra.

Ellas tienen como objetivo informar a los lectores quiénes son las personalidades citadas en las cartas.

 

Diago Leonard, Virgilio (Tampa, Cayo Hueso, 1897-La Habana, 1941). Violinista. Pensionado por monseñor Pedro González Estrada, obispo de La Habana, pudo matricular en el Conservatorio Nacional de Música, donde finalizó sus estudios de violín con el profesor Juan Torroella el 16 de junio de 1918. En esa fecha obtuvo medalla de oro por la ejecución del Concierto número 2 en re menor, opus 22, de Henri Wieniawsky, en medio de la aclamación de maestros y condiscípulos. Desde 1910 –y durante largo tiempo– integró la Sociedad de Cuartetos de La Habana, fundada por Torroella. Doce años después, ocupó el atril de concertino al crearse la Orquesta Sinfónica de La Habana. Secundado por este colectivo y la pianista Natalia Torroella, el 30 de noviembre de 1924 hizo un importante concierto en Payret para los socios de Pro-Arte Musical. En ese coliseo formó parte, también como concertino, del jazz band sinfónico con el que Lecuona estrenó en Cuba Rhapsody in Blue el 20 de octubre de 1928.

Ernesto Lecuona lo incluyó en la orquesta Caribe, constituida por él para su primer viaje a México en 1931. Terminada la gira, Diago decidió permanecer más tiempo en ese país. Tras volver dos años después el maestro a la nación azteca, acompañó al piano al violinista criollo en algunas de las obras que este último interpretó en un recital ofrecido en la sala Wagner, del Distrito Federal, el 9 de agosto de 1934. Regresó a su patria el 17 de enero de 1935. Volvió a sus faenas con la Sinfónica y, en calidad de violín solista, se incorporó también a la Orquesta de La Habana, que Lecuona hizo debutar el 14 de abril de ese año en el teatro Nacional.

Perturbado de sus facultades mentales, en octubre de 1941 sería internado en la sala de observaciones de Mazorra. Unas semanas más tarde falleció el que, sin duda alguna, fue uno de los más virtuosos violinistas de Cuba. El 19 de diciembre de aquel año Nicolás Guillén afirmó al respecto en el diario Hoy: «Virgilio –¿cómo llamarle de otro modo?– muere joven. Su violín hallábase en la plenitud del trino mágico, sin par en Cuba. Se nos va cuando aún alentábamos esperanzas de que, lejos de la patria, fuera pasmo de muchos lo que unos pocos sabían admitir aquí: la fuerza, el fuego, el predominio recreador. ¡Cuántos, oyéndole en sus mejores días, no pidieron para él la vasta perspectiva en que resplandecieron Brindis o White, cuyo genio en nada aventajó, sino en oportunidad universal, al del modesto artista que ahora es devuelto a la tierra sobre la que tan gallardamente se plantara! // Hay que decirlo, porque es cierto, Virgilio Diago fue una víctima de nuestro medio, que tan pocos medios, tan escasas posibilidades brinda a quienes mejor pueden servirlo. La frase es manida, si queréis; salta a cada instante, y algunas veces sin razón; pero como nunca es justa ahora, porque ella expresa la tragedia de quien pudo ser muchísimo más que lo que fue. // […] // Los que supimos lo que él era, le seguiremos respetando el recuerdo, y le haremos subir del corazón emocionado cada vez que sea ocasión de mentar entre los grandes de nuestra música a quien solo fue pequeño en la fortuna».

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