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Vida violenta, muerte violenta

11 de agosto de 2017

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La ira es una emoción primaria, lo que quiere decir que la capacidad de enojarnos, molestarnos es algo que muchos científicos consideran que nacemos con la misma, y aunque sé que ya le he dedicado espacios anteriores, es tan recurrente en la vida de las personas que tengo más que compartir con ustedes.

He escrito sobre los beneficios de la ira en momentos de peligro –y por eso la madre natura nos las ha regalado–, ya que correr o enfrentarse con fuerza inaudita y que en momentos normales no poseemos, nos puede salvar de un peligro, pero esto es una cosa y otra es convertir la ira en conducta diaria, como un modo de vida. Esto que digo cualquiera de nosotros lo comprobamos cuando salimos a la calle, y en la vía se ha patentado una suerte de violencia vehicular, donde los conductores manejan de forma iracunda, con falta de solidaridad, a velocidades elevadas, intercambiando palabras soeces, e incluso se llega a la violencia física si se frena para enfrentar a otro, usando cualquier instrumento que se tenga a mano como arma, y si vemos el origen puede ser algo nimio y que no merece respuesta tan desmesurada.

Ayer a mi me “golpeó” este tipo de violencia en la vía: salí con mi nieta Marcela para hacer un trámite y al cruzar una calzada muy populosa en la Habana –que hice cuidadosamente– de pronto un auto que venía a los lejos y que yo calculé me daba tiempo para alcanzar la acera de enfrente, aceleró de pronto y me pasó rozando, mientras que tocaba el claxon, lanzándome improperios que no puedo repetir. Por supuesto que me asusté, pensando en que nos habíamos librado de un accidente por poco, y además con la molestia por la irresponsabilidad del conductor, pero más que irresponsabilidad por la poca humanidad, ya que no encontré razón para acelerar de ese modo, sin importarle el daño que nos pudo causar. Entonces me vino a la mente la frase que un amigo me dijo hace poco a propósito del tema de la violencia como un mal mundial; él me apuntó que quien vive violentamente, muere violentamente y de sobre esto quiero profundizar.

Creo que ciertamente la violencia tiene varias víctimas, y no solo los que la reciben, sino que el iracundo también se convierte en víctima, porque esta conducta de ira, enojo, se convierte en un círculo vicioso que se va acrecentando, lo que provoca que reciba respuesta del mismo tipo, porque sinceramente, cuando ayer recibí esa inconcebible agresión, si ese conductor se hubiera detenido, me sentía tan furiosa que posiblemente lo hubiera agredido con lo que me encontrara a mano, porque este tipo de emoción repercute en aquellos que están involucrados como un “contagio” malévolo, porque suscita necesidad de respuesta para no sentirse víctima, ya que a las personas no nos gusta quedar heridos.

Lamentablemente las otras emociones no poseen la misma capacidad de “contagio”, y si la tristeza de un amigo, por ejemplo, nos afecta, no es extraño que digamos: “es mi amigo, yo lo he acompañado, lo aconsejo, pero no puedo estar siempre a su lado, porque yo ya tengo problemas suficientes, para echarme arriba las tragedias de otro, ya que me hace sentirme mal”, y si de alegría se trata, puede que nos congratulemos porque ese alguien es feliz, pero no nos “contagia” porque a nosotros no nos ha ocurrido nada que nos provoque la misma felicidad y puede que hasta un poco de envidia que le vaya tan bien si es alguien que creemos que no se lo merece, porque no nos llamemos a engaño, las personas no somos perfectas y tenemos nuestras “zonas oscuras”. El caso es –volviendo a la violencia– que como dice el refrán, tanto va el cántaro a la fuente que se rompe y el que vive violentamente, no solo recibirá el rechazo, sino que tiene altas probabilidades de recibir esa violencia multiplicada que puede hasta que le cueste la vida, y no exagero, ya que las noticias nos traen a diario como la violencia toma vidas. Por lo que si somos seres sociales, ¿por qué vivir como animales irracionales? Dar amor, comprensión, entendimiento, dialogar son virtudes que nos hacen mucho más fuertes que la ira.

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