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“Versos sencillos”: la sencillez, llana y sincera

7 de agosto de 2020

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¿Tendría conciencia el Maestro del alcance inmediato y futuro de ese cuaderno de 78 páginas para la cultura cubana y la hispanoamericana? ¿Ya tenía en mente escribir esos poemas cuando escapó del calor de Nueva York en agosto de 1890? ¿Sería que la tranquilidad de las montañas de Catskill, al norte de la enorme ciudad, incitó la expresión de su alma de poeta? ¿Escribió al amanecer, en la mañana, en la tarde, de noche?

Lo más probable es que nunca podamos dar respuesta plena a estas interrogantes. Quizás sus amigos podrían contestarnos: “mis amigos saben cómo se me salieron estos versos del corazón.” Así escribió en una especie de prólogo en la primera página del cuaderno. Y allí declara también cómo le agotaron las tensiones provocadas por el Congreso Panamericano de Washington y a su término lo “echó el médico al monte”, y en medio del correr de los arroyos y las nubes cerradas, “escribí versos”, afirma Martí.

Cierto es que al abandonar sus múltiples tareas cotidianas durante agosto y parte de septiembre de 1890, su vocación de poeta se hallaba mejor dispuesta a esa creación. Cierto también que a Catskill viajó porque le invitaban del Club Crepúsculo, formado por un grupo de personalidades significativas de la vida estadounidense a las que deseaba acercar a la idea de Cuba independiente antes que anexada al país vecino. Así, para entonces, ya Martí estaba enfrascado en su gran batalla contra el naciente imperialismo de Estados Unidos.

En verdad, Versos sencillos, como toda la poesía martiana, es una notable muestra de su concepto de la vida, de su filosofía, de su cosmovisión. Aquí, como en Ismaelillo y en los Versos libres, aparecen sus reflexiones acerca de cuanto le rodeaba. Sin dudas, la poesía fue el género literario privilegiado por el escritor para entregar las claves de su pensar, quizás porque ella se vale claramente de la imagen y porque esta obliga a sintetizar aquello para lo cual la filosofía moderna requería de un tratado con el supuesto rigor de la ciencia. Como los antiguos, como los pueblos en sus orígenes, a los que tanto admiró y estudió desde las culturas americanas hasta las asiáticas y la grecolatina, Martí filosofa desde y con la poesía.

Versos sencillos, sus “flores silvestres”, “esta sencillez, escrita como jugando”, es una amplia reflexión acerca de muy diversos temas, entregada no con el escalpelo analítico sino con el amable encanto de la conversación entre amigos, como hizo al leerlos en diciembre de aquel 1890 en una velada en honor de otros dos poetas. Él lo señala en su prólogo: “se imprimen estos versos porque el afecto con que los acogieron, en una noche de poesía y amistad, algunas almas buenas, los ha hecho ya públicos.” Y a continuación cierra esas palabras iniciales con la explicación de lo que le impulsó a escribir esos poemas: “Y porque amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras.”

Aquí están, las razones de por qué hoy, y cada vez más, los Versos sencillos se leen y se cantan, y por lo cual ya este libro es un clásico de la lengua española y de la poesía cubana, hispanoamericana y universal. Sospecho que su autor sabía mientras los escribía, y cuando los leyó a sus amigos aquella fría noche neoyorquina de 1890, que la sencillez de esos versos los harían vibrar para todos los tiempos.

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