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“Versos sencillos”: el poeta José Martí en sus versos

14 de agosto de 2020

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José Martí, 1943 Jorge Arche José Martí, 1943 Óleo sobre tela 86 x 68,5 cm

José Martí, 1943,  Jorge Arche, Óleo sobre tela, 86 x 68,5  cm

 

La poesía ha sido a menudo un género en que el autor toma parte explícitamente de su discurso. Martí es uno de los casos en que ello ocurre con mayor frecuencia, como puede apreciarse en la totalidad de Ismaelillo, (cuaderno en el que dialoga con su hijo) y en buena parte de sus Versos libres que nunca llegó a publicar. Tal proceder autoral es también muy frecuente en Versos sencillos, el cuaderno que publicara en Nueva York en 1891, muchos de cuyos poemas son de los más conocidos popularmente.

De las cuarenta y seis composiciones que integran el libro, solo en ocho no aparece el autor como protagonista. La manera más común y más directa en que Martí aparece es mediante el uso del pronombre personal “Yo”, el cual, desde luego, no deja lugar a confusión alguna en cuanto a su voluntad de conducir el diálogo con el lector. Recordemos algunos ejemplos de versos muy repetidos y memorizados.

En el poema I las cuatro primeras estrofas comienzan así: “Yo soy un hombre sincero/ De donde crece la palma”; “Yo vengo de todas partes,/ Y hacia todas partes voy”; “Yo sé de los nombres extraños/ De las yerbas y las flores”/; “Yo he visto en la noche oscura/ Llover sobre mi cabeza”. Otras cuatro estrofas comienzan de igual forma, y así de dieciocho estrofas, ocho en total comienzan con la primera persona del singular, mientras que en las otras diez, sin el pronombre, es el verbo en concordancia con él quien nos indica la persona: “Alas nacer vi”; “He visto”; “Dos veces vi el alma”; “Temblé una vez”.

De ese modo Martí sabe crear en el lector y en el oyente, cuando se escucha el poema, la complicidad de la plática con el autor, que no se oculta en una narración o en una conversación entre varios hablantes. Así se refuerzan la idea y el sentido de intercambio, de entrega: es como si Martí estuviera frente a nosotros y nos hablara con cierta intimidad de sí mismo. Por tanto la penetración del mensaje en nuestras mentes y en nuestros sentimientos se hace mayor, y los versos se nos pegan en la memoria y luego afloran sin un gran esfuerzo para recodarlos.

Tal traspaso del poeta facilita entonces que su mensaje quede en nosotros, al punto que recurrimos al poema, a la línea de verso, a una imagen cuando queremos referir algo.

Cuántos hemos querido morir de cara al sol: “Yo quiero salir del mundo/ Por la puerta natural: / En un carro de hojas verdes/ A morir me han de llevar.// No me pongan en lo oscuro/ A morir como un traidor:/ Yo soy bueno, y como bueno / Moriré de cara al sol.”

Cuántos hemos atrapado esa inmensidad de la verdadera amistad: “Tiene el leopardo un abrigo/ En un monte seco y pardo:/ Yo tengo más que el leopardo, / Porque tengo un buen amigo.”

Cómo no hemos de compartir su pleno rechazo a la esclavitud, legal en Cuba hasta 1886: “Yo sé de un pesar profundo/ entre las penas sin nombres:/ ¡La esclavitud de los hombres/ Es la gran pena del mundo!”

Cómo no entender el drama martiano del poeta frente a la dominación colonial: “Yo quiero, cuando me muera,/ Sin patria, pero sin amo,/ Tener en mi losa un ramo/ De flores,—y una bandera!” O su inclinación hacia los desposeídos: “Con los pobres de la tierra/ Quiero yo mi suerte echar;/ El arroyo de la sierra/ Me complace más que el mar/.”

Y, finalmente, quien no se sentiría orgulloso de proclamarse a sí mismo de esta manera grandiosa en que el poeta, el hombre que escribe versos se describe a sí mismo y termina por hacerse él también verso: “¡Arpa soy, salterio soy/ Donde vibra el Universo:/ Vengo del sol, y al sol voy;/ Soy el amor: soy el verso!”

Martí se ve, pues, como antiguos instrumentos musicales de cuerda que entregan al Universo, a la totalidad, a la vez viene y va hacia el sol, la fuente de luz y calor que permite la vida, y cierra su autodefinición con dos elementos básicos de su conducta, de su espíritu: el más profundo y creador sentimiento, que es el amor, y la expresión maravillosa que sale del alma: el verso. Se funde así José Martí, ese hombre, en las grandes riquezas del espíritu. ¿Cómo, pues no acompañarle para siempre?

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