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“Versos Sencillos”: la madurez de la poesía de José Martí

20 de agosto de 2021

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No sabemos cuál fue el día, pero sí que en el mes de agosto de 1881 salió de las prensas de Louis Weiss & Co, impresores de Nueva York, este cuaderno de pequeño formato que no solo se ganó de inmediato el aprecio de sus lectores por todo el mundo hispanohablante, sino que se ha mantenido hasta la actualidad, ya por 130 años, atrayendo la atención hacia sus 46 poemas.
Dedicado a sus dos mejores amigos, el mexicano Manuel Mercado y el uruguayo Enrique Estrázulas, a los 38 años de edad ya su autor gozaba de amplio reconocimiento por sus “Escenas norteamericanas”, reproducidas en numerosos diarios en lengua española. Muchos de sus íntimos y conocidos en 1882 habían recibido dedicado el volumen titulado “Ismaelillo”, ese delicioso y tierno canto del padre feliz.
El tiempo transcurrido entre uno y otro poemario no implica que “Versos sencillos” pueda considerarse una ruptura con la poesía martiana anterior, incluidos los “Versos libres”, nunca publicados por Martí. Pero los sencillos resultan más abarcadores que toda la poesía martiana publicada antes, y más cercanos a los inconclusos endecasílabos “libres” en intención, complejidad de las ideas .y de la lengua, además de la elevada hondura filosófica. Los Versos .sencillos son el diálogo del poeta con la naturaleza, con la humanidad, con su tiempo y con todos los tiempos.
Es cierto, como han dicho e menudo sus estudiosos, que con este cuaderno Martí dio notable impulso y coherencia a la corriente literaria hispano-americana que luego se llamaría modernismo. Uno de sus rasgos más aportadores para sus contemporáneos, y aún más llamativos para el lector de hoy, es la presencia directa del autor, quien una y otra vez nos habla desde la primera persona del singular. Así ocurre desde el poema I, el más extenso con dieciocho estrofas, en el que Martí se presenta en su personalidad diversa, múltiple, variada. El poeta, Martí, es ahí en sincero, arte, monte. Sabe de la naturaleza, de engaños y de dolores. Ha visto la belleza en forma de rayos de lumbre; alas a las mujeres hermosas y al hombre herido con el puñal, y al alma dos veces: cuando murió su padre (“el pobre viejo”) y cuando ella le dijo adiós.
Obsérvese, pues, que el poeta se nos entrega desde su composición inicial: tembló cuando la abeja picó a su niña; gozó cuando le leyeron su sentencia de muerte; oye los suspiros de la tierra, del mar y de su hijo; prefiere al amigo sincero antes que al amor; ha visto al águila herida y morir a la víbora; sabe del arroyo manso que murmura; ha tocado la estrella apagada caída frente a su puerta. Y cierra este poema I con una especie de introspección que completa su presentación al lector: lleva en su pecho la pena del hijo de un pueblo esclavo, da su idea del cambio, de la evolución cuando afirma que todo como el diamante, antes que luz es carbón; sabe que la mejor fruta es la del cementerio, enriquecida por que le ha suministrado la muerte. Y culmina esa presentación de su persona al callar y quitarse la pompa del rimador, y al colgar su muceta de doctor.
Ese estilo se continúa a lo largo del poemario, en todos y cada uno de los poemas. “Versos sencillos” es como una entrega del poeta, como desnudar su alma y despojarse de todo para entregarse a la naturaleza y a los demás. En definitiva, para Martí, hombre y naturaleza están integrados: el hombre es naturaleza, como las plantas y los animales; como los mares, los ríos y las montañas, como el viento y la lluvia. Y por eso afirma en el poema III que en él, en su cuerpo del poeta crece el mundo.

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